Chiítas, la mayoría de las víctimas en uno de los barrios más pobres de la ciudad
Atentado en estación de autobuses en Bagdad; 43 muertos y 80 heridos
Luego del estallido: caos, anarquía, civiles furiosos y soldados estadunidenses aterrados
Bagdad, 17 de agosto. En su mayoría eran chiítas musulmanes que, presumiblemente, eran el objetivo. La estación de autobuses de Nahda es para gente pobre, ancianas, madres, los desempleados que quieren regresar a sus ciudades en el sur chiíta del país. Durante la guerra entre Irán e Irak, entre 1980 y 1988, era el lugar de los últimos adioses, donde decenas de miles de soldados de a pie, la mayoría de ellos chiítas, salían rumbo al frente para nunca regresar.
El miércoles dos coches bomba estallaron poco después de las ocho de la mañana en la misma terminal, donde 22 vehículos se convirtieron en brasas. Muchos pasajeros de autobuses murieron quemados en sus asientos.
A las 11 de la mañana, cuando la estación era un cementerio de tiendas y automóviles carbonizados, ya reinaban ahí el terror y la anarquía. Policías enmascarados ordenaban a los conductores salirse del camino mientras asustadas tropas estadunidenses a bordo de Humvees insultaban a iraquíes que se atravesaban al paso de su convoy.
La terminal de autobuses de Nahda, con su vasta población chiíta proveniente de los barrios pobres de Ciudad Sadr, es probablemente el área más violenta y peligrosa de Bagdad lo cual, por supuesto, fue una de las razones por las que los atacantes decidieron dejar ahí sus coches bomba. Lo que es peor: provocaron otra explosión -probablemente de mortero- en el cercano hospital de Al Kindi, en el momento en que empezaban a llegar los heridos.
En total -hasta donde llegó un conteo inicial- 43 civiles murieron y más de 80 resultaron heridos en lo que fue el peor atentado en Bagdad de este mes. El poder de las bombas fue evidente por el daño que causaron. En el camino vi lo que quedó de uno de los coches repletos de explosivos: Una parte del motor, una manguera del tanque de gasolina y unos cuantos metros de alambre. Pero a medio kilómetro de distancia, seguían viéndose los autos y autobuses quemados. Casi todos los muertos quedaron incinerados en segundos. Las morgues tendrán que hacer un cálculo de cuántos fueron. Y desde luego, los medios occidentales lo olvidarán. Diecisiete soldados españoles caídos en Afganistán cuentan más que 43 iraquíes muertos.
Poco después del bombazo, la terminal era el caos, los policías encapuchados maldecían a los civiles cuando éstos trataban desesperadamente de poner orden en la calles repletas de gente furiosa -temerosa de más ataques, desde luego- mientras los igualmente aterrados soldados estadunidenses se peleaban con la gente en el camino, igualmente atestado, a bordo de sus frágiles Humvees.
En una estrecha calle, Mohamed, mi chofer, logró apretujarse entre dos Humvees estadunidenses -un error potencialmente mortal porque ésta es la táctica empleada por los atacantes suicidas para incrementar su número de víctimas- pero para nuestra inmensa buena suerte, un soldado afroestadunidense saltó de su vehículo para regañarnos. El oficial en lo alto del Humvee ya había tratado de apuntarnos con su ametralladora, pero no pudo inclinarla lo suficiente como para abrir fuego.
Autos y camiones quemados quedaron alineados en el camino. El hospital, en uno de los más pobres suburbios de Bagdad, ya había sido rodeado por tropas estadunidenses y policías iraquíes; todos ellos se cubrían los rostros con pasamontañas o pañuelos. Ahí estaban también numerosos chiítas musulmanes, furiosos.
"Están tan enojados que parecen hombres de las cavernas", me dijo un amigo iraquí. Por primera vez, parecía que no hubo atacantes suicidas involucrados; sólo coches bomba, a la antigua, retacados de explosivos, con el fin de matar al mayor número de inocentes en el menor tiempo posible.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca