Pozo sin fondo
La encuesta del Banco de México (Banxico) entre los consultores privados confirma sus propias proyecciones: la economía reducirá su ritmo de crecimiento y es probable que no sea mayor a tres por ciento anual. Por más esfuerzos que hagan los especialistas de Hacienda por edulcorar el panorama económico nacional, éste se queda como ha estado a lo largo de este "sexenio infausto", como lo ha llamado Rafael Segovia: gris tirando a negro, sin luz al final del túnel.
Algún ingenioso le soplará al Presidente que la cosa no está tan mal después de todo, porque si se toma en cuenta el crecimiento de la población, el desempeño en términos per cápita es parecido al añorado desarrollo estabilizador. Sin embargo, en aquel tiempo el empuje de la economía se dejaba sentir en el empleo formal que aumentaba sostenidamente, y ahora sólo arroja autoempleados, changarros y una población informal descuidada, insegura, dispuesta a todo con tal de sobrevivir, siempre lista para hacerla de fuerza de tarea para el crimen organizado, o los políticos sin vergüenza que entran y salen de la cárcel en olor de santidad.
Mal termina el verano y para las navidades sólo queda esperar que la economía estadunidense no se ajuste demasiado y nos lleve al abismo. Por lo pronto, solamente queda seguir el circo de los dineros que no tienen origen pero sí un solo propósito: quedarse con el poder y empezar a hacer fortuna en dólares. Como lo hacen ya los ricos mexicanos que exportan capitales sin parar mientras se quejan sin cesar del provincianismo mexicano. Todo va en un solo sentido, a cavar lo que parece ya un pozo sin fondo.
La economía pasa ya la factura al resto de la vida social. Aparte de los ingresos raquíticos que le permiten obtener a la mayoría de los que en ella aún trabajan, lo que tenemos ahora son cuotas de desempleo crecientes y un subempleo dueño del escenario urbano, mientras el campo como hábitat desaparece. Además, según nos informa el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, un buen número de ramas de la industria manufacturera reporta pérdidas de plazas a lo largo del año.
Según este instituto, al que habrá que homenajear por su estoicismo ante tanta necedad presidencial en materia de cifras y tendencias, el desempleo habría ascendido a 3.5 por ciento de la población económicamente activa, con el agravante de que menos de 40 por ciento de la misma tiene acceso a la seguridad social. De cumplirse las proyecciones del Banxico, en todo 2005 se habrían creado poco más de 400 mil plazas en el sector formal, menos de la mitad de lo que se requiere para satisfacer la demanda natural de ocupación. Mucho menos de lo que es necesario si se considera el ejército creciente de mexicanos que se va a la informalidad o es expulsado del mercado de trabajo regular, donde se otorgan prestaciones, hay contrato laboral y afiliación en la seguridad social.
Las mismas cuentas nos hablan de pérdidas de empleo en seis divisiones manufactureras: textiles y prendas de vestir, -2.7 por ciento; otras manufacturas, -2.4; productos metálicos y maquinaria, -1.8; alimentos y bebidas, -1.6; sustancias químicas, -1.5; papel y sus productos, menos uno por ciento.
Por duras y frías que puedan ser, estas cifras nos refieren al centro del drama social del México que se asoma a la sucesión presidencial en el nuevo contexto plural: una porción considerable de las familias y las personas lleva una supervivencia que no se compadece con la promesa igualitaria de toda democracia moderna. Si, además, se considera la distancia que media entre la base social y los que habitan en la cúpula del ingreso, la riqueza y las oportunidades, se tendrá que admitir que lo que el país tiene enfrente es una matriz implacable de (re)producción de la desigualdad económica y social que no puede ser el sustento de una vida colectiva segura y pacífica. Mucho menos una coexistencia democrática digna de tal nombre.
Poner en el centro del frenesí sucesorio la tragedia del mal empleo, obliga a insistir en la centralidad vital del crecimiento económico, única vía para abordar civilizadamente la disolución de este anillo infernal de la supervivencia ínfima que caracteriza la vida mexicana en la actualidad. No hay buen gobierno en el futuro nacional si esta terrífica falla no se aborda como lo que es: una herida que afecta al conjunto del edificio republicano, de por sí incompleto y frágil.
El llamado de unos cuantos empresarios para retomar la construcción y rehabilitación de la infraestructura como tarea nacional, de Estado y de empresa, debería verse como el punto de partida para una urgente cruzada nacional por el empleo seguro y digno. De lo que se trataría, han sugerido Carlos Slim y Bernardo Quintana, es de actualizar la economía mixta, que se dejó en la cuneta del cambio estructural y se llevó con ella el espíritu empresarial que vivía de esta mixtura en la cual descansron el desarrollo y la modernización mexicana del siglo XX.
Se puede y se debe intentar esta recuperación, porque en ello nos va el futuro. Ahora, sin embargo, una resurrección de la economía política histórica de México tendría que reconocer los nuevos términos de la asociación Estado-empresarios que impone el pacto democrático: una sistemática transparencia en los arreglos y las empresas compartidas, acompañada de un compromiso expreso con la superación de la pobreza extrema y la extensión de la seguridad social y la salud a todos los habitantes.
Todavía queda riqueza que poner en juego. De no ser así, la disputa por la nación vestida de democracia no sería tan enconada. Lo que no se ve en el horizonte es la decisión firme y arriesgada de retomar el gran propósito desarrollista cuya crisis nos depositó en esta playa desierta de la democracia sin objetivos y la economía sin crecimiento.