Crisis brasileña debilita la región
Las consecuencias de la crisis del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva ya se están sintiendo en todo el continente. El envión progresista que barriera la región hasta fines de 2003 ha sido sustituido por una nueva relación de fuerzas, un viraje hacia la derecha que favorece un renovado despliegue de los objetivos de la administración Bush. El desembarco de 400 marines en Paraguay parece un salto adelante de la estrategia de "comercio más seguridad", ya que conjuga la presencia militar permanente en un país del Mercosur con la profundización de acuerdos comerciales.
Comparada con la situación vivida hace apenas dos años, cuando los presidentes Néstor Kirchner y Lula firmaron el Consenso de Buenos Aires, que evidenciaba un cambio de clima político en la región, los sucesos de los últimos meses indican un viraje conservador. La virtual parálisis de Brasilia señala el punto de inflexión. El drama de la izquierda brasileña se resume en que son las elites financieras las que decidieron frenar el juicio político (impeachment) a Lula. La razón de fondo es que la destitución significaría el ascenso del vicepresidente José Alencar, de quien los poderosos desconfían ya que se opone con vehemencia a las elevadas tasas de interés que vienen modelando una política económica que traspasa anualmente 50 mil millones de dólares a los más ricos.
Entrevistado por Folha de Sao Paulo (11 de septiembre), Alencar destacó su fidelidad al presidente y su rechazo al impeachment, pero enfatizó que está preparado para asumir la presidencia y modificar radicalmente la política monetaria bajando las tasas de interés. Ironías de la vida, es la amenaza de que un gran empresario textil -aliado de la producción nacional- suceda a un ex obrero metalúrgico -aliado de las altas finanzas- lo que habilita que el presidente Lula pueda llegar al término de su mandato. Sin embargo, los dos resultados más importantes de la crisis brasileña (fuerte viraje a la derecha y reconstrucción de un bloque de fuerzas neoliberales) tienden a desbordar los marcos del país para modelar la nueva coyuntura regional.
Dos funcionarios de primer nivel de la administración Bush coincidieron en los últimos meses en demandar que Brasil cumpla un papel estabilizador en la región. A finales de abril, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, visitó el país, en procura de "apoyo del gobierno brasileño para la estabilización de una América Latina cada vez más volátil" (Folha de Sao Paulo, 26 de abril). Ya en plena crisis, el secretario del Tesoro, John Snow, dijo en Brasilia que "los inversionistas están dando un voto de confianza a Brasil" (Clarín, 2 de agosto) y recordó que 400 de las 500 mayores empresas estadunidenses tienen inversiones en esa nación. Washington teme que una situación de inestabilidad en el mayor país de la región pueda contaminar toda el área.
En sintonía con el gobierno de Bush, las elites de la región creen que un Brasil más vuelto sobre sí mismo tendrá mayores dificultades para potenciar su política exterior, mientras el gobierno argentino sigue atrapado en conflictos domésticos, lo que genera una situación de vacío regional que "será ocupado por Estados Unidos" (La Nación, 29 de agosto). De ese modo, y pese al fracaso del Area de Libre Comercio de las Américas -en el que Brasil jugó un papel destacado-, Washington va avanzando su estrategia, sumando pieza por pieza a su ambicioso plan de "comercio más seguridad". Paraguay parece ser la más reciente adquisición.
Más allá de los desmentidos acerca de la instalación de una base en Mariscal Estigarribia, la presencia militar estadunidense en Paraguay es una realidad irreversible. Lo preocupante es el viraje de un país fundador y miembro del Mercosur, que había pendulado entre sus dos poderosos vecinos, como lo muestra la construcción de dos grandes represas hidroeléctricas (Itaipú, compartida con Brasil, y Yacyretá, con Argentina). Ambos países jugaban un papel determinante en la política doméstica, al punto de que todo lo que sucedía en Paraguay estaba condicionado por uno u otro vecino, que se vigilaban mutuamente. Ahora ese equilibrio parece haberse roto a favor de Washington, aunque no sería raro que alguno de sus ex aliados haya jugado algún papel en tal cambio.
Dos hechos llaman la atención. El parlamento paraguayo votó la inmunidad para las tropas de Estados Unidos, el pasado 26 de mayo, pero recién a mediados de junio el diario argentino Clarín difundió la noticia que aún desconocían los ciudadanos paraguayos. En suma, una operación clandestina en plena democracia que resulta destapada por la prensa extranjera. El segundo es el carácter de la base militar, construida a mediados de los 80 por técnicos estadunidenses, con una pista de 3 mil 800 metros donde pueden aterrizar aviones B-52, C-130 Hércules y C-5 Galaxy, a sólo 200 kilómetros de la convulsionada Bolivia, donde compiten multinacionales de varios países por los más importantes yacimientos gasíferos del subcontinente y muy cerca de la triple frontera.
En agosto Donald Rumsfeld visitó Paraguay, pero meses antes Nicanor Duarte Frutos había estado con Bush en Washington, siendo la primera vez que un presidente paraguayo era recibido en la Casa Blanca. Amores son amores, y en breve la FBI abrirá una oficina en Asunción, y ya se habla de la posibilidad de firmar un TLC. Según el presidente del Congreso, Carlos Filizzola, del opositor País Solidario, la actual cooperación marca un giro que lleva a Paraguay a alejarse del Mercosur y a Estados Unidos a poner un pie en la zona para afianzar sus intereses.
Mientras en Argentina se disparan voces de alarma, las fuerzas armadas de Brasil realizaron en julio ejercicios de guerra que simularon la defensa de la represa de Itaipú. Aunque el canciller brasileño Celso Amorim minimizó la presencia militar estadounidense, desde 2002 se registraron 46 operaciones militares conjuntas de Estados Unidos en Paraguay. La voracidad del imperio no tiene límites, pero las debilidades de quienes debieran enfrentarlo no hacen sino alfombrarle el camino.