Los efectos de Katrina que no han visto las cámaras
Todos los medios de comunicación de México y del mundo se han ocupado de cubrir extensamente y con todo detalle los efectos verdaderamente desastrosos que en las regiones de Nueva Orleáns, muy especialmente, y en general, en los estados de Luisiana y Mississippi, causó el huracán Katrina, dejando a la intemperie y totalmente desprotegidos a sus pobladores, sin haber podido salvar una sola de sus posesiones, incluidos los muebles de sus casas, que fueron totalmente destruidas y de las cuales muchas permanecen hasta la fecha cubiertas por el agua, produciéndose una tan lamentable como increíble pérdida de vidas humanas. Así como los desafortunados habitantes de estas regiones quedaron incluso sin siquiera alguna identificación, habiendo perdido seguramente también sus cuentas de bancos y tarjetas de crédito, y dependiendo hasta en lo más elemental de la tardía y lenta ayuda del gobierno federal, el que quedó descubierto en lo que hace a lo inadecuado de sus sistemas para prevención y ayuda en casos de desastres causado por las fuerzas de la naturaleza, pues parece ser que están mucho más preparados y en guardia para prevenir posibles actos terroristas que para acudir con oportunidad y eficacia a atender los desastres provocados por la naturaleza.
Sin embargo, no parece que hayan llamado tanto la atención de los medios en general los daños del que fueron objeto los sistemas de producción y distribución de petróleo y de gas en la región, que han tenido un alcance que trasciende por mucho los límites, no solamente de Luisiana y de Mississippi, sino también los de todo el país, que han afectado más allá del Atlántico al continente europeo y al Medio Oriente, de donde Estados Unidos ha tenido que abastecerse con urgencia por la suspensión de la producción de petróleo en la región, en más de 90 por ciento, y de 85 por ciento de la de gas natural, además de haber sufrido fuertes daños que han imposibilitado su operación como efecto inmediato en los energéticos fósiles, tanto del crudo como de los productos refinados, pues tuvieron una pérdida que no se sabe hasta cuándo podrá mantenerse y repararse, para recuperar el déficit de producción total de 2 millones de barriles diarios de petróleo, que significa 10 por ciento del consumo diario nacional de Estados Unidos.
El impacto real en su totalidad sobre las ocho refinerías afectadas y los cientos o miles de kilómetros de oleoductos y gasoductos destruidos no se conocerá con precisión sino hasta que pueda ser bombeada el agua que actualmente permanece inundando las zonas bajas de la región, pero sí se conocen con bastante precisión los efectos del faltante de la producción de energéticos, que está repercutiendo actualmente en los mercados internacionales, y que muy probablemente -se teme- este efecto se llegue a sentir también por países tan lejanos como China e India, al demandar los estadunidenses una fuerte cantidad de petróleo y de gas natural de los mercados europeos y de Medio Oriente, que está creando una escasez, como efecto colateral, en el mercado mundial de los energéticos fósiles, y también una presión importante, incluso sobre el transporte marítimo por cargueros, cuyo efecto inmediato fue aumentar las tarifas en el Atlántico.
Esta contracción en las posibilidades de abastecimiento de la OPEP ha provocado un mayor adelgazamiento del colchón de capacidad instalada no productiva de Arabia Saudita, que normalmente actúa como un amortiguador que estabiliza los precios del petróleo en el mercado internacional, lo cual ha repercutido también en el alza de los precios en el mercado, que ya de por sí estaba muy presionado, como bien se sabe, desde por lo menos octubre de 2004, alcanzando niveles hasta de más de 70 dólares el barril.
Otros efectos colaterales se dejarán sentir muy pronto con la contracción de la economía de Estados Unidos y de su capacidad de compra en los mercados de importación, y esto, desde luego, repercutirá sobre los exportadores de México hacia el poderoso vecino del norte, que se ve ahora acotado y disminuido en sus posibilidades de importación de bienes y de productos, que a su vez sostienen el ritmo de crecimiento de muchos países en el mundo, lo cual puede significar igualmente una desaceleración de la economía global.
Todo esto sucede a medida que se acerca ya el próximo invierno de 2005-2006, y los efectos de la reparación de los daños que muy probablemente pudiera no ser realizada con la prontitud deseable podrían provocar que se acentuara la escasez de energéticos para este invierno, y que se recuperara la normalidad del abastecimiento hasta la primavera de 2006.
Por otra parte, el gobierno estadunidense se ha visto obligado a liberar cantidades importantes de petróleo de su reserva estratégica, con lo cual alivia la escasez del crudo en el mercado, pero no es así en lo que a los productos refinados se refiere, puesto que la normalización del abastecimiento de éstos sólo se alcanzará cuando se pongan nuevamente en operación las refinerías afectadas por el huracán.
En conclusión, se puede decir que no es posible olvidar, sin exponerse a graves consecuencias, los efectos que pueden provocar los fenómenos naturales, cuya fuerza y poder destructivo parece que esta vez ha superado la del terrorismo, una de cuyas más destructivas e impactantes manifestaciones se está conmemorando con el luto y el pesar de todos los estadunidenses, y la solidaridad en ello de todo el mundo, precisamente el 11 de septiembre.