Rencontrar a Juan García Ponce
La curaduría general de Trazos y encuentros se debe a Miguel Cervantes, la museografía a éste mismo en mancuerna con Mercedes Iturbe; Adolfo Castañón fue el responsable de la parte literaria y a mi criterio es quizá la mejor lograda, sin demérito de la parte artística, pero resulta que en ella hay ciertas ausencias.
Más que la belleza o el impacto de la selección (desigual) de obras, lo que importaba era mantener el diálogo continuo con los pintores a los que Juan dedicó atención escrita y amistad. Por eso se lamenta la ausencia de Kasuya Sakai, pues existen pinturas suyas de los años 60, mejores que los grandes cuadros posteriores de la colección del Museo de Arte Moderno. Tampoco está Rodolfo Zanabria (rip), ni José Castro Leñero en la sala de los ''jóvenes", donde están representados sus hermanos, junto con Irma Palacios, Miguel Angel Alamilla, Gabriel Macotela, Ilse Gradwhol.
Al entrar a la Sala Nacional el primer contacto del ojo es con cuadros, no muy bien elegidos, de Fernando García Ponce, uno de los cuales resulta ser, quizá, el menos afortunado del conjunto. En cambio es agasajo encontrar allí dos pinturas de Arnaldo Coen muy dentro de la tónica de la ''ruptura", así como soberbias piezas de Lilia Carrillo de quien se exhibe una de las dos obras más tempranas (1963), entre las que allí se encuentran.
Ocupando el extremo poniente hay un tríptico de Manuel Felguérez, de mucho impacto, cercano a la que es sin duda una de sus mejores pinturas de los años 60: Doctor Caligari. Da gusto ver obras de Gabriel Ramírez de ese periodo (ahora exhibe obra reciente en la Pecanins). No podían faltar los Corzas y uno de los mejores cuadros-retablo de Gironella, de esa época.
Roger von Gunten está muy bien representado y así se va completando el elenco de los Nueve pintores (1968) que marcó un hito en el decurso mexicano sobre bibliografía artística si tomamos en cuenta la inclusión de las Señales de Vicente Rojo, una de ellas dedicada al poeta José Carlos Becerra quien, camino a Brindisi, chocó con su Volkswagen en 1970.
En mi anterior nota, indiqué que existen dibujos y pinturas de pequeño formato atinadamente distribuidas a lo largo de toda la exposición, alternando con libros, poemas, cartas (incluyendo al menos dos que Octavio Paz dirigió a García Ponce), carteles, etcétera. En uno de estos se anuncia la conferencia que Juan dictó el 15 de mayo de 1975 sobre ''el último Thomas Mann", en Antropología.
Hay un pequeño óleo de Juan Gris en la sala González Camarena (perteneciente a colección privada), fotografías de don Manuel Alvarez Bravo, entre ellas la de Jorge Cuesta, además de la foto vintage de Jorge Luis Borges, y la imagen de uno de los escritores que Juan más admiró, como literato y teórico: Cesare Pavese. Dos reproducciones tomadas de fotografías de Proust asientan su predilección por A la recherche, que viene a ser la contrapartida anterior a El hombre sin atributos, de Musil.
Una de esas fotos le fue tomada a Proust en su lecho de muerte y se corresponde con la que hizo Man Ray (1922, cosa no explicitada en la cédula). Así como la obra de Proust se vio resguardada por su enfermedad, la de Juan García Ponce fue protegida a resultas de la suya, por lo menos a partir de que le fue diagnosticada la esclerosis múltiple que sobrellevó más de tres décadas.
Quien escribe sobre él, aunque sea como en este caso para aludir a la muestra, escribe también, a contrapelo, un jirón de su propia biografía. Dígalo, si no, por ejemplo, Huberto Batis.
Igual que ocurre con Sergio Pitol, dos de sus relatos han sido llevados al cine. Uno es Tajimara y el otro Amelia. Es un acierto que en la sala Orozco se proyecten escenas de la primera en la que aparecen Pixie y Tomás Segovia, entre otros.
Esa película fue dirigida por Juan José Gurrola, quien trabajó el guión en mancuerna con él. El tema princeps es el incesto, cosa que compagina con el hecho de que en la familia yucateca de Juan los matrimonios o ligues entre primos fueron frecuentes.
En carta dirigida a sus hijos (1989), Juan García Ponce se declara ''místico sin religión" al tiempo que cita, a propósito de Wittgenstein, al místico del Siglo de Oro San Juan de la Cruz.
Por una década Juan dictó sus escritos, que corregía incansablemente, a María Luisa Herrera. Antes, su asistente asidua fue Angelina, ausente de la muestra. Una de las cualidades innegables del conjunto es ser altamente didáctico. Lástima de fallas tan obvias como asentar que los dibujos de Klossowski son sin fecha. ¡La fecha está inscrita dentro de los mismos!