¿Gatitos?
Siempre he creído que traducir un musical a lenguas diversas para complacer a públicos locales es tan abominable como presentar óperas en cualquier idioma que no sea el original. Por ello, encontré especialmente bienvenida la ocasión de ver y oír Cats en inglés en el Auditorio Nacional, con el moderno beneficio de los subtítulos en pantalla. Después de asistir a una de las funciones de la obra, me quedé con la convicción de que para entender y disfrutar Cats no es indispensable amar locamente a los gatos y ser fan incondicional de sir Andrew Lloyd Webber... pero ciertamente, ayuda mucho.
Quizá la característica más destacada de Cats es que no se trata de una pieza convencionalmente narrativa; de hecho, no tiene un argumento definido y se desenvuelve mediante viñetas vagamente interconectadas en lo musical y en lo escénico. En esas viñetas se ponderan las numerosas cualidades y virtudes de los gatos en general, y se hace un recuento de las aventuras y desventuras de algunos gatos particulares. Para envolver estas viñetas gatunas basadas en los eufónicos poemas de T. S. Eliot, Andrew Lloyd Webber ha creado una partitura ecléctica y poliestilística que, en este sentido, es muy congruente con el resto de sus creaciones en el ámbito del musical teatral. Es un hecho claro, sin embargo, que no hay en Cats la profusión de melodías memorables que caracteriza sus mejores creaciones y, a la vez, no hay aquí música tan aguerrida y potente como la de Jesucristo Superestrella, ni tan evocativa como la de Evita, ni tan melancólicamente oscura como la de El fantasma de la ópera. Acaso, se quedan en la memoria un par de números destacados, como el efervescente inicio coral dedicado a los Jellicle Cats, y la dulce balada Memory, presentada al final del primer acto y retomada en varios momentos del segundo.
Por lo demás, la música de Cats pone en evidencia, de nuevo, la habilidad, el oficio y el colmillo de Lloyd Webber para la creación de partituras cuya variedad de expresión no atenta contra la unidad del espectáculo. Así, los gatos y gatas cantan y bailan al ritmo del jazz, el swing, el pop, la balada, la música de cabaret, las inflexiones típicas de Broadway, un par de toques de rock aquí y allá, etcétera. A la vez, desde el punto de vista del estilo hay también un poco de ópera y opereta (quizá con algunos guiños a los señores Gilbert y Sullivan) y, cosa muy saludable, varios momentos de divertida autoparodia. Pero también es posible hallar algunas cosas más complejas. En Cats destaca, por ejemplo, la presencia de algunos números en que la escritura vocal tiende más a lo hablado que a lo cantado, una especie de Sprechgesang felino que, al ser acompañado con música de cierta aspereza armónica, casi atonal, se convierte en un buen elemento de contraste frente a los momentos más populares y/o sentimentales de la pieza. Por otra parte, es un hecho que los textos de Eliot abundan en referencias culturales de todo tipo, provenientes de diversos ámbitos, y la capacidad del público para detectar sus orígenes es condición sine qua non para el disfrute cabal de lo que ocurre en ese callejón benéficamente infestado de gatos. Entre esas referencias, por ejemplo, dos muy divertidas inserciones musicales de Rule Britannia y de For he's a jolly good fellow. Respecto de los textos que dan forma a Cats, y sin pretender comparar al poeta inglés con quien fuera libretista de cabecera de Lloyd Webber, lo cierto es que extrañé la lengua (¿o pluma?) felizmente viperina y la mala leche de Tim Rice. Hay, sin embargo, algunos temas interesantes, entre los cuales destaca cierta gritería de gatos que discuten las virtudes relativas del teatro antiguo y el teatro moderno, asunto que sigue teniendo una vigencia más que actual.
Como suele ocurrir en el caso de la mayoría de estas compañías itinerantes de larga experiencia, el nivel de ejecución escénica y musical resultó homogéneamente correcto, aunque sin protagonistas o episodios relevantemente destacados. Supongo, por otra parte, que las necesidades mismas de estas prolongadas giras limitan ciertos aspectos de la producción, y en este sentido sí se extrañó cabalmente la presencia de instrumentos acústicos en la interpretación de la música. El exceso de instrumental electrónico dio como resultado una versión un tanto fría y mecánica de la siempre sólida música de Lloyd Webber. Lo que queda, en resumen, es una divertida y extrovertida oda a los gatos, y es mi convicción de que ninguna obra que glorifique al gato puede ser mala.