Jugando con agua
Probablemente el agua es el compuesto químico más abundante en la corteza terrestre, y ciertamente, el factor fundamental para la vida. La requerimos dentro de nuestros cuerpos para su funcionamiento, y fuera de ellos, para asearnos, para realizar una amplia gama de actividades, y para transportarnos sobre buena parte del planeta.
Hoy el agua es también un elemento esparcimiento y de juego; las playas se han convertido en los destinos más importantes para los vacacionistas, y los parques recreativos acuáticos constituyen una experiencia inolvidable para miles de niños y adultos todos los días, no sólo en México, sino en todo el mundo. Nos gusta divertirnos y jugar con el agua, el hábitat de nuestros ancestros durante muchos millones de años.
Como especie jugamos también con el agua en otro sentido, no tomándola en serio, con consecuencias muchas veces trágicas y dramáticas, como las de hace unos días en Nueva Orleáns y sus ciudades vecinas. La explicación que escuchamos de las causas que generaron el desastre nos indican que ellas estuvieron en el hecho de que una buena parte de la ciudad estaba situada dos o tres metros por abajo del nivel del mar.
El caso de Nueva Orleáns no es único, una parte del territorio de Holanda le fue ganado al mar y se ubica por abajo del nivel de éste, gracias a obras espectaculares de ingeniería civil e hidráulica. Esta no es desde luego la realidad de Nuevo Orleáns, ubicada en lo que había sido anteriormente una región pantanosa, como las hay en las desembocaduras de muchos ríos al mar, especialmente si los litorales están formados por tierras planas y bajas.
En tiempos relativamente recientes, los pantanos del Mississippi cercanos al mar fueron drenados hasta secarlos; una vez hecho esto, la tierra les pareció apta para construir casas y centros comerciales, para crear jardines y para pavimentar calles que lo comunicaran todo. El progreso había permitido transformar el pantano en una ciudad atractiva y pintoresca; había sólo un pequeño detalle que faltó considerar, la ciudad estaba ubicada en lo que había sido el lecho del pantano, unos dos metros debajo de su superficie, dejando un enorme hueco, listo para ser llenado nuevamente por las aguas del Mississippi cuando una tormenta azotara la región río arriba.
Las probabilidades de que un fenómeno así ocurriera habían sido previstas y anunciadas, mas no atendidas, por los gobernantes, que prefirieron jugar con el agua.
La tragedia debiera servirnos como llamada de atención, porque nosotros también gustamos de jugar con el agua; aquí mismo, en la ciudad de México, cada estación de lluvias sufrimos de encharcamientos en las vías de comunicación y frecuentemente las noticias dan cuenta de inundaciones en diversas colonias, pero son pocos los que recuerdan que una gran parte de nuestra ciudad se encuentra situada en lo que hace poco más de un siglo era todavía un gran lago que sigue allí, aunque sobre su lecho hayan sido construidas casas y plazas comerciales, parques y vías de comunicación. ¿Cuánto tiempo falta para tener un fenómeno similar al de Nueva Orleáns? En años recientes hemos tenido desastres en Puebla, Veracruz, Chiapas, Yucatán, Guerrero y Nayarit; en muchos de estos estados, los riesgos eran conocidos y poco o nada se hizo para evitarlos, porque las autoridades prefirieron jugar con el agua, permitiendo que los asentamientos humanos se desarrollaran en lugares de alto riesgo, como Teziutlán, Gutiérrez Zamora y Acapulco, donde se registraron desastres hace unos cuantos años.
Los juegos con el agua no sólo tienen que ver con que ésta se derrame, sino también con que ésta falte o que se contamine, generando otros tipos de riesgos tan graves como las inundaciones. Por ello debemos dejar de jugar con el agua y pensar en ella con más seriedad, y esto especialmente cuando tenemos alguna resposabilidad en un puesto de gobierno.