Editorial
Los excluidos de Foxilandia
En la ceremonia de instalación del Consejo Nacional para las Personas con Discapacidad, realizada ayer en esta capital, el presidente Vicente Fox, al defender su proyecto de presupuesto para el año entrante, dejó meridianamente claro el propósito excluyente de su gobierno: la propuesta, dijo, "protege lo que tú tienes hoy, protege tu patrimonio, tu casa, tu automóvil, tu computadora; protege tu ingreso, tu salario". Acaso sin darse cuenta, el mandatario dejó fuera del interés de su administración a los mexicanos que carecen de vivienda propia, a los que no cuentan con automóvil, a los que no tienen acceso a una computadora, a quienes no perciben salario y a los que no tienen ingresos significativos, habitantes estos últimos del territorio exasperante de la pobreza extrema.
Es imposible no evocar, ante tales palabras, la promesa falsa y populista del actual mandatario cuando era candidato presidencial, de que su gobierno habría de permitir al conjunto de los mexicanos la posesión de "tele, vocho y changarro". Hoy, el titular del Ejecutivo federal se dirige a los segmentos minoritarios que poseen un vehículo automotor, así sea ruinoso; a los propietarios de vivienda, también minoritarios, y a los poseedores de un equipo de cómputo, quienes representan, en el mejor de los casos, entre 15 y 17 por ciento de la población.
La radiografía de las expresiones foxistas permite ubicar con precisión los límites de ese universo al que la ironía social ha denominado Foxilandia: los propietarios de casas habitación, el país de los automovilistas, la nación de los elegidos que navegan por Internet, el ámbito de quienes lograron permanecer en la cifra de la población económicamente activa, ya sea en una plaza laboral, con el consiguiente sueldo, o en la changarrización nacional elevada a política económica.
Los arrendatarios, arrimados y habitantes de la calle, los peatones obligatorios, los excluidos de la utopía digital, los desempleados tanto los que son tomados en cuenta por el estrecho criterio estadístico como los otros, esos no existen, en tanto que sujetos sociales, en la narración oficial de un México que, según el informe de este año sobre desarrollo humano 2005 elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ocupa el lugar 53 en el mundo en el Indice de Desarrollo Humano y tiene regiones con tasas de alfabetización comparables a las de Malí; un México donde los índices de pobreza son superiores a los de Uruguay, Chile, Costa Rica, Barbados, Colombia, Panamá, Jordania y los territorios palestinos ocupados; un México con rezagos inaceptables en materias como educación, nutrición y salud; un México cuya desigualdad social es equiparable a la que impera en diversas naciones subsaharianas.
La fraccionada, selectiva y clasista percepción oficial del país puesta en evidencia en la alocución presidencial de ayer no es, debe concederse, un invento del actual gobierno; viene, por el contrario, desde el ciclo neoliberal y tecnocrático Salinas-Zedillo, en el que se gobernó para servir a los grandes intereses financieros extranjeros y nacionales, al igual que Fox, y se buscó seducir a las clases medias no con un incremento de la producción, sino con un impulso al consumo que significó, entre otras catástrofes, la destrucción del agro, la planta industrial y el mercado nacionales, y que produjo, además de un número abrumador de miserables, un encadenamiento desastroso de bonanzas coyunturales y crisis persistentes.
El documento referido del PNUD presenta una comparación demoledora para México entre los caminos seguidos por nuestro país y Vietnam en sus respectivas inserciones en la economía global, procesos que arrancan, en el caso mexicano, en el gobierno de Carlos Salinas y que continúan, con pocos cambios, en el de Vicente Fox. Así, mientras que en el periodo 1990-2002 el umbral de la pobreza extrema pasó de 30 a 15 por ciento en el país asiático, en el nuestro se redujo apenas de 22.5 a 20.3 por ciento. El crecimiento económico vietnamita observó, en el mismo periodo, promedios anuales de 5.9 por ciento, mientras el mexicano fue de 1.4. En el coeficiente de Gini (en el cual 0 equivale a igualdad absoluta, y 100 a desigualdad absoluta) la inequidad en México aumentó, en esos 12 años, de 50.3 a 54.6.
El informe del organismo internacional constituye, entre otras cosas, un llamado urgente a los gobiernos de los países emergentes para que asuman sus obligaciones en materia de combate a la desigualdad e instauren o retomen políticas y mecanismos redistributivos. Y la redistribución de la riqueza significa, en pocas palabras, disminuir la pavorosa fractura social ahondada por los gobiernos neoliberales entre quienes no tienen nada y quienes tienen, al menos, empleo, casa, automóvil y computadora, a los cuales Vicente Fox dedicó ayer su proyecto de presupuesto. Es tiempo, en suma, de que el gobierno renuncie a funcionar sólo para Foxilandia y empiece a trabajar para todo México.