Usted está aquí: jueves 18 de agosto de 2005 Opinión Zapatismo y anticapitalismo

Sergio Zermeño

Zapatismo y anticapitalismo

¿Quién es de izquierda? ¿Quién no lo es? ¿Quién es de centro? ¿Quién es anticapitalista? ¿Quién es populista? ¿Quién es traidor? ¿Quién es neoliberal? ¿Quién es Salinas? ¿Quién es su espejo? ¿Quién fue voto útil? ¿Quién sacó al PRI? ¿Quién lo regresará con el abstencionismo inútil? La Sexta Declaración de la Selva Lacandona vino a convertirse, queriéndolo o no, en un eficaz revelador, como en fotografía, de lo más característico de la mexicanidad, nuestra fascinación por el vértice de la pirámide, desde todos los ángulos, desde todas las posiciones ideológicas: en contra o a favor, de espaldas o de frente, despechados o apasionados, pero lo que nos marca es esa obsesión con el poder, constante, inevitable. Somos una cultura estatal. Cada seis años dejamos todo y nos entregamos enfebrecidos al rito de unción del nuevo tlatoani, desde la izquierda o desde la derecha, desde arriba o desde abajo, desde la selva o desde el concreto, disparando incluso hacia abajo para ver hasta dónde rebota hacia arriba...

Cuesta trabajo pensar que un esfuerzo tan grande como la organización de las reuniones zapatistas, con víveres, templetes y todo, y el traslado desde puntos tan lejanos de todas esas organizaciones, grupos políticos, representaciones indígenas, ciudadanos y animalitos, termine encerrándose, en lo fundamental, en una discusión sobre la conveniencia o inconveniencia de apoyar a López Obrador, de agredirlo, de abstenerse, de hacer un frente de masas alternativo... Alrededor de esas carpas y de esos alegatos intensamente políticos se extienden, llenos de imaginación, iniciativa, cooperación y sufrimiento, los caracoles, esas regiones zapatistas integradas por grupos de municipios autónomos que intentan construir, día con día, una mejor calidad de vida para sus habitantes y una mejor relación de sustentabilidad con su entorno natural.

Pero la explicación de que muy poco sepa la opinión pública sobre los caracoles y muy poco nos digan los despachos de prensa sobre ellos no sólo depende de la fascinación por la política, sino que se acentúa debido a un componente muy propio de la izquierda que Neil Harvey nos recordó este domingo en La Jornada polemizando con Víctor Toledo: "Las luchas por la sustentabilidad son muy valiosas, pero hay que ver si no terminan facilitando la privatización de los recursos naturales... (Es cierto que) a escala mundial hay un nuevo sector empresarial respetuoso de los procesos de la naturaleza y empeñado en establecer relaciones equitativas y justas con sus contrapartes... Pero, ¿cómo pueden ser equitativas las relaciones comerciales o laborales en un sistema que sigue siendo capitalista? Los zapatistas piensan que el capitalismo no da para tal equidad y, por lo tanto, vuelven a plantear la necesidad de un programa nacional de izquierda..."

Ahí está justamente un tema que debe ser abierto sin cortapisas a la discusión: los intentos de mejorar la calidad de vida y el entorno natural que son animados desde lo local-regional, ¿no deben ser considerados más que como ensayos de "capitalismo ecológico neoliberal" que, a final de cuentas, reproducen la desigualdad existente, y en consecuencia no son solución de nada, si no se les hace acompañar con, y si no derivan en, una acción política anticapitalista eficaz y de izquierda, que logre un cambio verdadero gracias a la convergencia en un frente de masas con fuerzas nacionales e internacionales? Frente a esa concepción hay otra que considera que el cambio es paulatino, que la violencia provoca en la mayoría de los casos sufrimiento, verticalismo y regresión, y que se pueden mejorar las condiciones de vida y las condiciones del entorno en espacios territoriales medios, como ha sido posible en algunos lugares de América Latina y en muchos de Europa, gracias a unos esfuerzos de empoderamiento ciudadano que reciben el apoyo de universidades, instituciones de investigación, políticas públicas con "mirada social", organismos nacionales e internacionales de fomento, comercio justo, empresariado con conciencia de su pertenencia regional, etcétera. El camino es largo, como bien lo ha dicho el subcomandante Marcos, pero no todo es absolutamente capitalista ni absolutamente anticapitalista. El que las cosas comiencen a ir en el sentido de la justicia social depende de la capacidad de los actores sociales para exigir sus derechos, depende de que todos encontremos un camino para dar poder a esos actores; hay muchos ejemplos donde los programas gubernamentales resuelven problemas de veras, y eso depende de que haya colectivos que sepan exigir sus derechos y sepan aprovechar las oportunidades. ¿Por qué los poblados del bajo Guadalquivir, en España, han podido levantar sustancialmente su calidad de vida con el turismo y otras actividades, a pesar de encontrarse en el centro del neoliberalismo y a pesar de la pérdida de tantos de sus empleos frente a la apertura y la globalización? Hay una vía paulatina, es social y no política; pensémoslo, pensémoslo bien.

 
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