Editorial
China: un factor de desarrollo para AL
China, con mil 300 millones de habitantes, es ya un motor de la economía mundial, lo que algunos países de América Latina han sabido aprovechar mediante el incremento de sus intercambios con el gigante asiático y convenios bilaterales. En contraste, la reacción de México ante el poderío económico chino ha dejado mucho que desear: en vez de percibir a esta nación como una excelente oportunidad de aumentar las exportaciones, diversificar sus mercados, captar inversiones y llegar a acuerdos de mutuo beneficio, las autoridades mexicanas miran con recelo el avance chino, al que consideran una amenaza de la que hay que protegerse.
China es la sexta economía del mundo y el cuarto mercado más grande. En los últimos 20 años creció a un ritmo de más de 9 por ciento anual, un logro inédito en la historia moderna. Sus reservas internacionales, tan sólo superadas por las de Japón, alcanzaron 740 mil millones de dólares a finales de julio pasado, un crecimiento de más de 29 mil millones en tan sólo un mes. Este incremento obedece a un creciente superávit fiscal, a una mayor inversión extranjera y a la fortaleza de su moneda, el yuan.
Para algunos analistas, estas cifras demuestran que China ha fraguado un exitoso modelo de desarrollo sustentable que sustituirá al llamado Consenso de Washington, basado en el neoliberalismo, que ha provocado en América Latina y Africa una larga recesión que dura hasta nuestros días. Este modelo, ya conocido como Consenso de Pekín, reposa en una macroeconomía con intereses bajos, una moneda relativamente devaluada, políticas públicas austeras en materia de administración, una fuerte visión institucional y social de la economía, una mayor igualdad social, más democracia y la utilización del Estado como unificador de políticas de crecimiento y desarrollo de recursos humanos, entre otros factores.
En Latinoamérica, varios países han sabido aprovechar esta coyuntura. El comercio de la región con China pasó de menos de 10 mil millones de dólares en 1993 a más de 50 mil millones en 2004. Ese año, Argentina creció más de 8 por ciento debido a las exportaciones de soya a esa nación. Asimismo, China remplazó a Estados Unidos como el principal comprador de cobre chileno; Cuba recibirá inversión china para sus minas de níquel y Venezuela firmó acuerdos de cooperación para explotar reservas de petróleo y gas. Brasil es el principal socio de China en la región, cuyos intercambios se han cuatriplicado en los últimos años, involucrando productos como hierro, soya, bauxita y madera, entre otros. Y el panorama será mejor en el futuro cercano pues el presidente Hu Jintao anunció en noviembre de 2004 que su país invertirá en América Latina 100 mil millones de dólares en los próximos 10 años.
En este contexto, México podría quedarse fuera de esas inversiones ya que, en vez de llegar a acuerdos con China, el gobierno mexicano ha optado por la confrontación. El gigante asiático se ha quejado de que México interpuso una de cada cuatro demandas contra China por dumping ante la Organización Mundial de Comercio. Nuestro país también aplica barreras a la importación de al menos mil 300 productos chinos.
Esto se debe a que las autoridades mexicanas decidieron competir contra China, una decisión que ha costado cara: el año pasado, México importó productos chinos por un valor de 9 mil millones de dólares, mientras las exportaciones a esa nación fueron de tan sólo 800 millones, una cifra ridícula si se considera el enorme potencial comercial con dicho país.
Estos datos ponen de manifiesto la urgente necesidad de reformular nuestra relación con China para sacarle el máximo provecho. El camino pasa por alcanzar acuerdos y convenios de cooperación en vez de la estéril confrontación con un gigante con el que simplemente no podemos competir.