|
1° de agosto de 2005 |
Víctor M. Godínez La actual discusión sobre cómo hacer a la Unión Europea más competitiva y económicamente más eficiente frente a Estados Unidos se extiende en debates acerca de la configuración del modelo social del capitalismo en el llamado viejo continente. La disputa ocurre en un cuadro socioeconómico cuyo rasgo dominante, según el semanario The Economist, es que "las clases financieras y empresariales europeas están absorbiendo un excesivo porcentaje de las rentas nacionales a costa de los trabajadores". Esta situación se manifiesta con diferente intensidad en cada país, aunque el trasfondo estructural es el mismo en casi todos los casos: elevados niveles de desempleo y tensiones financieras crecientes en los sistemas de seguridad y bienestar. Son pocos los que dudan de que sin una reforma amplia de esos sistemas y de las instituciones del mercado de trabajo, las economías europeas no lograrán garantizar el pleno empleo de su población en edad laboral ni las ganancias sostenidas de productividad que se requieren para sustentar un nuevo ciclo de bienestar social. El desacuerdo está en cómo hacerlo. En un extremo están los defensores de la desregulación a ultranza, creyentes de que se puede tener un mercado único europeo sin dimensiones sociales: se trata de una falsa ilusión que está de moda en la City londinense, según palabras de Denis McShane, ex ministro británico de Asuntos Europeos. Esta propuesta extrema, de corte neomanchesteriano, tiene una expresión muy matizada en las propuestas de Tony Blair, basadas en la política que su gobierno ha puesto en práctica en Gran Bretaña. Al asumir la presidencia rotativa de la UE, Blair aseguró que el nuevo modelo social europeo debe edificarse modificando los sistemas de bienestar instaurados en el siglo xx, a fin de hacerlos compatibles con la operación de mercados laborales flexibles, como en Gran Bretaña (y en Estados Unidos). Su divisa es restructurar el estado de bienestar para liberar el mercado de trabajo. Quienes se oponen a este enfoque consideran que ello sólo produciría un retroceso en el plano de derechos plenamente establecidos en materia de protección social, sin garantía de lograr mayor eficiencia económica. Pero sus partidarios aducen que su aplicación en Inglaterra permitió que ahora tenga el desempleo más bajo de las últimas tres décadas con sustanciales incrementos del ingreso salarial. En el extremo opuesto están quienes, como el presidente francés, Jacques Chirac, y el canciller alemán, Gerhard Schroeder, creen que el modelo social vigente en la mayor parte de Europa Occidental no es ineficaz ni está caduco, pero reconocen que también debe reforzarse (aunque no es claro cómo) para acabar con la plaga del desempleo. "Nosotros no debemos copiar el modelo británico", expresó Chirac el 14 de julio. Y, como haciendo eco a un pasado que se creía superado de descalificaciones y desconfianza entre estos dos países, añadió que Francia está mejor situada que Reino Unido en salud, políticas contra la pobreza y gasto en educación e investigación. Son numerosos los europeos que, sin pertenecer a los respectivos campos políticos de Chirac y Schroeder ni simpatizar con ellos, están por conservar el modelo social vigente, aunque con una serie de innovaciones: el desarrollo de un marco común de negociación colectiva, políticas económicas expansivas y ampliación y profundización de los derechos laborales y sociales. Frente a estas propuestas se erige con creciente prestigio una tercera opción, el modelo social escandinavo, que hoy tipifica, no sólo en Europa sino mundialmente, el modelo de bienestar por antonomasia. En él coexisten de manera funcional mercados de trabajo sensatamente regulados, elevado gasto público y altos niveles de eficiencia económica. El mercado laboral de Dinamarca, por ejemplo, combina una gran facilidad de despedir con generosas prestaciones por desempleo, lo que elimina la posibilidad, presente en las otras economías europeas, de crear un mercado dual que privilegia a los trabajadores ocupados a expensas de los que no lo están. No es una casualidad que este tercer modelo social del capitalismo europeo sea el de un grupo de naciones que cuentan con los mayores índices de desarrollo humano, bienestar y cohesión del tejido social en el mundo § |