Usted está aquí: domingo 4 de septiembre de 2005 Sociedad y Justicia MAR DE HISTORIAS

MAR DE HISTORIAS

Cristina Pacheco

El último viaje

Ampliar la imagen La periodista Cristina Pacheco FOTO Cristina Rodr�ez Foto: Cristina Rodr�ez

En camiseta y con el rostro aún maquillado de payaso, Arbolito aparece en la puerta del tráiler y exclama:

-Darío: ya deja dormir a esos perros. Acuérdate que nos vamos temprano.

El animalero agita la mano en la oscuridad y sigue contemplando a los siete puddles. Teñirlos con anilina es una de las obligaciones de Darío en el circo Maravillas. Hoy alteró los tonos: las hembras aparecieron en la pista pintadas de azul y los machos de rosa.

Arbolito, también dueño del circo, amenazó con despedirlo. Más tarde, en la única función, las risas de los niños lo hicieron considerar un éxito el supuesto error de Darío y sólo lamentó que su empleado no lo hubiera cometido antes.

De pie, Darío truena los dedos para que salten los puddles. Su vivacidad lo divierte y le hace olvidar que, a partir de mañana, no volverá a verlos. En voz alta maldice a su patrón.

-Entonces, ¿ya lo sabes?

Darío reconoce la voz de Esqueda, el trapecista, pero se sobresalta por lo inesperado de la pregunta.

-Sí. Fue lo primero que el patrón me dijo cuando llegué en la mañana.

-¿Y para fregarlo te equivocaste con las anilinas?- No necesita oír la respuesta. -Por poco me muero de risa cuando el viejo amenazó con despedirte. Me dieron ganas de preguntarle: "¿De dónde, si para mañana todo esto ya peló?" ¿Cómo ves la cosa?

-Son chingaderas: no llevamos ni media temporada. Por muy dueño que sea, no puede levantar la carpa nada más así.

-En su lugar, ¿te quedarías?- Esqueda le ofrece un cigarro:

-He estado atendiendo la taquilla y me consta que las entradas han estado fatales. Hoy tuvimos catorce personas.

-¡Por las lluvias! -afirma Darío ante la mirada suspicaz de su compañero. -¿No lo crees, verdad?

-Ni tú tampoco. Sabes que la bronca es otra: a la gente ya no le gusta el circo. Prefiere ver tele, rentar películas, ir a las plazas-. Se inclina hacia Darío: -Además, la neta nuestro cirquito está para llorar. Imagínate: los puddles son las estrellas. Y qué me dices de las lonas. Están todas rotas y se cuela el agua. Hoy llovió más en la pista que afuera.

-¡Pendejo hablador!- Darío se dirige a la carpa, descorre la cortina que cubre le entrada y observa las sillas entre charcos, envoltorios y envases de plástico.

-No te quedes allí: acércate para que veas que es cierto-. Esqueda va al centro de la pista: -¿Quién puede trabajar en estas condiciones? ¡Sólo tus puddles!

-Sí, cómo no-. Darío toma asiento en medio de las gradas azules. -¿Sabes lo que el patrón hará con ellos cuando cierre?

-¿Por qué me lo preguntas?

-Me gustaría llevármelos a mi casa. En el terreno hay espacio para ellos.

-¿Dónde vives?- Esqueda toma una silla y se sienta frente a su amigo. -Me han dicho que lejos...

-Algo. En la Mesa de los Hornos, arriba de Tlalpan. Pero de chamaco estos eran mis rumbos y no puedo dejarlos. Nuestra casa quedaba a dos cuadras, pasando el salón de belleza D'Marcel. Ese y la tortillería eran los únicos negocios. Todo lo demás, puros cuartos, obras negras, basureros y baldíos. Aquí donde estamos nada había. Por eso se instaló el circo desde la primera vez que vino a Neza.

-Increíble que sea el mismo circo donde trabajamos ahora.

-Pero no es el mismo. Piensa que te estoy hablando de 1979. Entonces el patrón era don Joaquín, padre de Arbolito. Llegué a tenerle mucha ley, aunque por su culpa mi jefe me haya puesto un madrazo que me sigue doliendo.

