Editorial
Presidencia: la parte de los medios
El portavoz presidencial, Rubén Aguilar Valenzuela, leyó ayer en Los Pinos un comunicado en el que se formulan señalamientos sobre la responsabilidad de los medios en el descrédito del entorno presidencial, el debilitamiento de la institución que encabeza Vicente Fox Quesada y la degradación de la vida política.
Sería injusto desconocer los elementos de verdad que hay en el documento e ignorar que mucho de lo impreso en libros, revistas y periódicos, así como de lo difundido en radio y televisión, acerca de los movimientos patrimoniales del mandatario, de su esposa y de las familias de ambos está tan poco documentado, es tan impreciso y resulta tan distorsionado que raya en el infundio. Sería deshonesto, además, ignorar los extravíos y los excesos en que han incurrido empresas y profesionales de la información a este respecto. En esta lógica, es procedente y necesario que los medios informativos reconozcan errores que, además de afectar al titular del Ejecutivo federal y a su entorno, se han traducido en fallos del compromiso toral que el trabajo periodístico tiene para con los lectores, radioescuchas y televidentes.
Además de la admisión sin cortapisas del poco profesionalismo y la escasa ética con que la prensa impresa y electrónica ha cubierto, en términos generales, los gastos de Los Pinos y los asuntos financieros de las familias Fox y Sahagún, debe puntualizarse algo que el vocero presidencial no dijo: la responsabilidad fundamental del propio Presidente en la conversión de esos temas en materia de escándalo público.
En efecto, fue el propio Fox quien decidió llevar, como titular del Ejecutivo federal, un tren de vida imperial con cargo al erario que, se transparente o no, ofende a una sociedad abrumada por la pobreza y la miseria mayoritarias. Fue el propio Fox quien toleró y hasta alentó que su esposa convirtiera el vínculo conyugal en una posición política por demás poderosa, pero inexistente en el marco legal, e introdujera de esa forma una distorsión inaceptable en la institucionalidad republicana. Ante semejante anomalía, y habida cuenta de que Marta Sahagún incluso llegó a expresar la ambición de suceder a su esposo en el cargo, usando el matrimonio como trampolín electoral, resultaba inevitable que la vida conyugal y familiar de ambos se convirtiera en comidilla y en sustancia de rumores, trascendidos y chismes.
A contrapelo de lo leído por Aguilar Valenzuela, no ha sido tan transparente el manejo de fondos en Los Pinos ni ha habido plena disposición oficial a informar de los negocios de las familias del Presidente y de su esposa. En tales circunstancias, la opacidad gubernamental ha servido de alimento a un ejercicio informativo distorsionador, magnificador y ciertamente injustificable.
El mayor yerro del comunicado presidencial está, sin embargo, en otra parte: en el afán por hallar, tras las miserias periodísticas, "la disputa por el poder" que el propio Fox desató, anticipadamente, con gran daño para él mismo y para el país, en el segundo año de su mandato. Es razonable suponer que algunos medios o individuos aislados obedezcan a una "estrategia política que pretende desprestigiar al Presidente y a su familia", pero la mayor parte de la contaminación informativa responde al interés de hacer dinero, incluso atropellando reglas éticas básicas en el quehacer periodístico.
El sensacionalismo y el amarillismo son descendientes bastardos de un espíritu comercial que no se pone a disputar posiciones de poder político, sino segmentos de mercado. Con el telón de fondo de las políticas neoliberales impulsadas por gobiernos recientes, el de Fox incluido, los sistemas de valores de la competencia, la ganancia y la rentabilidad han trascendido sus ámbitos propios y han invadido formas de relación social que deben ser distintas al comercio, como la religión, el deporte, la información y la política.
De manera semejante a como el actual grupo en el poder, declaradamente gerencial, se empecina en manejar al país como si fuera una empresa, medios e informadores poco consecuentes se afanan en manufacturar noticias con la convicción de que están generando mercancías, que sus audiencias televidentes, radioescuchas, lectores están conformadas por clientes, y que la información que más vende es la más llamativa y escandalosa. En ese proceso de valores trastocados el trabajo periodístico se convierte en tarea de marketing, y lo que menos importa es proceder con apego a la verdad.