Usted está aquí: martes 2 de agosto de 2005 Opinión ¿Adónde va ese tren?

Marco Rascón

¿Adónde va ese tren?

Un proyecto político es en esencia compromiso, un programa que marca no sólo el destino del mismo, sino la ruta o camino. Un proyecto político es como un tren, con un punto de partida y uno de llegada. Ese tren tiene estaciones, donde unos pasajeros suben y otros bajan, pues en el momento de la partida no están todos los que son y a la llegada no serán todos los que están. El destino de las naciones es un tren de largo destino, pero su llegada es apenas un comienzo marcado por el camino trazado, la conducción, las paradas y el comportamiento de sus pasajeros.

La globalización impuso a las naciones un destino que no fue el que convinieron los pasajeros, sino el que se impuso. El viaje de las naciones está marcado por proyectos alternativos de trenes que generalmente tienen el nombre y la identidad de un partido. Cada partido marca un destino que luego, dependiendo de la realidad, se va uniendo a otros ramales, lo que provoca que muchos pueden llegar a desaparecer o, por lo contrario, se vayan haciendo mayoría, imponiendo nuevas rutas y destinos.

En 1989 nació el Partido de la Revolución Democrática (PRD) con un compromiso y un programa que se nutrió de los programas, demandas, peticiones, luchas, historias, principios y aspiraciones de varias generaciones de hombres y mujeres que desde las fábricas, los campos, las escuelas, los barrios, la academia, la cultura y las artes, la solidaridad, las prisiones y las gestas electorales transformaron al país. A todos los unía la idea de cambiar al país y transformarlo, no por necedad o capricho, sino por necesidad.

La ruptura que sobrevino en 1987 dentro del viejo partido en el poder tras descarrilarse hacia el neoliberalismo, llevándose con él toda la tradición autoritaria, demagógica y corrupta, liberó y unificó a los sectores progresistas del país, dando origen al largo viaje de la revolución democrática.

En 1989 salió un tren con destino a la Revolución Democrática que desde su partida aceptó la ruta electoral, sujeta a leyes electorales, pero sin perder de vista el objetivo: un país que superara al PRI como régimen, como cultura política, como moral e idiosincrasia. Fue un viaje para ratificar que nuestro destino era la soberanía y que para ello se requería una democracia auténtica, el fin de la simulación, el aprovechamiento y buena administración de nuestros recursos humanos y naturales, el ejercicio en derecho a la salud, la buena alimentación, la educación y el trabajo. Democracia y derechos sociales se hicieron los principios de esa ruta hacia la Revolución Democrática.

Como en todo viaje, unos pasajeros bajaron y otros subieron. En ese tren podía haber movimientos de pasajeros, pero no cambio de destino. Los hombres de la conducción podían ser circunstanciales y determinantes en diversos momentos, pero nunca indispensables.

Si pasajeros de otros trenes decidían subirse al de la Revolución Democrática, siempre eran bienvenidos, pues aceptaban que el destino era el correcto. El tren de la Revolución Democrática siempre fue generoso con sus pasajeros, lo mismo antiguos que recientes, a quienes aceptó en el viaje bajo una única condición: la aceptación del destino trazado. Sin embargo, luego de 16 años de viaje, los pasajeros recientes, provenientes del tren del salinismo y el zedillismo, decidieron parar el tren para que se uniera al del neoliberalismo. Para ellos, la política económica que defendieron con Salinas y Zedillo es la verdadera y sostienen que el tren de la Revolución Democrática debe aceptar el nuevo destino global, y no sólo eso, sino que desviaron el rumbo y modificaron el aviso de destino, que ahora dice: "PAN (Proyecto Alternativo de Nación)". La nueva ruta es "el centro" para los de afuera y la "izquierda" para los de adentro.

Entre los viejos pasajeros hay desconcierto, pues es el mismo transporte, pero ya no es el mismo viaje ni la misma ruta ni el mismo destino. Unos afirman que para avanzar hubo que cambiar y que los nuevos pasajeros tienen la razón, pues el camino original era muy duro y largo.

El tren de la Revolución Democrática ha sido desviado. Unos dicen que lo importante es el tren; otros señalan que es la ruta y el destino. Los pasajeros "nuevos" han demostrado la habilidad de Hernan Cortés para ocuparlo haciendo alianzas, vendiendo espejitos en los vagones.

Lo cierto es que los nuevos pasajeros no unifican al tren y, tomando el control de la conducción, han impuesto al maquinista y a los garroteros. Ahora lleva a la misma estación que los viejos partidos. Dicen que va adelante, porque tomó un atajo y a todos engaña.

Frente a la maniobra, es verdad, muchos se han ido bajando por etapas. Van al destino original, al de 1989. Pero... ¿sin tren?, preguntaría alguien. Lo que falte se hará caminando, pues la Revolución Democrática, aun sin tren, es vigente y necesaria.

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