-¿Le robaste dinero para ir al circo?

-¡No, olvídate! Si se me hubiera ocurrido una jalada de esas mi jefe me habría matado.

-¿Entonces?

-Una mañana mi madre, que en paz descanse, me mandó a comprar las tortillas antes de ir a la escuela. Ella estaba planchando el overol de mi papá, quien tenía mucha prisa de llegar a la fábrica. Salí corriendo, di vuelta en Carmelo Pérez y ¡sopas! Que veo un circo.

-¿A poco nunca habías visto uno?

-No, menos con camellos. Estaban amarrados junto a la carpa, en plena calle, tomando el sol-. Se frota el pecho: -Nunca se me olvidará lo que sentí al verlos tan grandes, con sus jorobas y sus ojos tristes. Estaba muy alelado cuando de pronto ¡que me acuerdo de las tortillas! Fui a comprarlas, pero había una cola tremenda y mejor me regresé a la casa por mi mochila.

-¿Y tus jefes...?

-Ya te imaginarás... Mi madre me reclamó que me hubiera demorado tanto y regresara sin las tortillas. "¿Dónde estuviste?" Le dije que mirando tres camellos. Mi papá me soltó un golpe tan fuerte que por poco me tira: "Para que se te quite lo mentiroso, cabrón. Y verás cómo te va cuando regrese". Ya no llegué a la escuela y me pasé la tarde muerto de miedo. Por la noche, al volver, mi padre no me dijo nada ni me castigó.

-Se le olvidó: saliste ganando.

-Pensé lo mismo y le di gracias a Dios porque mi jefe era un tipo alto, bien doblado. Un golpe de él era cosa seria.

-¿Cómo sabes que no se le olvidó?

-Porque me lo dijo poco antes de morir. Estábamos solos, creí que dormía cuando de repente que lo oigo murmurar: "No quiero irme sin pedirte perdón por no haberte creído. ¿Recuerdas? Los tres camellos en la Carmelo Pérez". Le apreté la mano para darle a entender que lo recordaba y él me hizo otra confesión: "Como tú, yo jamás había visto un camello y hasta ignoraba que existieran. Aquella mañana, cuando salí corriendo a la fábrica, me sorprendió tanto verlos que olvidé la prisa por llegar al trabajo".

La emoción le corta la voz. Darío se esfuerza para seguir su relato:

-Perdóname, carnal, que me esté desahogando contigo.

-Para eso son los cuates.

-Mi padre llegó tardísimo a la fábrica y no lo dejaban entrar. Con súplicas pudo entrevistarse con su jefe. Le habló de su encuentro con los camellos y la sorpresa que se había llevado. ¿Sabes lo que le hizo el tipo? Lo suspendió tres días: "Para que se te quite lo mentiroso". Mi jefe se soltó llorando porque entendió lo que, sin querer, me había hecho sufrir.

-Híjole, son de esas cosas tremendas... -murmura Esqueda.

-Sí, cuando estás chavito no las valoras, pero después comprendes lo mucho que significan. Con decirte que aquella confesión de mi padre cambió mi vida: nunca he buscado trabajo en una fábrica y eso que me las veo negras. La única chamba segura que tengo cada año es en el circo.

-Aquí ganas muy poco. Te aseguro que sacarías mucho más ayudándole a un cuate a vender en un tianguis. Yo es lo que pienso hacer. ¿Y tú?

-No sé. Me encantaba trabajar en el circo, aunque ya no estuviera Faruk. Era un animal bien inteligente. Mientras el camello rumiaba, yo le decía cosas de mi vida. Creo que le gustaba escucharme.

-No me digas que te entendía.

-¡Claro que sí!- Darío abandona las gradas y se coloca frente a su amigo: -Sé que no vas a creerme, pero Faruk lloraba cada que le repetía lo que me sucedió la primera vez que los vi a él y a los otros dos camellos, Dátil y Fayad.

-Te fascina contar mentiras. ¿Por qué?

-No sé, me gusta contar cosas, y además no son mentiras.

-¿Entonces qué son?

-Historias, historias nada más.

 
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