Zapatismo y sustentabilidad
Agradezco a Neil Harvey (La Jornada, 14 de agosto) el haberse ocupado de leer, analizar y criticar mi artículo sobre "El zapatismo rebasado" (La Jornada, 18 de julio). Como suele suceder cuando se disiente, existen puntos de vista compartidos, equívocos, visiones que se traslapan parcialmente y, por supuesto, aspectos centrales en los que no se está para nada de acuerdo. Por razones de espacio, me concentraré en cuatro puntos.
Criticar no es descalificar. Harvey afirma que "... si en toda esta discusión hay un adjetivo severo y descalificador éste es el término 'rebasado'". Ante ello, aclaro que nunca ha sido mi intención descalificar al zapatismo, movimiento social con el que siempre me he solidarizado. Sin embargo, ello no me obliga a dejar de ejercer mi derecho a la crítica, única manera de superar el dogmatismo tan común en fieles, seguidores y militantes de ideas y líderes religiosos, políticos y académicos.
Creo, en efecto, que el zapatismo está rebasado (y con creces), como también lo están la mayoría de los pensadores de izquierda, y buena parte de las ciencias contemporáneas. La razón: estamos viviendo una época única en la historia de procesos que se aceleran, de inercias desbocadas, de fenómenos de complejidad inimaginable. Como diría Ulrich Beck, el mundo ya no es el que pensábamos que era.
En esta vorágine de sinergias y cambios, casi todos nuestros puntos de referencia han quedado desbordados. Hoy estamos obligados a revisar a fondo y a modificar en su caso nuestros instrumentos de análisis. El zapatismo no es la excepción: sus discursos y acciones siguen dominados por visiones y percepciones inviables o inoperantes frente a la realidad actual. Ello lo hace ignorar un inconmensurable arsenal de otras experiencias llevadas a cabo por los mismos pueblos en su larga, casi eterna, resistencia cultural y política.
Esas propuestas de construcción del poder local, que pueden ser agrupadas en torno al nuevo paradigma de la sustentabilidad, llaman la atención porque son sensatas, realistas, reproducibles y eficaces y, sobre todo, porque logran conectar y unificar sectores del mundo globalizado que antes aparecían distantes, disociados y hasta antagónicos. Al ignorar esas propuestas, el zapatismo neutraliza su propio potencial y evita su evolución política y social.
¿Proyectos fracasados? Utilizando solamente el ejemplo de la ARIC-Unión de Uniones de Chiapas, Harvey concluye que la estrategia seguida por los "movimientos sociales regionales capaces de negociar hasta cierto punto con el Estado y el mercado" no ha funcionado. Sin entrar a la discusión del caso de la ARIC, organización campesina que no representó para nada el tipo de proyecto a los que yo me refería, me parece que Harvey desconoce el panorama que hoy presenta ese "otro zapatismo": unas 2 mil 500 comunidades (la gran mayoría indígenas) en unas 25 regiones, comprometidas en proyectos que incluyen manejo de agua, bosques y selvas, agricultura orgánica, extracción de productos no maderables, pesca, artesanías, ecoturismo y conservación.
El temor por lo externo. En varios párrafos, Harvey expresa su temor por el mundo externo a las comunidades, y percibe que si los indígenas en lucha se abren al intercambio económico terminarán siendo devorados por los mercados del capital. Y se pregunta: "¿cómo pueden ser equitativas las relaciones comerciales o laborales en un sistema que sigue siendo capitalista?"
Sin olvidarse de que el mundo dominado por el capital es un "mar despiadado repleto de tiburones", los pueblos organizados en cooperativas, sociedades e incluso empresas se han lanzado a aprovechar las oportunidades del mercado blindándose en dos flancos: sus vínculos con la naturaleza (el uso adecuado de sus recursos locales que garantiza el autoconsumo) y sus propias fortalezas y reciedumbres comunitarias y colectivas basadas en la identidad cultural, su memoria histórica y su democracia participativa.
Ello no los ha exentado de fracasos, descalabros y decepciones, pero esa experiencia ganada les ha permitido reconocer en el mundo urbano e industrial a los que son aliados, socios, enemigos o explotadores. De ahí su soltura y seguridad para intercambiar productos, conocimientos, tecnología e información sin perder el control y para participar en nuevos ámbitos comerciales de carácter alternativo (mercados justos y "verdes").
Ejemplos existen: la comunidad indígena de Nuevo San Juan, en Michoacán, maneja 19 empresas (forestales y de otros tipos); los nahuas de Puebla, además de comercializar café, pimienta y miel, mantienen y expanden con gran éxito una caja de ahorro regional ("banco del pueblo"); los zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca (Pueblos Mancomunados) surten diariamente de agua embotellada a la capital del estado.
¿Capitalismo ecológico neoliberal? Rompiendo su estilo mesurado, Harvey termina su crítica con un exabrupto descomunal. Al viejo estilo y sin demostrarlo, juzga y califica de "capitalismo ecológico neoliberal" un fenómeno que al parecer poco conoce, y de paso afirma que "... quizás ese es el real punto de debate" entre el zapatismo y quien esto escribe. Quisiera ver a Neil Harvey diciéndoles "capitalistas ecológicos neoliberales" a los 15 mil productores indígenas de café de Oaxaca agrupados en CEPCO, a las organizaciones forestales mayas de Quintana Roo, o a las 5 mil familias nahuas de la cooperativa Tosepan Titataniske de la Sierra Norte de Puebla, por sólo citar algunos, todos los cuales apoyaron al movimiento zapatista con declaraciones, manifiestos y contingentes en marchas y mítines, además de participar en la lucha de El campo no aguanta más, y de denunciar en Cancún, junto con Vía Campesina, la globalización neoliberal.
Finalizo coincidiendo con Harvey cuando afirma: "... es probable y deseable que en las próximas reuniones [zapatistas] con organizaciones indígenas y campesinas se empiecen a identificar puntos de acuerdo en torno a la defensa de los recursos naturales y la promoción de modelos autogestivos ..." Esperemos que así sea.