Usted está aquí: sábado 13 de agosto de 2005 Opinión Sibelius en Toluca

Juan Arturo Brennan

Sibelius en Toluca

Toluca, Méx. Las posibles motivaciones para viajar a Toluca y asistir al último concierto de la Temporada No. 102 de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM) eran varias. Por una parte, confirmar o desmentir el buen estado musical que guarda la orquesta mexiquense. Por la otra, escuchar un programa, si bien muy tradicional, a la vez bien conformado y equilibrado. Y, de manera particular, la curiosidad por escuchar en vivo al pianista estadunidense Dickran Atamian, como solista invitado.

Para este concierto de clausura, la Sinfónica del Estado de México invitó como director huésped a Douglas Meyer, cuya batuta parsimoniosa contribuyó al logro de algunos buenos momentos musicales. Por ejemplo, en la obertura de la ópera Rienzi, de Richard Wagner, con la que se inició el programa, Meyer hizo una lectura apropiadamente lenta, deliberada, ensamblando bien los tempi de las diversas secciones de esta heroica y pomposa pieza wagneriana.

En efecto, si hay algún compositor que no tolera los excesos de velocidad, ése es Wagner; si no, que le pregunten a Toscanini, que era un experto en tocar a Wagner como si lo estuviera persiguiendo una horda de nibelungos. Como resultado global, una obertura Rienzi densa y grandiosa, como mandan los cánones, anclada por la sólida sección de metales de la orquesta mexiquense.

Ahora bien, ¿por qué la curiosidad de escuchar a Dickran Atamian en vivo? Me explico. Hace muchos años adquirí un viejo disco LP con su grabación a la versión para piano solo de La consagración de la primavera, de Igor Stravinski, realizada por Sam Raphling. En aquel entonces, mis inocentes oídos quedaron asombrados y abrumados por el virtuosismo extremo de este tour de force pianístico-stravinskiano.

Años después compartí esa grabación con un pianista mexicano que goza de un oído envidiablemente perfecto. Después de escuchar con atención profunda los primeros minutos de esta Consagración de Stravinski-Raphling, grabada por Dickran Atamian, el pianista en cuestión sentenció de manera categórica: ''No hay pianista que pueda tocar esto así como se oye en el disco. Esta grabación está altamente cocinada y manipulada en el estudio". De ahí, entonces, mi natural curiosidad.

En esta ocasión, Atamian y la OSEM interpretaron el Segundo concierto para piano de Camille Saint-Saëns, y desde sus primeros compases, el solista atacó la obra con furia, fuego y energía, lo que permitió que el flujo musical no decayera a lo largo del trayecto. La impresión general fue la de un pianista que sin duda tiene la técnica, las herramientas y los mecanismos necesarios para la música de alta exigencia virtuosística; en cambio, sus cualidades expresivas y su potencial para los pasajes cantabile no son del mismo calibre.

Atamian realizó una interpretación cerebral a una obra cerebral, característica principal de gran parte de la producción de Saint-Saëns, y quedó en deuda en el aspecto de los matices y los contrastes. Vale la pena mencionar que el tamaño y el diseño de la sala Felipe Villanueva, de Toluca, permitieron que la sonoridad del piano se proyectara mejor que en otras salas de mayores dimensiones, lo que dio como resultado un Segundo concierto de Saint-Saëns mejor balanceado y con una mayor presencia del solista.

Para concluir, Douglas Meyer dirigió la espléndida Segunda sinfonía de Jean Sibelius y, de nuevo, su enfoque parsimonioso ayudó a mantener bajo control el tempo general de la obra. Si esta cualidad fue benéfica para el fascinante proceso de deconstrucción-reconstrucción temática que plantea Sibelius en el primer movimiento de la obra, no lo fue tanto para otras partes que requieren de mayor empuje y energía motriz. Entre los aciertos de Meyer es posible mencionar su adecuada diferenciación estilística entre los transparentes corales de alientos y los masivos, casi brucknerianos corales de metales.

Bien equilibradas, también, las dinámicas diversas de los episodios del cuarto movimiento, conducidos por el director huésped hacia una coda larga, amplia y solemne, que le va muy bien a la Segunda sinfonía de Sibelius.

A lo largo del concierto, la Sinfónica del Estado de México mostró cohesión, disciplina y buen rendimiento y, de hecho, el colmillo y la experiencia de sus músicos suplieron en varios momentos (sobre todo en Sibelius) las carencias de Douglas Meyer, en particular en lo que se refiere a algunas propuestas inciertas de fraseo.

En este ámbito destacaron las contribuciones individuales de Joseph Shalita, en el oboe, y de John Urness, en la trompeta.

 
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