Boris Rosen, un mexicano ejemplar
En el auditorio de la Biblioteca Nacional del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México se organizó la semana pasada un coloquio en honor del investigador y editor Boris Rosen, fallecido a principios de este año; en dicho coloquio se resaltó la vida y obra del homenajeado y se presentaron trabajos sobre los grandes escritores liberales del siglo XIX a los que Boris se dedicó los últimos 30 años de su vida. Participar en ese homenaje me dio gran placer -se reconocía su labor- y una gran tristeza, pues ya no se encuentra entre nosotros.
Mi, nuestro, querido amigo Boris Rosen, a cuya iniciativa, constancia, paciencia y entusiasmo se debe una de las obras fundamentales emprendidas en los años recientes para localizar, recopilar, ordenar y editar la obra de varias de las figuras más importantes del siglo XIX, durante mucho tiempo desperdigadas en publicaciones periódicas, viejas ediciones agotadas y archivos desconocidos. Su labor fue extensa y de gran envergadura; no sería exagerado afirmar que gracias a su trabajo ya se podrá conocer de verdad la producción de esas figuras eminentes, que contribuyeron a fundar la nación mexicana; en efecto, a Boris Rosen se debe que ahora contemos y podamos trabajar y estudiar la obra de esos grandes escritores y políticos como Santacilia, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Manuel Payno, así como le debemos a Nicole Giron la posibilidad de conocer mucho más a fondo a Ignacio Manuel Altamirano.
Recuerdo con gran cariño a Boris, es un recuerdo familiar y forma parte de mi entorno de infancia y adolescencia. Fue amigo de mi padre y ambos nacieron en Ucrania -mi padre en 1902 y Rosen en 1916- en pequeños guetos judíos, esos pequeños shtetls que tan famosos se volvieron gracias a la pintura de Marc Chagall; durante algún tiempo compartieron las mismas ideas de izquierda y, toda su vida, su amor por el yiddish, lengua que hablaron y escribieron los judíos de la Europa oriental, cultura y lengua asesinadas por los nazis, lengua en la que fueron escritas muchas obras maestras, por ejemplo, para sólo mencionar unas cuantas, las de los narradores Peretz, Shalom Aleijem, Iud Iud Singer, Isaac Bashevis Singer (hermano del anterior y premio Nobel), Opatoshu, y los poetas Leivik, Itzjak Zuskever y, mi padre, Jacobo Glantz. Ambos colaboraron también en las más destacadas instituciones de la comunidad judía y en los periódicos en yiddish que se mantuvieron vivos durante muchísimos años de manera heroica, a medida que ese idioma se iba perdiendo y sus hablantes morían, entre ellos Boris.
Cada vez que nos veíamos con él, o cuando me hablaba por teléfono antes de que enfermara, y muchas veces, gracias a su amable generosidad, en mi casa, para conversar sobre la obra de Prieto o la de Payno, me preguntaba invariablemente: ''Oye Margo, ¿no sabes dónde habrá quedado un libro de poesías en yiddish que le presté a tu padre en 1936?" Invariablemente también, su pregunta me daba risa y mucha ternura, y sigue dándomelas ahora que vuelvo a recordarlo con gran cariño y emoción. Admiro y admiré sobremanera esa múltiple vertiente suya tan curiosa y entrañable, conjuntaba el amor por la literatura de su juventud, un amor nunca disminuido -como reitero- por su lengua materna, el yiddish, y su constante e inequívoca adhesión a los ideales del comunismo que le hacían conservar en su amplia biblioteca las obras de Marx, Lenin, Stalin (sí, Stalin) y tener encuadernadas revistas sobre la China de Mao y la Unión Soviética y al mismo tiempo su intensa y generosa curiosidad, su interés y perseverancia por conservar y heredarnos la obra de nuestros más grandes liberales.
Las dificultades que una obra de más de 30 años conlleva subrayan el tesón, la paciencia, perseverancia y cariño que sin cejar mantuvo Rosen para legarnos cerca de 80 volúmenes de esos próceres, entre los cuales hay aún algunos de Prieto y de Payno que no han sido impresos, por lo cual solicitamos a la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes que las lleve a su feliz término para que esa magna labor no permanezca trunca.
En todas sus presentaciones a los diversos tomos que editó, Rosen explica las dificultades que este tipo de trabajo presenta, trabajo que emprendió con gran finura y falta absoluta de protagonismo, en ese tono menor que, según Henríquez Ureña, era atributo de todos los mexicanos.