Editorial
Nada que decir
Diversas voces políticas y sociales habían venido expresando el temor de que el presidente Vicente Fox, al entregar en San Lázaro el texto de su quinto Informe de gobierno, repitiera, en su mensaje político al Congreso de la Unión, una apreciación idílica y maquillada de las circunstancias angustiosas, en muchos ámbitos por las que atraviesa el país. Pero ocurrió algo peor: el titular del Ejecutivo federal se limitó a ofrecer una versión ampliada de sus espots propagandísticos previos al primero de septiembre, expresó algunas ideas políticas más bien primarias, recriminó por enésima vez al Legislativo por no haber aprobado iniciativas presidenciales... y se despidió.
Por lo demás, no hubo en la alocución foxista ninguna referencia o alusión significativa al documento entregado ni al "estado general que guarda la administración pública del país", como prescribe el artículo 69 de la Carta Magna.
Nada relevante dijo el mandatario sobre la descontrolada y creciente violencia delictiva que azota a la sociedad; nada, del alarmante deterioro de la vida política; nada, de los vacíos de poder creados por la torpeza gubernamental y la pusilanimidad de políticos y funcionarios; nada, acerca de la catastrófica pobreza y la degradación de los sistemas de educación y salud públicas; nada, de los encontronazos, cada vez más frecuentes, con el gobierno estadunidense; nada, de la indefensión extrema que padecen los comuneros y ejidatarios, los indígenas y los migrantes; nada, de los escándalos generados en las filas del gobierno y en el entorno familiar inmediato del Presidente.
Tal ausencia de contenidos en un discurso de más de 45 minutos no sólo es indicativa de la falta de claridad, rumbo y objetivos del gobierno actual, sino constituye una falta de respeto al Legislativo y a la sociedad, la cual espera de un mensaje político presidencial posicionamientos sobre los problemas que enfrenta el país, problemas que, en el momento actual, son muchos y muy graves.
Ante semejante desencuentro entre lo dicho por el mandatario y las expectativas mínimas que genera un mensaje político presidencial, las expresiones de protesta ocurridas en la sesión pueden calificarse incluso de moderadas y menores, y de comedido el discurso de respuesta que leyó el diputado priísta Heliodoro Díaz Escárraga, por más que la réplica haya sido, en el fondo, demoledora.
Lo único positivo que podría encontrarse en el acto efectuado ayer es que el actual titular del Ejecutivo federal, que tanto ha hecho en detrimento de la institución que encabeza, consiguió poner en evidencia, con la insustancialidad de su alocución, el sinsentido de un ritual que, en su formato presente, propicia los monólogos de autoelogio y complacencia e impide el intercambio de ideas y el debate político. Por lo que respecta a Fox, y a juzgar por la vacuidad de lo que leyó ayer en el Palacio Legislativo de San Lázaro, da la impresión de que ya había dicho en sus cápsulas publicitarias radiales y televisivas todo lo que tenía que decir.