Vacunas para el PRI
Los anticuerpos contra el cambio, heredados por el priísmo desde los tiempos del coágulo del poder presidencial, le restan de manera acelerada posibilidades de regresar a Los Pinos. Sus dirigentes han entrado en una pugna por el control del partido que, con el paso de los días, alcanza niveles poco conocidos en magnitud y repercusiones. El imperativo de transformación, después de su catástrofe electoral en 2000, no ha podido encontrar el ambiente propicio para desarrollar las vacunas indispensables que lo pongan a salvo de su propia destrucción. La renovación de sus cuadros estelares se anquilosó y los nombres que hoy circulan por sus pasillos despiden un tufillo a naftalina. No han podido los priístas extirpar, a pesar de sus cuadros de calidad -que los hay-, los tumores que lo aquejan por muchos de sus costados, retaguardia y avanzada. Sus pulsiones reinciden, abierta o solapadamente, en propiciar la obscena concentración de la riqueza en unas cuantas manos al empujar sin ningún recato, (mucho mejor si es en lo oscurito) un modelo económico que hace agua, tanto aquí como en ese resto del mundo que siguió los programas e ideología del consenso de Washington. Sus mandos no han podido alentar la indispensable esperanza popular en un mejor futuro a través de sus personales modos de vida, fundados en la honestidad y convicciones.
La inevitable cuota de dolor que conlleva la aventura por lo nuevo paraliza a los mandones del priísmo. El temor a lo desconocido les contrae la imaginación y abandonan las rutas que pudieran llevarlos a entrar en contacto con una ciudadanía independiente que, por ahora al menos, les es por completo esquiva o, peor aún, francamente contraria a sus pretensiones. La sangre joven que les llega queda varada en niveles inferiores, y los pocos que cruzan las trincheras generacionales adquieren casi de inmediato, por ósmosis epidérmica digamos, el insano contagio de una retórica fincada en los lugares comunes y las promesas de un paraíso al alcance de un simple golpe de suerte. A los priístas los aterra el lenguaje sin entonación engolada y lo encierran, con estudiada pose, en tersa calma con el propósito de no alarmar al auditorio. Se desviven por aparecer inofensivos y no generar conflicto: el peor de los defectos de un político con aspiraciones de ocupar el escenario. Las frases santificadas son rescatadas de libritos rojos de bolsillo ante situaciones álgidas, tal como las oyeron o dijeron en el pasado, sólo para volvérseles un códice usable en cualquier ocasión.
Con pasmosa consistencia los mandos del PRI imitan perfiles de aquellos que tuvieron éxitos notables o intentan enroques de grupo para terminar perdiendo, en tales cofradías, la propia identidad. Otros tantos, que pudieran rehacerse y avanzar, han vuelto los pasos sobre anteriores rituales sólo para alejarse del electorado que espera a la vuelta de un año, en el venidero 2006 de todas sus esperanzas débilmente fundadas. Al PRI lo aqueja un marcado síntoma involutivo que puede carcomer sus posibilidades de presentar la batalla que se le viene solicitando. La vuelta al líder nato, incontestable, lo acecha una vez que elija a su abanderado. Si es Roberto Madrazo pueden estar seguros de que aquellos que permanezcan a su lado se verán forzados a rendir la plaza de sus voluntades ante las mañas y malformaciones inherentes a tal personaje. Los seguidores de Madrazo, feroces incondicionales del tabasqueño nailon, se encargarán de imponer, con todo el rigor, la disciplina que dobla espinazos, muchos ya de por sí moldeables.
Pero la lucha por el poder en el interior del PRI ha ido sembrando tempestades adicionales que están a punto de descarrilar al viejo partido. Las irrefrenables aspiraciones de Madrazo por llegar a la candidatura, ansiada con vehemencia compulsiva, labrada sobre las normas no escritas, con apoyo en incógnitos recursos sospechadamente torcidos, se traslucen, se vislumbran, capaces de conducir a los priístas a una derrota que anuncian reiteradamente múltiples encuestas de opinión. La Presidencia le quedaría grande a Madrazo e inmensa para, si los tiene, sus valores y convicciones; lejana para una imaginación que no despega del trasteo cotidiano plagado de malas artes, enfrascado en el intercambio de complicidades. Su pugna con la maestra Gordillo es sólo una etapa adicional de su carrera hacia la evasiva cúspide del poder nacional.
La cacique del magisterio no cejará en su búsqueda de revancha por todos los medios a su alcance. Los legales serán la impertinente mosca en la oreja de los priístas hasta el día de la resolución que dicten los jueces. Los difusivos van cayendo con su pico ensangrentado sobre la apaleada figura del precandidato y, por derivación, sobre la humanidad entera del PRI. Y, por si esto no fuera suficiente para un partido mal estacionado, surge del pasado más tenebroso el ex presidente Salinas para avisar, con la alarma pública concomitante, de sus aviesas intenciones de volver a la arena política. Orondo y taimado, confiesa que desea convertirse en gestor ante la penurias colectivas. Pretende instalarse a medio camino entre la miseria, en mucho por él mismo provocada, y los medios disponibles de los poderosos que algo, alega, le deben. A cada paso que le permitan o celebren los priístas quedará arrumbada no sólo la dignidad de los actuales dirigentes, sino mucho de su obligada independencia. Salinas se hace presente a costa de los priístas y deja amplio espacio para el despliegue de la competencia. Pero, viéndolo desde otra perspectiva, quizá su intentona sea lo mejor que por ahora les pueda pasar a los mexicanos, que optarán por vacunarse y votar por la competencia.