Usted está aquí: lunes 22 de agosto de 2005 Política Dar campo al campo

Armando Labra M.

Dar campo al campo

Dentro de tres años se dará la apertura comercial total del campo mexicano conforme lo comprometido en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Mucho se ha escrito al respecto de los efectos del tratado sobre la economía mexicana; sin embargo, uno de los trabajos más sugerentes salió publicado en mayo pasado bajo auspicio de la CEPAL con el título El efecto del TLCAN sobre las importaciones agropecuarias estadunidenses provenientes de México.

El estudio, elaborado por José Alberto Cuéllar Alvarez, ciertamente aporta un enfoque novedoso porque a diferencia de la mayoría, que se esfuerza justificadamente en medir el impacto en la producción nacional, el que comentamos se aboca a identificar qué efecto comercial se logró en el mercado de Estados Unidos.

Con las reservas del caso que el propio autor advierte, las conclusiones son alucinantes, sobre todo si pensamos en la apertura total del campo en 2008.

El estudio "no detectó efecto alguno del TLCAN sobre el comportamiento de las ventas agropecuarias de México a Estados Unidos". Los dos factores que sí influyen son el tipo de cambio real y la tendencia temporal de las ventas que obedecen a procesos de largo plazo que se iniciaron antes del TLCAN, sin registrar influencia alguna de éste.

"En suma", concluye Cuéllar, "la evidencia apunta hacia un efecto poco significativo del TLCAN sobre la exportación de productos agropecuarios (mexicanos) al mercado estadunidense. Como han señalado otros autores, el tipo de cambio real y sus drásticas variaciones alrededor de 1994 parecen desempeñar un papel más importante..."

Otro estudio de interés es el de Andrés Rosenzweig titulado El debate sobre el sector agropecuario mexicano en el TLCAN, que apareció en marzo de este año y también fue elaborado bajo auspicios de la CEPAL. El trabajo muestra que entre 1994 y 2003 el PIB agropecuario, forestal y pesquero creció en promedio anual a razón de 1.9 por ciento, mientras que el PIB nacional lo hizo en 2.5 por ciento.

Tal rezago significativo tiene que ver con un dato aportado por el autor: "durante el periodo de instrumentación del TLCAN el crédito a los sectores agropecuario, forestal y pesquero pasó de 187 a 37.7 millones de pesos entre 1994 y 2003. Por ende -añade-, cuando el crédito era más necesario para cumplir los objetivos del TLCAN respecto de la conversión productiva, el aprovechamiento de ventajas comparativas y la modernización de unidades productivas, el sistema crediticio al campo sencillamente se colapsó".

Ese rezago también se expresa en que si bien 39.4 por ciento de los mexicanos viven en condiciones de pobreza y 12.6 por ciento a nivel de franca indigencia, las proporciones en zonas rurales ascienden a 51.2 por ciento y 21.9 por ciento, respectivamente. Otro dato importante que nos aporta Rosenzweig es que de 1994 a principios de 2003, los salarios diarios reales promedio en el sector formal eran de 156.86 pesos, mientras en el sector primario de apenas 93.97 pesos (160.66 en la minería, 158.37 en las manufacturas, 116.34 en la construcción y 138.78 en el comercio).

El campo ha realizado un esfuerzo heroico para seguir creciendo, así sea lentamente, en condiciones adversas externas, pero también internas, enfrentando a un gobierno favorecedor sólo del agro exportador minoritario y en franca distancia respecto al resto del mundo rural. El gobierno ve a esta mayoría como un fardo residual respecto a la sociedad, la política y la economía. En rigor no la ve ni quiere verla.

Como un efecto más de la ignorancia histórica de los diseñadores de las políticas públicas en boga, no se concibe al campo como parte de nuestro todo, sino como un lastre sin solución al que hay que limosnear y corromper para que no grite.

Pero la historia es cruel y no hace caso de quienes olvidan o desconocen sus lecciones. Todos pagaremos caro soslayar que ningún país se ha desarrollado en forma sostenida y creciente sin resolver integralmente el binomio campo/industria porque así se armoniza la vida entre campos y ciudades y se mitiga la desigualdad al tiempo que se produce y exporta para beneficio de la población.

Hoy resulta urgente darle su campo al campo dentro de una política económica para establecer las bases de una política industrial articulada con el campo y los demás sectores de la economía. Los expertos y los teóricos más avanzados advierten que sólo prosperan los países que no han creído en la perfección de los mercados libres.

En efecto, los estadunidenses y canadienses, los europeos, algunos latinoamericanos y los asiáticos asientan sus economías exitosas en mercados imperfectos donde la competencia se ciñe a la política y al interés público. Es hora de aprender para respondernos con rigor: ¿nos aporta el TLCAN al campo o debemos renegociar? ¿Podemos proseguir sin integrar al campo con el resto del país? ¿Nos conviene seguir al garete económico? Cualquier "no" como respuesta amerita que nos pongamos a trabajar, pero ya.

 
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