Música y escena, 2005
Breve y conciso reporte de lo acontecido en la séptima versión del Festival Internacional Música y Escena.
1. En susurros los muertos, tragedia musical de Gualtiero Dazzi sobre un libreto de Francisco Serrano. Música elegante y evocativa del compositor italiano, con buenas componentes dramáticas y expresivas. Buena colaboración actoral-musical y una puesta en escena depurada y contenida que ayudó a la comprensión de la vertiente narrativa de la obra. Patricia Reyes Spíndola y Carla López Speziale condujeron a buen puerto sus labores respectivas de actuación y canto. Se extrañaron los supertítulos para los textos cantados en náhuatl.
2. Use vías alternas, cuatro óperas mexicanas de cámara compuestas por Jorge Torres Sáenz, Hebert Vázquez, Gonzalo Macías y Mariana Villanueva. Muy buen proyecto en papel, pero de logros parciales en escena. Diferencias notables en la calidad de las partituras, tres de las cuales resultaron de buen nivel, mientras que la otra quedó a deber mucho. Grandes abismos en el rendimiento de actuación y canto entre los diversos protagonistas de las óperas. La parte escénica, también, con severos altibajos, a pesar de algunas propuestas plásticas y dinámicas interesantes, como la surrealista Estación Utopía del Metro o la inquietante montaña de maletas de la cuarta ópera. Difícil comprensión de los textos cantados a lo largo de las cuatro obras, como consecuencia de escrituras vocales poco moduladas y, en ocasiones, a texturas instrumentales de excesiva densidad. A pesar del evidente intento de hacer de estas cuatro óperas una obra unitaria, fueron más las diferencias que las semejanzas, lo que hace pensar que no hubo una cabeza-guía que aglutinara y coordinara las propuestas individuales de cada una.
3. Duel, espectáculo cómico musical a cargo del violoncellista Laurent Cirade y el pianista Paul Staïcu. Sensacional velada de humor sonoro, con dos intérpretes de gran técnica y expresividad, en la que no quedó títere con cabeza en el proceso de ironizar, satirizar y desacralizar toda clase de músicas, de antes y de ahora, de aquí y de allá. Impecable sentido del timing cómico y un ritmo escénico de alto voltaje de principio a fin de la sesión. Dos momentos particularmente notables: la fusión de la chanson francesa La vie en rose con La consagración de la primavera, de Stravinski, y el soberbio episodio de música rumana tradicional (la esencia inconfundible de las bandas taraf) encabezado por Paul Staïcu y bien secundado por su cómplice. Un humor físico gozoso y desparpajado, sustentado en una práctica musical impecable.
4. Dansaq, espectáculo de danza con música en vivo. Las bailarinas Olivia Rosenkrantz y Mari Fujibayashi, que forman el dueto Tapage; los músicos, el Cuarteto Latinoamericano y el percusionista Ricardo ''Tambuco" Gallardo. Gran fluidez, tanto musical como dancística, buena interacción entre músicos y bailarinas y, por parte de ellas, sólidas lecturas e interpretaciones musicales (a base de tap, principalmente) de las obras propuestas. A destacar, las versiones conjuntas del Sensemayá de Revueltas, el Dansaq de Aurelio Tello y un fragmento del Cuarteto Orfico de Federico Ibarra. El dueto Tapage, impecable en sus ejecuciones coreográficas en las que a los elementos del tap se añaden gestos de danza clásica y moderna, bailes populares, artes marciales e incluso, posturas deportivas. Un espectáculo muy bien concebido y muy bien realizado, con una sorprendente muestra de solfeo rítmico a taconazos.
5. El horizonte, espectáculo multimedia a cargo de los flautistas franceses que forman el Trio d'Argent, y la bailarina equilibrista Solaine Caillat. ¿Flautas y cuerda más bien tensa que floja? Parece improbable, pero la combinación funcionó. Ejecución musical de primer nivel a cargo de los tres flautistas, y un muy sólido trabajo de Leon Milo en la ingeniería de sonido y el proceso sonoro computarizado en tiempo real. Las piezas musicales elegidas (de Marcela Rodríguez, Ana Lara y Eugenio Toussaint), de calidad homogénea y bien adaptadas al total del espectáculo. A diferencia de excesos cometidos en otros escenarios en otros momentos, el uso de los elementos de imagen fue mesurado y equilibrado. Solaine Caillat, de presencia escénica engañosamente discreta, mostró un dominio singular de la acrobacia aérea, sin excesos circenses y, por momentos, adaptó bien su trabajo a los sucesos musicales planteados por el Trio d'Argent y las manipulaciones electrónicas de Leon Milo.