Editorial
ONU: el parto de los montes
En la víspera de la Cumbre Mundial que arranca hoy en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la que se espera la asistencia de una gran mayoría de los jefes de Estado y de gobierno de los 191 países que integran el máximo organismo mundial, y cuando se cumplen 60 años de su fundación, las diferencias en el seno de la Asamblea General redujeron una propuesta de reforma de la entidad a una pequeña colección de buenos propósitos, aligerados, para colmo, de los contenidos originales de la iniciativa, elaborada hace unos meses por el secretario general, Kofi Annan, que incluía, entre otras, previsiones fundamentales para el desarrollo de los países pobres, la consolidación de procesos de paz en naciones que salen de conflictos armados, desarme, no proliferación de armas nucleares, acciones de preservación ambiental, combate al terrorismo, nuevos mecanismos para la impartición de justicia internacional ante casos de genocidio y crímenes de guerra, defensa de los derechos humanos, la ampliación del Consejo de Seguridad y, algo fundamental, la reforma administrativa del organismo mundial. Lo poco que pudo rescatarse de esa propuesta quedó, a la postre, redactado en forma de declaraciones generales y vagas, carentes de mecanismos concretos de aplicación y verificación, y resulta evidente, en el documento finalmente aprobado, la presión del gobierno estadunidense para proyectar, en forma sobredimensionada, su propia obsesión ante el terrorismo que no le es afín.
Más allá de las lógicas posiciones encontradas entre gobiernos, entre los factores que incidieron en este fracaso estuvieron el permanente chantaje estadunidense estreno del representante de Washington, John Bolton, ante un organismo al que considera innecesario para impedir que la ONU fuera dotada de facultades reales, las resistencias de violadores regulares de derechos humanos Egipto, Pakistán, Rusia, China al establecimiento de un sistema internacional eficaz y con credibilidad de seguimiento en la materia, y la falta de voluntad de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad para ampliar y diversificar esa instancia, representativa de la correlación global de fuerzas de 1945 pero anacrónica, antidemocrática y absurda en el mundo de 2005.
Otro elemento insoslayable en la derrota de la propuesta de reformas, concebidas como una manera de contribuir en la consecución de las Metas del Milenio establecidas por la comunidad internacional, fue el descrédito de su autor, el secretario general de la ONU, quien se ha visto envuelto en un escándalo por la administración irregular del Programa Petróleo por Alimentos, que Washington y sus aliados impusieron al extinto régimen de Saddam Hussein, en el que un hijo de Annan participó de manera indebida.
Al fin de cuentas, la ONU seguirá siendo, por tiempo indefinido, la conjunción de una instancia meramente testimonial, pero desprovista de poderes reales para impulsar el desarrollo, la paz y la preservación climática la Asamblea General y un declinante club de poderosos el Consejo de Seguridad dotado de poderes desmesurados, a condición de que sus integrantes se pongan de acuerdo en algo, en el cual los viejos triunfadores de la Segunda Guerra Mundial detentan todas las facultades reales.
La reforma de la ONU ha dado lugar, en suma, a un parto de los montes. Ello resulta particularmente lamentable y desesperanzador en la circunstancia actual del mundo, cuando la comunidad internacional requiere de organismos eficaces para derrotar las verdaderas amenazas que se ciernen sobre la humanidad: el hambre, la pobreza, la marginación, la insalubridad, las epidemias, los conflictos armados y la descontrolada y depredadora globalización económica en curso.