Poniatowska habla de la redición de su libro Nada, nadie. Las voces del temblor
''A 20 años de la tragedia'', el dolor devino resistencia civil
Ahora los ciudadanos pueden gobernar, evalúa la escritora y colaboradora de La Jornada
Luego de los sismos el gobierno ''empezó a mediatizar'' a los grupos sociales, dice
Ampliar la imagen Un hombre y una mujer de pie, en la oscuridad, frente a un edificio destruido, es la imagen del terremoto de 1985 que conservar�oda la vida, expresa la periodista Elena Poniatowska FOTO Jes�llaseca Foto: Jes�llaseca
La escritora Elena Poniatowska reconoce que su libro Nada, nadie. Las voces del temblor (Ediciones Era) está lleno de dolor, porque lo conforman testimonios de quienes el 19 de septiembre de 1985 perdieron todo debido al terremoto.
No obstante, a 20 años de la tragedia, afirma que ese dolor ''se ha transformado en la certeza de que los mexicanos mismos tienen la capacidad de resolver sus problemas, de que se pueden ayudar entre sí; ahora existe la certeza de que los ciudadanos pueden ser gobierno y remplazar al gobierno".
Entre la depresión y el horror
En entrevista con La Jornada, a propósito de la redición de su libro Nada, nadie, Poniatowska recuerda que fue tres meses después del temblor, en diciembre de 1985, ''tardísimo", cuando decidió dejar de registrar los testimonios:
''Me estaba poniendo más triste que todos los damnificados. Yo andaba a gatas por las calles debido a la depresión, al horror, mientras todos iban sintiéndose mucho mejor.
''En las mañanas iba a los lugares del siniestro y en la tarde, en mi cochecito, a dejar mi artículo a La Jornada; era otra vez ver todos los derrumbes. Daniel Molina, Raúl Alvarez Garín y José Barberán, todos ellos del movimiento estudiantil de 1968, hicieron un centro de información (Centro de Investigación y Análisis de los Efectos del Sismo). Ahí fuimos muchas veces Carlos Monsiváis y yo; escuchábamos unos relatos que nos paraban los pelos de punta, por la desesperación y el horror.
''Yo escribía, pero también ayudaba a conseguir ya sea sillas de ruedas o colchones. Carlos me decía: 'tú lo que tienes que hacer es reportear, no te metas de otra forma'.
''Pero creo que el hecho de ser mujer hizo que me involucrara, las mujeres somos más sensibles. En Tlatelolco conocí a doña Consuelo, le había caído encima una trabe y ya no podía caminar. Era una mujer muy robusta, fuerte, entonces para llevarla al baño era un suplicio, había que cargarla entre varios.
''Por eso, a como diera lugar, había que conseguirle una silla de ruedas. Ella estaba buscando a su hermana y a dos sobrinas que estaban enterradas hasta el fondo de los escombros. Era una luchadora, era formidable, animaba a la gente."
Elena se entusiasma al rememorar las anécdotas de compañerismo y organización de las personas.
''Si bien las señoras ricas de las Lomas cooperaron enviando a sus choferes con canapés deliciosos, las maravillosas eran las señoras de La Merced o de los mercados. Ellas cerraban sus puestos, lo que significaba un día sin ganancia, un sacrificio enorme, y llegaban con unas ollotas de arroz, con pilas de tortillas y a los brigadistas les decían: 'a ver, m'ijo, véngase a comer', y les daban sus platos de cartón.
''Se veía que ellas estaban muy cerca de la vida, de la solidaridad, del amor.
''Esas gordas con sus mandiles sabían muy bien cómo ayudar, eran muy bienvenidas."
Tremenda ineptitud oficial
En cambio, añade Poniatowska con ironía, ''los periodistas eran unos chiflados, sobre todo los de televisión, porque cuando sacaban a alguien de los escombros, las personas apenas podían respirar y los reporteros le metían el micrófono en la boca. Hubo muchas cosas aterradoras y otras bellísimas".
La escritora puntualiza que al gobierno federal ''no le convino nada" que la gente se organizara; luego del sismo ''empezó a mediatizar" a los grupos que se coordinaban para ayudar.
Pero entre las personas de la sociedad civil surgieron líderes natos, ''sobresalientes, con la capacidad para organizar, para meterse adonde sea, para no dormir y estar toda la noche ayudando.
''Ante eso, el gobierno no tuvo nada que hacer porque, en realidad, no sabía hacer nada. El gobierno demostró una ineptitud tremenda.
''Por ejemplo, llegó una delegación de rescatistas franceses, con todo y sus perros, y los llevaron a un hotel de pinchemil estrellas para que descansaran, cuando ellos están acostumbradísimos a ir al lugar del problema y empezar a trabajar.
''Claro, nadie está preparado para algo tan espantoso como lo que ocasionó el temblor, pero Ramón Aguirre, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, llegaba a todas partes con los ojos desorbitados, sin saber dar una sola orden."
Inevitablemente las lágrimas asoman a los ojos de Elena: ''Cuando fui de brigadista a hacer el turno de la noche, que nadie quería, vi una pareja que me impresionó mucho.
''Es una imagen que voy a conservar toda la vida: en la oscuridad, un hombre y una mujer, parados frente a un edificio destruido. El tenía el brazo alrededor de los hombros de ella. Sin decir nada. Sin ver a nadie."