Usted está aquí: martes 6 de septiembre de 2005 Opinión De Bellas Artes a San Lázaro

Marco Rascón

De Bellas Artes a San Lázaro

Desde las fiestas del Centenario de la Independencia, en septiembre de 1910, no se veía tanto esplendor. Porfirio Díaz convocó a que celebráramos a México y su independencia en medio de un incuestionable auge económico y estabilidad financiera, resultado del apotegma "Poca política y mucha administración"... A los dos meses estalló la revolución maderista.

El acto convocado por Televisa y un sector ultraconservador y oligárquico de la clase empresarial reunió en el Palacio de Bellas Artes el pasado 29 de agosto a los personajes que dominan el escenario político. Coexistieron pacíficamente desde Carlos Salinas hasta Andrés Manuel López Obrador: la fantasía perfecta, la nueva unidad nacional construida a partir de espots televisivos que anuncian y legitiman que el año entrante el duopolio televisivo recibirá de esa clase política cerca de 8 mil millones de pesos por pago de tiempo-aire de transmisión de espots para sus campañas.

En un acto ideológico, más que político, la unión de los "extremos" quedó justificada porque era "por México" y ahí estaban quienes lo han "modernizado", bendecido e iluminado con alternativas y esperanza. Estuvieron todos los que lo han robado, quienes lo han puesto en movimiento con las "M" de Montiel, o las camisas rojas de Madrazo. La otra "M", de Marta, la que arrió a México con su fundación, compartió la luneta despojada de odios y venganzas.

Ideológicamente quedó establecido por los oradores del acto que el único sector decente del país, el dueño de la moral nacional, es el sector empresarial. Lorenzo Servitje y Emilio Azcárraga Jean son los dirigentes de Celebremos México, una vez concluida la obra que dejó a México arruinado alimentaria y culturalmente.

Si el contenido de Big Brother o del pan Bimbo es orgullo nacional, los subsidios y concesiones estatales son un motivo de celebrar -o descerebrar, como diría La Tecla Indómita- ¡por México!

En Bellas Artes estuvieron los que han hecho del poder Ejecutivo y Legislativo un titiritero. Los que han uniformado a los partidos políticos y los someten a su control, vía las prerrogativas, las encuestas y los espots que se han convertido en artículo de primera necesidad, en alimento básico de la clase política, que sin los medios y las encuestas no existiría. Ahí estuvieron los dueños del espectáculo político, los autores de los videos y sus protagonistas. El poder político fusionado con el poder económico, unidos todo por una causa: el derecho de hundir a México.

Se reunieron los beneficiarios del viejo nacionalismo y los regímenes priístas, los creadores del México del cambio, del neoliberalismo, los de las transiciones pactadas y los que pactaron, los que crean grandes controversias y luego llegan a arreglos, los creadores de la pobreza extrema, los que meten en cintura a la intelectualidad bajo el principio de las encuestas, los que no pagan impuestos y quieren que los otros paguen, los que viven del contrabando y la obra pública, los que piden ser reconocidos como benefactores. En Bellas Artes fueron convocados los peores, todos en calidad de salvadores de la patria.

Cuatro días después, luego del acto de unidad, la Cámara de Diputados y el quinto Informe de gobierno se ciñeron al espíritu de Celebremos México en Bellas Artes. Un breve discurso, un Congreso disciplinado, como cuando compareció René Bejarano en calidad de reo inquirido de la sección instructora y todos votaron contra su imagen en el espejo.

En San Lázaro estaban, dependientes y subordinados, los miembros del Congreso mexicano, obedientes a sus jefes reunidos en Bellas Artes. Ya no eran la fiesta principal, sino simple réplica, caricatura, de la elegancia y el poder verdadero ostentado en Bellas Artes. El "cuarto poder" era el único y en San Lázaro se desarrolló la función con actores y protagonistas de segunda y de tercera. El Informe presidencial no fue sino un trámite, un requisito a cubrir, pues la verdadera política estuvo en Bellas Artes, donde se decidió la sucesión presidencial de 2006.

Sin embargo, no hay que dejar de reconocer los cambios promovidos por la oligarquía nacional. Ya no es necesario enfrentar a la izquierda con campañas: se le inventa un candidato, un programa, y luego se le derrota con espots. A los poderes se les deja decir y hacer, pero se les sustituye con actos de verdadero poder como el del 29 de agosto en Bellas Artes. En San Lázaro estaba el pasado; en Bellas Artes, el presente: el país entregado y subordinado, el de los indicadores macroeconómicos, el mentido.

A 95 años de aquellas fiestas porfiristas por el Centenario de la Independencia, en Bellas Artes y San Lázaro vuelven a celebrarse con discursos y retozando sobre el barril de pólvora que es México.

En Bellas Artes y en San Lázaro no estaba la solución, sino el problema central de nuestro país: haber sido despojado de su destino.

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