El enemigo en casa
El ataque del 11 de septiembre de 2001 y la vorágine de palos de ciego que siguieron a la espectacular y devastadora operación militar (la mentira de las "armas de destrucción masiva", la invasión de Irak, las "guerras" contra el Talibán y Al Qaeda, la infructuosa persecución de Osama Bin Laden y el arresto de Saddam Hussein) obnubilaron a los países europeos, impidiéndoles ver la realidad. Volvieron los ojos al oriente esperando la llegada de nuevos pilotos suicidas tocados con el keffiye palestino dispuestos a estrellar aviones comerciales repletos de gasolina contra la población civil.
Alá Akbar (¡Alá es grande!), imaginaron escuchar con furia suicida la sacrosanta frase del Islam como una declaración de guerra contra la Unión Europea: esperaban, ilusos, una réplica del ataque a las Torres Gemelas. Después, el inverosímil flautista de la Casa Blanca embelesó a Tony Blair y José María Aznar con la historia de las armas de Hussein y los invitó a participar en la invasión de Irak; coartaron garantías individuales, reforzaron fronteras y atiborraron los principales aeropuertos de swat teams y elementos militares. "Estamos seguros", repetían, con la satisfacción del padre de familia que cierra puertas y ventanas al caer la noche. Después de todo "el hogar de un hombre es su castillo", sentenció el jurista inglés sir Edward Coke en el siglo XVII, añadiendo, con una frase que ahora resulta irónica: "debe ser el refugio más seguro".
Algo así debe haber repetido Aznar, confiado en que la flamante amistad con Bush protegería a España. Sólo que el enemigo dormía en casa, a la vista de todos; un volcán en ebullición de 20 millones de musulmanes europeos que ostentan cada día menos orgullosos las nacionalidades francesa, holandesa, alemana, danesa, italiana, sueca y británica. Los hijos de los inmigrantes que reconstruyeron Europa después de la última guerra rechazan hoy las migajas ofrecidas por naciones que les otorgan la ciudadanía pero les niegan igualdad y oportunidades económicas.
En el siglo pasado los negros estadunidenses optaron por la resistencia pacífica de Martin Luther King Jr., pero los mujaidines europeos de hoy rompen los moldes de King y Mahatma Ganhdi y se unen a la jihad islámica. ¡Alá Akbar!, sí, pero el Dios invocado es diferente al que sus padres continúan adorando con mansedumbre y en voz baja en las mezquitas europeas.
Robert Leiken, director de seguridad nacional del Centro Nixon, advirtió con voz de profeta antes de los ataques de Londres que en cafeterías nubladas por el humo de tabaco en Holanda y Dinamarca, en templos improvisados de Alemania y Bruselas y en librerías inglesas clandestinas los jihadistas europeos reclutaban voluntarios para la guerra santa. El error fue de prioridades, pues mientras los servicios de inteligencia británico y español vigilaban al Ejército Republicano Irlandés y a la ETA, la Unión Europea debatía la posibilidad de abrir la puerta a 70 millones de musulmanes europeos con la entrada de Turquía. Los resultados de esa imprevisión se hicieron evidentes el 11 de marzo de 2004 en Madrid y el 7 de julio pasado en Londres. John Lehman, ex secretario de Marina estadunidense, reconoció en la Academia Naval de Anápolis el año pasado que los "terroristas" de hoy son los kamikazes de ayer. "El terrorismo", afirmó, "es simplemente el método, el arma que utilizan en su guerra contra Occidente."
En el caso de Londres la proverbial tolerancia británica chocó finalmente con sus exigencias de seguridad nacional: "los acontecimientos del 7 de julio cambiaron las reglas del juego", anunció Tony Blair el viernes pasado cuando promulgó una ley patriótica, estilo Bush, que permite supervisar portales de Internet, cafeterías y sitios "peligrosos", y también encarcelar y deportar a quienes "prediquen la violencia". (¿Los bobbies londinenses con instrucciones de "tirar a matar"?) Y en una medida que recuerda 1984, la novela de ciencia ficción del escritor británico George Orwell (cuyo verdadero nombre era Eric Blair), Blair, el primer ministro, se dispone a instalar miles de cámaras de circuito cerrado que vigilarán sistemas de transporte y sitios públicos: "Big brother is here".
Sólo que erradicar las garantías individuales no es la solución. Un editorial del Financial Times reconoció la semana pasada la necesidad de restructurar la "guerra contra el terrorismo". Bush mismo, admitió, comienza a dar señales de preparar a su pueblo para "una lucha generacional", similar a la guerra fría, que probablemente no implicará conflicto militar. Sólo que él es el menos indicado para liderarla.
Es necesario reconocer que el panarabismo inofensivo de ayer ha dado paso al fundamentalismo beligerante de hoy. La actitud más inteligente es la de Rodríguez Zapatero, quien retiró las tropas de Irak e inició su campaña para forjar una alianza de civilizaciones que pudiese evitar el inminente choque de civilizaciones. En su labor de acercamiento, las naciones europeas deben tener presente el proverbio árabe: "mejor cien enemigos fuera de casa que uno dentro..."