Usted está aquí: domingo 11 de septiembre de 2005 Opinión Grito hacia Roma

Federico García Lorca

Grito hacia Roma

Federico García Lorca vivió en Nueva York como estudiante de la Universidad de Columbia entre 1929 y 1930. En ese periodo escribió el libro Poeta en Nueva York, publicado de manera póstuma en 1941 e integrado por 11 poemas, entre ellos el que hoy ofrecemos a nuestro lectores, Grito hacia Roma, que compuso desde la torre del edificio Chrysler. En él, el poeta vaticinó una ciudad herida, siete décadas antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata;

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren y agujas instaladas en los caños de

la sangre; mundos enemigos y amores cubiertos de

gusanos,caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula

que untan de aceite las lenguas militares;

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,ni quien llore

por las heridas de los elefantes.

No hay más que un millón de herreros

forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de las balas.

El hombre que desprecia la paloma debía hablar,

debía gritar desnudo entre las columnas,

y ponerse una inyección para adquirir la lepra

y llorar un llanto tan terrible

que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;

pero lo que llega es una reunión de cloacas

donde gritan las oscuras ninfas del cólera.

Los maestros señalan con devoción las enormes

cúpulas sahumadas;

pero debajo de las estatuas no hay amor.

No hay amor bajo los ojos de cristal definitivo;

el amor está en las carnes desgarradas por la sed,

en la choza diminuta que lucha con la inundación;

el amor está en los fosos donde luchan las sierpes

del hambre,en el triste mar que mece los cadávere

de las gaviotas y en el oscurísimo beso punzante

debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslúcidas

dirá: amor, amor, amor,

aclamado por millones de moribundos.

Dirá: amor, amor, amor,

entre el tisú estremecido de ternura,

dirá: paz, paz, paz,

entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita.

Dirá: amor, amor, amor,

hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror

pálido de los directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones del aceite y la música.

Porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad

de la Tierra que da sus frutos para todos.

 
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