Arte, mito y rito
¿Ya se sabe por qué desaparecieron los espontáneos?
Una pregunta oportuna es la siguiente: ¿por qué ha desaparecido la figura del espontáneo que solía tirarse al ruedo para llamar la atención del respetable y lograr del empresario la oportunidad de vestirse de luces? Con la excepción de Rodolfo Rodríguez El Pana, que en fechas recientes, y para cultivar su siempre legendaria imagen, saltó a la arena de la Monumental Plaza Muerta (antes México), ¿alguien recuerda cuál fue la última vez que un maletilla munido de un trapo o de un capote escondido bajo la camisa irrumpió en el coso de Mixcoac para autopromoverse durante una corrida?
Un respuesta pertinente propone que la extinción de los espontáneos obedece al surgimiento de nuevas vías para obtener una inscripción en los carteles de los festejos chicos, tales como las escuelas taurinas y los seriales de concurso, como aquel del Novillero Telmex y otros por el estilo. Puede ser, pero la verdad es que los maletillas han dejado de "hacer la guerra" por la libre, como se acostumbraba antes, y ahora prefieren convertirse en lacayos de los poderosos y no les importa ser tratados como tales. Por eso, cuando torean, raramente exhiben la personalidad aguerrida que caracterizaba a las figuras de antaño, como Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, o don Lorenzo Garza El Ave de las Tempestades.
Peones arrodillados ante el poder ignorante y brutal de empresarios y ganaderos, los aspirantes a matadores de toros que provienen de la nada se inclinan, asimismo, ante los señoritos hidalgos -por hijos de algo o alguien- que derrochan influencias y recomendaciones, se dejan vestir como príncipes y desvestir como donceles y nunca cortan orejas ni estampan su huella en el imaginario colectivo pero al domingo siguiente repiten.
Vistos con ojo crítico, pero sobre todo realista, los protagonistas de los ritos que mantienen vigente el mito de la tauromaquia, en realidad niegan aquello que supuestamente celebran porque todo lo desdibujan en aras de la corrupción de la fiesta. Los toros reciben el indulto no cuando lo determina el juez sino cuando lo exige la empresa para quedar bien con el ganadero o dar un golpe publicitario. Por lo demás, la crianza de reses de lidia se ha vuelto artificiosa; los becerros son inflados con hormonas y adquieren aspecto de adultos a los dos años de edad, pero toman el primer puyazo y se derrumban.
El rito del sorteo ya no está en manos del azar sino del torero más poderoso, cuyo apoderado escoge los bichos que más le convienen a su cliente, como ha hecho tantas veces el finísimo bailarín Enrique Ponce. ¿Cuáles son entonces los elementos de verdad que restan en la tauromaquia de nuestros días? La muerte sin duda es el pricipal de ellos, pero todo está organizado con un entramado de estafas diversas para conjurarla. Cuando a pesar de todo sobreviene, y un ser humano pierde la vida en los cuernos de un rumiante, la fiesta recobra su sentido más profundo. ¿O no ocurrió así cuando toda la plaza oyó cómo se rompía el ligamento de Hilda Tenorio el domingo pasado?