Amarres rotos
Masatepe, Nicaragua. En las calles de Managua hoy día los vendedores callejeros ofrecen juntas tres banderas distintas dotadas de un soporte para colocarlas en las ventanillas de los vehículos: la azul y blanca de Nicaragua, que es el símbolo de quienes están contra el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán; la rojinegra, que fue la bandera de la revolución sandinista y hoy es la de quienes siguen a Daniel Ortega; y la bandera roja de los liberales adeptos a Arnoldo Alemán. Las ventas de las banderas azul y blanca son obviamente mucho más exitosas.
En el 26 aniversario de la revolución, que se conmemora ritualmente el 19 de julio, los pobres que una vez derrocado Somoza recibieron la promesa de que serían los sujetos de la historia y, por tanto, dueños del bienestar que siglos de injusticia les habían negado se amotinan en los cruces de las calles, más pobres que antes, y deambulan entre las filas de vehículos que esperan el cambio de luz en los semáforos, ofreciendo todo lo que uno pueda imaginar: desde animalitos que huyen de la devastación de las selvas a frutas y golosinas, calculadoras de mano, relojes de pulsera y relojes de pared, imágenes de santos, toallas de playa, anteojos de sol, lapiceros, retratos del Papa y retratos del Che Guevara, de Sandino y también, novedad para mí, retratos de Somoza. Y banderas, al gusto político del cliente.
La supervivencia está hoy en Nicaragua más allá de las ideologías. Alguno de ellos podrá ser partidario de Ortega, o de Alemán, o adversarios de ambos, pero eso no les impide ganarse la vida ofreciendo en venta las tres diferentes banderas. Seguramente si Ortega o Alemán fueran suficientemente populares ofrecerían en venta sus retratos, pero no lo son. Es curioso. Hay en la calle retratos de Somoza en venta, pero no de ninguno de los dos caudillos dueños del pacto.
Tampoco se preocupan de que los monos, pichones de loros y lapas que ofrecen a los automovilistas les sean suministrados por los traficantes de animales. Toda una fauna desalojada de las selvas que cada vez retroceden más, víctimas de la tala indiscriminada que ejecutan poderosas mafias intocables que multiplican fortunas con los cortes ilegales de madera en las áreas declaradas reservas naturales. ¿Por qué habrían de preocuparse los vendedores callejeros? Los grandes negocios se hallan arriba; ellos sólo reciben las migajas. Familias enteras en los barrios marginales de Managua viven del expendio de piedras de crack, la droga de los pobres por ser la más barata, pero por eso mismo la más nociva. ¿Qué significa para ellos el carácter delictivo que tiene el tráfico de drogas?
Los narcotraficantes de arriba construyeron una pista de aterrizaje en las cercanías de Managua para descargar remesas de cocaína enviadas desde Colombia. Compraron la propiedad, contrataron la construcción de la pista, y los aviones empezaron a aterrizar sin tropiezo, hasta que uno de ellos se accidentó. Fue enterrado, y para ello se necesitaron excavadoras y tractores. Sin la protección y la participación de padrinos poderosos, operaciones de esta envergadura no serían imaginables.
Todos los detenidos en el caso, peones nada más en el tablero, por supuesto, han sido liberados por la fiscalía "por falta de evidencias", que es lo que ocurre por lo general. En la costa del Caribe ha pasado a ser común para los habitantes de las poblaciones ribereñas apoderarse de la droga que aparece flotando cerca de la costa, cuando los narcotraficantes bajo persecución se ven obligados a lanzarla al mar. Lo ven como una bendición de Dios, y hacen repartos equitativos entre ellos.
Los amarres morales del país están rotos y, en este barco a la deriva, los pasajeros de tercera no se sienten comprometidos a sentir escrúpulos. La impunidad de los delincuentes de peso y el apañamiento que reciben de los tribunales de justicia es suficiente para quitarles cualquier escrúpulo. Un día se les prometió no sólo un reino de bienestar, sino también un reino ético, y de eso no queda nada, más que la retórica de un discurso revolucionario que cada vez suena más a hueco, mientras los repartos de poder se transan en mesas de tahúres.
Para apuntalar de manera firme la democracia que todavía, pese a todo, tenemos, lo primero que deberá restablecerse es un sistema institucional en el que todos confíen, y donde los delitos gruesos pasen a ser tan punibles como los delitos de los de abajo, y los delincuentes de cualquier tamaño sean juzgados con el mismo rasero. Y que no siga siendo, como sentencia Cervantes en La ilustre fregona: "Que no falte ungüento para untar a todos los ministros de la justicia, porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes".
Pronto, gracias al pacto, Arnoldo Alemán, condenado a 20 años de prisión por lavado de dinero, será declarado "valetudinario con enfermedad terminal" para que pueda salir de su hacienda, adonde fue trasladado por una gracia anterior. Semejante pretexto judicial, declararlo anciano con enfermedad terminal, escandalosa mentira, le permitirá pasearse libremente por las calles.
Escrúpulos. ¿Eso con qué se come?
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