Votar en blanco
En el capítulo IV de nuestra Constitución, titulado "De los ciudadanos mexicanos", el artículo 35 establece, en su fracción I, que es prerrogativa de los ciudadanos votar en las elecciones populares. Y el artículo 36 establece, a su vez, en la fracción III, que es obligatorio "Votar en las elecciones populares en el distrito electoral que le corresponda".
Como toda norma jurídica podría interpretarse lo previsto en la fracción III del artículo 36 en el sentido de que la obligación del ciudadano es votar en su distrito electoral y no en otro. Pero la interpretación dominante es que lo obligatorio es votar y no importa tanto el distrito electoral en que lo haga. El voto puede depositarse en cualquier lugar en que el ciudadano se encuentre, pero en caso de que esté de tránsito, o de vacaciones, o en una huida de lo que sea, inclusive en el extranjero según se ha resuelto recientemente (¿no se habrá, con ello, violado la Constitución?), sólo podrá votar por la Presidencia de la República.
El problema es que el sistema electoral no está muy claro. Recientemente la Suprema Corte ha resuelto que únicamente podrá haber candidatos de partido, resolviendo en contra de Jorge Castañeda una demanda de amparo. Pero tampoco se prevé qué se puede hacer cuando, queriendo el ciudadano cumplir su deber de votar, ninguno de los candidatos satisface plenamente sus exigencias.
Sin que debiera atreverme a opinar sobre un tema de derecho público, que no es de mi especialidad, me parece importante afirmar que en modo alguno estoy de acuerdo en que la presentación de candidaturas constituya un monopolio de los partidos políticos. La Constitución no es rotunda al respecto, y me parece que su artículo 41 puede interpretarse bien de la forma que lo hizo la Corte o de acuerdo con la tesis de Jorge Castañeda. Esa ambivalencia deriva, a lo mejor, del numerito que le tocó en gracia.
Pero independientemente de ello, que no es el asunto que me preocupa más, me parece que lo importante es determinar si la obligación de votar se tiene que ejercer, necesariamente, a favor de un determinado candidato, o si los ciudadanos tenemos el derecho de no votar por ninguno en especial, tomando las debidas precauciones al depositar el voto para que no sea utilizado en beneficio de alguien. Todo es posible, como lo demuestra nuestra historia política.
Yo creo que no existe esa obligación. Frente a la limitación a las candidaturas, necesariamente vinculadas a un partido político, me parece que el ciudadano tiene el derecho de no votar a favor de alguien o de algunos "álguienes".
Nunca me había pasado antes. Pero en esta etapa preliminar a las elecciones, me está pasando. Y no solamente a mí, sino a muchos más.
En tiempos remotos, cuando la marrullería política era evidente pero las opciones muy limitadas, debo haber votado por algún candidato del PRI, no tanto porque me convencieran sus supuestas cualidades revolucionarias sino porque la otra alternativa, el PAN, reflejaba el conservadurismo absoluto. Del mal, el menos.
Hoy, en este momento, no sabría por quién votar. Mi vieja costumbre de hacerlo a favor del PRD, en el que encontraba una manifestación izquierdista más o menos evidente, reconozco que ha perdido vigencia. Curiosamente, no en beneficio de otros partidos.
Tengo amistad, aunque de trato infrecuente, con Roberto Madrazo, pero no coincido políticamente con él. En su reciente conflicto con Elba Esther Gordillo, mis simpatías están a favor de la maestra. A Arturo Montiel no lo he tratado ni me parece que pudiera simpatizarme su candidatura.
Por los rumbos del PAN lo curioso es que tengo una vieja amistad, hoy tampoco alimentada por visitas mutuas, con Santiago Creel. Hemos llevado juntos varios asuntos, en la época en que Santiago ejercía cumplidamente, y con gran eficacia, como abogado. De alguna manera discutimos en ocasiones electorales sobre problemas sindicales que le afectaban. Felipe Calderón está casado con Margarita Zavala Gómez del Campo. Su madre, Mercedes, es prima hermana de mi mujer. Con Felipe hemos tenido mil encuentros familiares, y más allá de su cierta timidez, la relación es muy cordial.
Sin embargo, la horrorosa experiencia del PAN en el gobierno, aunque tampoco se le pueden atribuir al partido todos los problemas y su reiterada política conservadora, no me permitirían votar a su favor.
En el PRD tengo relativa pero buena relación personal con muchos de sus personajes, de manera especial con Cuauhtémoc Cárdenas, a quien aprecio mucho, aunque hoy no me parezca adecuada su candidatura. De los aspirantes a jefe de Gobierno, lógicamente por mi cordial relación con Pablo Gómez, de los tiempos en que formábamos parte del consejo de administración de La Jornada y mi absoluta convicción de que es un hombre de inteligencia superior, y de ideología muy coincidente con la mía, me llevarían a votar por él.
El problema está por otros rumbos. No me refiero por supuesto a los candidatos a diputados y senadores, que se llevarían mi voto a favor del PRD. A pesar de algunas metidas de patas. Me refiero específicamente a la candidatura a la Presidencia de la República.
He admirado de Andrés Manuel López Obrador su oficio político, su capacidad para abrir nuevos espacios y establecer un permanente contacto con la gente. Nadie pone en duda su simpatía personal y su capacidad de crítica. El apoyo monumental que ha recibido y aquella idea curiosa de que fuera refrendado periódicamente (cada dos años) el voto que lo condujo a la jefatura de Gobierno lo han hecho ocupar un primerísimo lugar en las encuestas. Creo que ganará.
Quizá no cuente con mi voto. Es cierto que sus obras monumentales, particularmente el famoso segundo piso, me han hecho odiarlo de momento y admirarlo sin reservas cuando llego a clase en la UNAM en 20 minutos o menos desde Polanco. Con el tránsito de norte a sur, mi voto vacila, y a veces, por ahí por San Antonio, también de sur a norte. Pero no puedo prescindir de mi condición de jurista, más que de abogado. Me asusta su insistente incumplimiento de la ley. Yo diría: su desprecio por las reglas.
Falta mucho tiempo para el próximo mes de julio. Quizá cambien las perspectivas. Pero en este momento me dominaría la idea de votar en blanco por la Presidencia. Cumpliría la obligación, pero a mi manera.