Katrina y la corrección política
A ningún gobierno le gusta el "juego de las culpas" en el que, como en todos los juegos, puede hacerse trampa. Pero es especialmente ingrato cuando pone en evidencia fallas graves en el quehacer público, como ocurrió en el caso de la devastación natural y la ruina social en Nueva Orleáns.
El gobierno de George W. Bush ha sido acremente señalado por su reacción ineficaz en la atención de los damnificados del huracán Katrina. No toda la culpa es suya, las autoridades estatales y locales también actuaron de modo cuestionable. Aunque no son sino las entidades federales las que pueden movilizar tantos recursos humanos y materiales como sean necesarios en un desastre como éste.
Sobre todo, el juego de las culpas evidencia la fragilidad conceptual e intelectual de lo que se considera en determinado momento como políticamente correcto. Así, la incorrección política es parte inherente y necesaria de dicho juego, así como de la crítica que demanda la política como forma de acción humana.
Por qué habría que ser políticamente correcto con las consecuencias de las medidas de la gestión pública que van debilitando paulatinamente la estructura física y la articulación de la sociedad, y que resultan de los procesos que cumplen los poderes Ejecutivo y Legislativo según las reglas vigentes del juego de la democracia.
Por qué habría que ser correcto con las secuelas de una mala gestión burocrática, que después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 no sólo restó facultades a una entidad tan relevante como la Agencia Federal de Administración de las Emergencias (FEMA, por su siglas en inglés), sino que puso a la cabeza a Michael Brown, un hombre cuya experiencia no tenía nada que ver con esa responsabilidad, pero que sí calificaba como miembro del círculo de amigos leales al presidente. Por cierto que lo mismo se ha dicho respecto de las capacidades en el tratamiento de desastres que tiene Michael Chertoff, encargado de la secretaría de seguridad creada luego del 11/S.
En fin, por qué no habría que ser incorrecto luego de casi dos semanas de estar viendo las imágenes que se muestran permanentemente en la televisión y los diarios; tras leer decenas de reportajes de todo tipo sobre lo que se vivió en Nueva Orleáns y, sobre todo, con base en lo que se ha dicho las más de las veces de modo soterrado y que concierne al rompimiento social que hubo en esa ciudad. Es cierto, Nueva Orleáns era un lugar con muchos atractivos, destino de grandes corrientes de turistas, de sabrosa comida y muy buena música. Era, igualmente, una ciudad con mucha pobreza y enorme delincuencia, donde ocurrían hechos muy violentos y en la que existía enorme corrupción.
Tan dramáticos como los efectos directos provocados por el huracán sobre la gente y la ciudad son, y tal vez de modo más significativo, las muestras del colapso social que le siguió. Muchos policías abandonaron sus puestos luego del impacto del huracán, los saqueos proliferaron y no sólo los que serían explicables para satisfacer las necesidades básicas de una población que quedó atrapada en su ciudad, sino que se extendieron mucho más allá. Eso puso en evidencia el mandato de proteger primordialmente el derecho de la propiedad privada, incluso en una situación en que para todos los efectos prácticos había dejado de ser operativo. Los que se quedaron tuvieron que defender sus posesiones prácticamente a mano armada. Se reportaron enfrentamientos, asesinatos, mutilaciones y violaciones. Esa es también una parte de la historia que no puede ser barrida por debajo de la alfombra de la frágil civilidad en la que se vive. Esa es una expresión tan violenta como los efectos destructivos de los vientos de 100 millas por hora.
Se ha dicho que si el 11/S cambió la manera en que Estados Unidos se veía frente al exterior, Katrina cambiaría la forma en que se ve a sí mismo. No hay garantía de que eso suceda. La derecha política en ese país, sea republicana o demócrata, promueve como un acto de fe la relación distante entre el Estado y el individuo, así lo muestran las políticas económicas y sociales que se aplican. Sin embargo, el espacio que deja vacío el tener poco gobierno, ese que se ha descrito como que debe llevarse a ser tan pequeño que pueda desalojarse por el drenaje de la tina, no se llena con más sociedad, es decir, con una articulación más fuerte de las formas de vida colectiva y, en cambio, la capacidad de resistencia finalmente se vence.
La incorrección política es un bien escaso y, como parte del juego de las culpas, puede poner de manifiesto algo que surge como un aspecto muy relevante de la experiencia extrema de Nueva Orleáns. Esto es la gran dificultad que se está creando para mantener la cohesión social y fortalecer las formas de la vida en comunidad. Esa es la medida de la atención que se debe a los fenómenos colectivos, cuyos dilemas y conflictos están por todas partes, sin que tengan que ser descubiertos de modo extremo por la violencia de un huracán. La experiencia de Nueva Orleáns y de la zona en que azotó Katrina es un espejo en el que debe verse el capitalismo actual, es un reflejo del que no se puede ocultar una sociedad como la nuestra en la que tanta corrección política sirve para concentrar más los beneficios políticos y económicos mientras se extiende la inseguridad económica general.