Los desatinos del adiós
Para el fin de fiesta del sexenio nadie pide ya demasiado. Los empresarios se atreven a solicitar un poco de coherencia, y si ella no está al alcance del gobierno que se despide con las horas, una dosis mínima de sobriedad hacendaria, o hacendada. Con su frenético fin de campaña presidencial, que tal vez quiera cerrar el primero de diciembre de 2006, el presidente Fox conspira ahora contra la obligada reflexión que los mexicanos tienen que hacer para entrar en lo que no parece otra cosa que un túnel oscuro llamado sucesión presidencial.
El Presidente ha llenado todos los espacios a su mano en la radio y la tv para transmitir su equívoco mensaje de autocongratulación democrática. Sólo le "caen mal" los que no hacen otra cosa que quejarse, ha dicho repetidamente, y a la vez que responde a los esquivos ciudadanos que le piden que actúe como antes, con el sable o el látigo en la mano, le habla a los que son demócratas de a de veras y entienden que lo que México quería era un presidente que no mandase, no obedeciese, ni se atreviera a poner en orden un aparato estatal enorme dispuesto por ley y costumbre a seguir las instrucciones, insinuaciones y sugerencias del mandatario en turno. Fieles a la leyenda negra del Estado que inventaron, y luego se tragaron, los gobernantes del adiós convocan a una nueva cruzada contra el sistema que les permitió arribar al mando.
Por más de cuatro años, el Presidente y sus cercanos colaboradores dieron la impresión de que lo que querían era usar todo el aparato del Estado heredado de los herederos de la Revolución sin pretender mayores cambios, salvo los que su agenda dicha y no dicha les indicaba. Para desplegarla y convertirla en realidad renovadora, nos dijeron una y otra vez desde Los Pinos, era preciso que los actores que la reforma política había hecho surgir se olvidaran de su origen inmediato y se dispusieran a seguir las instrucciones del nuevo mandamás.
Sólo así se puede uno explicar sus opacos pactos con parte de los dirigentes políticos del PRI, y sus veleidades iniciales con destacados políticos y políticas del PRD, con quienes al parecer imaginaba conformar una especie de "gobierno de unidad nacional", sin decir su nombre ni ponerlo a consideración de sus mandantes mediatos e inmediatos. Poco a poco, todo este edificio imaginario se desplomó debido a la acción corrosiva de los intereses mediatos e inmediatos de los compañeros de viaje, en especial el PAN, a los que ni el Presidente ni sus amigos de entonces habían invitado, o siquiera participado, de la travesía.
El supuesto básico de esta aventura era que no obstante el cambio en el puente de mando, en el departamento de máquinas y en cubierta todo seguiría igual. Que el mando unívoco recibido del presidente Zedillo serviría para los fines imaginarios de los tejedores del voto útil, las supercherías sobre los "70 años perdidos" y las jaculatorias de los capitanes de la revolución de los crucifijos bendecidos unos años antes en el Cerro del Cubilete.
Nada ocurrió como se soñó, tal vez porque los sueños sólo son eso, sueños. Pero el daño ha sido mayor, y los propios arquitectos del milagro del 2 de julio de 2000 andan como náufragos sin isla ni Viernes que les transmita algo de esperanza o sabiduría. Lo más grave es lo que ocurre dentro del partido triunfador de esas históricas elecciones, donde ninguno de sus personeros, dirigentes, aspirantes, acierta a tejer una idea congruente con su rica tradición, y sólo dan traspiés a la espera de alguna solución milagrosa que saben bien no podrá provenir de ningún modo de las alturas presidenciales.
El daño ahí, en el partido del Gómez Morín que se soñó redentor civilista y civilizador y quiso poner un dique liberal al ímpetu de la reforma social que puso en circulación el presidente Cárdenas, nada más ni nada menos, ha sido sin duda mayor, aunque no se le registre en la feria de las encuestas que hacen las veces de placebos de ocasión para el resto de los jugadores. Lo grave es que dentro de Acción Nacional nadie se atreva a tomar nota a la luz del día.
Del resto habrá que ocuparse con el detalle a que obliga la gravedad de la situación. Pero por lo pronto hay que consignar que el código que organiza sus pugnas y despropósitos sigue siendo el del presidencialismo que, en un caso, los dejó solos y, en el otro, los enfrentó y afrentó sin llevarlos a abjurar de su credo sino, por lo visto, a refrendarlo con más fuerza e ilusión, aunque ahora con verbo promisorio y compromiso redentor. De cualquier forma, el viejo y alevoso dictado del querido filósofo Tuti Pereira sigue abrumándonos: la humanidad cambia, si lo hace, por micras. Qué tedio y cuánto esfuerzo, para tener que admitir el valor histórico de la resignación.
Mientras tanto, el ejército de faltantes, quejosos, víctimas de las acciones y de las omisiones dizque racionales de los dueños de la hacienda, vela sus armas. A lo mejor tienen razón los nuevos y malos lectores de Ramos y Paz y lo que ocurre es que esta raza no tiene remedio.