Cuentos del American model
El mismo día en que se rompieron los diques y se inundó Nueva Orleáns, la Oficina de Censos de Estados Unidos dio a conocer su más reciente informe sobre pobreza y desigualdad. El paisaje no es agradable. El número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza aumentó 12 por ciento bajo la presidencia de Bush y alcanzó la cifra de 37 millones. El huracán Katrina sólo descubrió lo que ya se sabía: la sociedad estadunidense ha dejado en el abandono a una parte importante de la población.
La desigualdad, el racismo y la pobreza no son exclusivos de Nueva Orleáns. Todas las ciudades importantes de Estados Unidos están marcadas por bolsas de miseria y desamparo: desde Detroit, Baltimore, Chicago y Filadelfia en el norte, hasta Phoenix y Denver en el suroeste y centro del país. La propia capital federal adolece de una tasa de mortalidad infantil casi dos veces más elevada que la de Beijing. En el sur todos los indicadores sociales han mostrado siempre un rezago frente a los estados norteños. Se puede decir que la región nunca se recuperó de la Guerra Civil de hace 145 años.
Las cosas empeoraron en las pasadas dos décadas debido a lo que se conoce en Europa como el American model, un paradigma de política económica basado en la flexibilidad absoluta del mercado laboral. La flexibilidad en el mercado laboral se traducía en la posibilidad de "contratar y despedir" sin restricciones. Según los seguidores de esta idea, eso habría permitido a Estados Unidos alcanzar el pleno empleo en los años 90. Así, mientras Europa seguía atorada en su esquema social de solidaridad, Estados Unidos habría dado un salto hacia el pleno empleo sin las complicaciones macroeconómicas del keynesianismo.
Esa interpretación está equivocada. No es la carrera salvaje en el mercado laboral "flexible" lo que permitió alcanzar altos niveles de empleo en los 90. Para comenzar, el desempleo aumentó en los años recientes hasta niveles de 5 por ciento y 6 por ciento de la fuerza de trabajo y no se puede decir que el mercado laboral se hizo más rígido en este periodo.
Los altos niveles de empleo en la economía estadunidense en los 90 se debieron a otros factores. El más importante es el nivel de consumo y el crecimiento desenfrenado del crédito, favorecido por las autoridades monetarias de ese país. La expansión del crédito ha sido el motor de una demanda efectiva que muchos analistas juzgan insostenible. Pero lo cierto es que esa demanda agregada, basada en niveles alarmantes de endeudamiento privado, es lo que permitió a la economía estadunidense crecer y generar empleos. Claro, se puede pensar que es precisamente así como funciona la mano invisible del mercado. Pero la gran pregunta es cuándo reventará la burbuja expansiva del crédito y el consumo. Después de todo, la mano invisible también funciona con crisis y recesiones.
La economía estadunidense descansa en dos mecanismos adicionales para disfrazar lo que realmente ocurre en el mercado laboral. Uno de ellos es el colosal sistema penitenciario: en 2004 había 2.2 millones de personas purgando penas en prisiones federales y estatales (490 personas por cada cien mil habitantes). El otro sistema es el de las fuerzas armadas, en donde se encuentran 1.5 millones de personas en edad de trabajar. Estas dos instituciones permiten sacar de las estadísticas de desempleo a muchos jóvenes que no encontrarían un trabajo fácilmente. Aquí la flexibilidad laboral no juega ningún papel.
Hoy Estados Unidos observa cómo el modelo macroeconómico aplicado desde 1980 engendró una sociedad desigual, marcada por la pobreza y la discriminación racial. En 1980, el 5 por ciento más rico de la población tenía ingresos 12 veces superiores a los del 20 por ciento más pobre. Y en 2004 esa disparidad fue veinte veces más alta. Eso quiere decir que la brecha entre ricos y pobres casi se duplicó en las pasadas dos décadas. Pero eso no es lo más grave.
Es bien sabido que la tasa de ahorro nacional en Estados Unidos ha caído en los pasados 10 años de 9 por ciento del ingreso disponible a niveles negativos. El consumo se está financiando por entradas de capital y las cuentas externas estadunidenses son motivo de alarma. ¿A qué se debe la caída en la tasa de ahorro? Datos de la Reserva Federal muestran que el 20 por ciento más rico de la población (en donde están los dueños de 63 por ciento de la riqueza) es también responsable de 46 por ciento del consumo total en Estados Unidos. Y la "totalidad" de la caída en la tasa de ahorro nacional en el pasado decenio se debe precisamente al comportamiento de este segmento de la población. En contraste, el 20 por ciento más pobre aumentó su tasa de ahorro hasta 7 por ciento de su ingreso disponible.
Mientras los más ricos se dedican al dispendio, el gobierno federal les favorece con reducciones de impuestos y castiga a los más pobres con recortes en los programas sociales. Katrina puso al desnudo la verdadera cara del modelo estadunidense.