Arte en Santo Domingo
Hace unos años comentamos, en relación con la restauración de la sacristía del soberbio templo de Santo Domingo, ubicado en la majestuosa plaza que lleva su nombre, que no cabe duda que la arquitectura hecha con talento, originalidad y amor puede constituir una obra de arte. Esto es lo que ha logrado el padre Julián Pablo Fernández en las diversas obras que ha llevado a cabo en ese recinto religioso, uno de los más bellos de la ciudad y quizás el único que continúa embelleciéndose.
Recordemos que el espacio de la sacristía estaba sumamente dañado, al igual que parte de las instalaciones conventuales. Para salvarlas se requirió de una cirugía mayor, situación que aprovechó el padre Julián Pablo, hombre de fina sensibilidad y gran talento artístico, quien unos años atrás promovió y dirigió la restauración del coro del templo y su portentosa sillería, y del impresionante altar mayor, obra de Manuel Tolsá, que estaba pintado como carnicería.
Ahora nuevamente nos maravilla con la restauración, totalmente contemporánea, de la capilla reserva del Santísimo Sacramento, un pequeño espacio al lado del altar mayor, que se encontraba en el abandono. Hoy nos deslumbra con sus muros recubiertos de hoja de oro, la recuperación de dos puertas de marquetería del siglo XVII, que estaban ocultas por capas de pintura y hoy lucen su colorido original, turquesa y bermellón; con el apoyo de mecenas modernos, de la única ventana, en las alturas, surge impactante una original escultura de vidrio soplado en distintos tonos de rojo y ámbar, que cobró vida en la fábrica La Primavera, de Guillermo Estrada, que realizó el padre Julián, igual que el moderno pedestal hecho con placas de barro de alta temperatura, que hizo en Oaxaca, en el taller de Adam Paredes, donde trabaja Francisco Toledo; encima, una piedra de recinto negro de Opala, Hidalgo, sobre la que se posa el sagrario de cedro estofado de oro. También pintó el rostro del Creador en los dorados muros. En las puertas se admira un Cristo de alabastro del siglo XV; la lámpara del Santísimo no se queda atrás; igualmente diseño del padre, está realizada con casquillos de bala de cañón; el piso es de albo ónix. En éstas exquisitas labores ha participado con entusiasmo el doctor Felipe Galindo, quien esculpió el vitral de la sacristía
La inauguración de la capilla se dio al mediodía de un cálido domingo de agosto, durante una misa cuya suntuosidad y refinamiento trajeron a la mente las que se celebraban en grandes ocasiones durante el virreinato. Participaron 10 sacerdotes, a quienes presidía el padre provincial de los dominicos, Gonzalo Ituarte; varios de ellos portaban casullas y dalmáticas elegantemente bordadas con hilo de oro, y en la procesión refulgía la capa pluvial. La ceremonia estuvo acompañada por el coro que dirige Gerardo Rábago, interpretando la Misa de Coronación, de Mozart, el Adagio, de Albinoni, y el Coro de Peregrinos, de Nabbuco. Creyente o no, se tenía la sensación de que si hay un cielo así debe ser: rodeado de las maravillas que adornan el interior del templo: altares barrocos recubiertos de oro, el principal, neoclásico, con sus imponentes columnas de escayola color coral, que parece de mármol por su veta y lustre, y sus paredes de hoja de plata. Los diversos altares, cada uno con su encanto, y como fondo la música extraordinaria, en voces que bien podrían ser de ángeles.
Al final de la larga y deleitosa misa, era imprescindible darse una vuelta en la sacristía, para volver a gozar el excepcional cuadro La lactación de Santo Domingo, enorme y bellísimo óleo de Cristóbal de Villalpando, el célebre pintor virreinal. En él aparece el santo dominico rodeado de las tres virtudes teologales: la esperanza, la fe y la caridad, representadas por voluptuosas mujeres en lujosos atuendos de seda en tonos rojo, blanco y verde, seguidas por sus potencias, que son ejércitos de féminas vestidas lujosamente en los mismos colores, todas rodeando al santo, quien recibe en los labios un delgado chorrito de leche del pecho de la virgen; la escena es observada por angelitos regordetes, sentados en pachonas nubes.
Este banquete estético merece uno gastronómico, para lo cual tenemos a unas cuadras, en 16 de Septiembre 57, Los Encinos, con la excelente calidad en la comida y el servicio, que muchos conocen por su hermano del sur de la ciudad. Fieles a su costumbre de ofrecer platillos de la temporada además de su rica carta habitual, ahora tienen chiles en nogada ¡buenísimos! Si va en domingo puede degustar también un caldo gallego, y para los que son de pescado, es muy recomendable el filete de atún a la criolla, rico maridaje del aceite de oliva, chiles serranos, cebolla y cilantro. El postre es un lujo: dulce de zapote negro.