Usted está aquí: domingo 11 de septiembre de 2005 Opinión Y los sueños

Bárbara Jacobs

Y los sueños

Si los sueños son sueños (Calderón de la Barca), o deseos incumplidos (Freud), o premoniciones, o descargas incoherentes de energía, o reflejos de mitos de la colectividad (Jung), o residuos de vivencias del soñador, o todo esto, o nada de esto, o combinaciones aleatorias de varias de estas hipótesis viejas, o algo que desconozco o que se desconoce, no viene al caso opinar. Lo cierto es que anoche me despertó un sueño al que, precisamente por haberme despertado, primero califiqué de poderoso y, una vez sentada, inquieta, sobre la cama, en una habitación oscura y silenciosa, de pesadillesco.

Sin embargo, apenas me calmé hice la reflexión de que los adjetivos "poderoso" y "pesadillesco", si bien eran los más precisos que encontré para calificar el fenómeno que me había despertado, el sustantivo al que los atribuí, "sueño", no era en lo más mínimo el adecuado. Es decir, lo que me despertó no fue ningún sueño, poderoso y pesadillesco, sino un recuerdo y, para ser exacta, tendría que añadir que se trató de un recuerdo, por más que poderoso y pesadillesco, ajeno. Pero, si fue ajeno, ¿por qué perturbó mis horas de dormir; por qué, si la experiencia a la que se refería no me había tenido a mí como su víctima en la realidad? En la realidad y en un pasado de más de cuatro décadas.

Sucedió que a finales de los años cincuenta del siglo XX, cuando uno de mis hermanos era un pequeño con problemas en los dientes de leche, mamá lo llevó a un especialista. Este era una odontóloga que, según referencias, trataba a sus pacientes con la pericia de un experto y el afecto de una madre. ¿Qué más se le podía pedir? Tanto el sillón en el que ella acomodaba a sus clientes, como el consultorio y hasta la sala de espera se hallaban decorados y, de hecho, acondicionados enteramente, para atraer a una clientela infantil a la que, por otra parte, se pretendía no únicamente acomodar y agradar sino, de forma imperceptible pero principal, adormecerle el instinto del miedo.

Mamá entregó confiada a su niño a los brazos de esta profesionista que, con un bata a rayas azules y color de rosa, lo recibió sonriente, elogiosa de la belleza del "nene" (según lo llamó) de pantaloncito corto sobre muslos rollizos, que la miraba con los ojos azules y, no por susto, grandes que tiene. (Un paréntesis: Este hermano mío era un bebé particularmente bello. Una prueba es que, precisamente por los años que corrían cuando ocurrió la anécdota que cuento, la escultora Giulia Cardinalli, sin conocer a mamá, que paseaba orgullosa a su hijo en un carrito por la calle, la detuvo para citarse con ella y esculpirlo.)

Cuando en la sala de espera mamá empezaba a hojear la revista que, para este fin, estaba sobre la mesita central rodeada por sillones bajos tapizados, unos, con telas estampadas con dibujos de muñecas y, otros, de cochecitos y trencitos, cuando oyó el arranque profundo, impetuoso y fuerte del llanto inconfundible de mi hermano. De un salto se levantó y franqueó la puerta del consultorio, de modo que alcanzó a sorprender a la dentista en el momento en el que desprendía su boca abierta del muslo derecho del paciente al que acababa de morder con la pasión de la venganza.

Con inmediatez instintiva, mamá alzó del sillón a su hijo y, amenazando entre horrorizados sollozos a la especialista con llevar el caso ante un tribunal, con la víctima en brazos abandonó las instalaciones de prisa, dolidamente llorosa, apiadándose del dolor y la extrañeza por los que su bebé atravesaba.

En efecto, las marcas de los dientes de la doctora en el muslo de mi hermano no habían desaparecido cuando mamá, con él aún gimiente, subió las escaleras de la delegación para levantar de una vez el acta contra la agresora. El daño era tan evidente y comprobable que no fue difícil que la autoridad le retirara la licencia profesional a la odontóloga a quien, que yo sepa, ningún pediatra ni nadie más volvió a referirse ni a recomendar.

¿Por qué viajó por el tiempo y el espacio esta experiencia, y eligió mi inconsciente para detenerse y despertarme a mí, cuando quienes la padecieron fueron mi hermano y mamá? No lo sé y es probable que no lo sepa nunca. Pero lo cierto es que, a partir de haber sido recipiendaria de esta pesadilla ajena, quisiera encontrar a la protagonista agresora y castigarla como si la agredida hubiera sido yo y, aun a tantos años de distancia de la agresión, no cupiera en mí el perdón.

 
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