Usted está aquí: lunes 19 de septiembre de 2005 Opinión El plan de lucha y la otra campaña

Guillermo Almeyra

El plan de lucha y la otra campaña

Lamento no poder asistir a la última reunión preparatoria de la otra campaña y, por lo tanto, perderme las especiales deferencias que, dicen, se brindarán a quienes, como yo, somos de talla generosa. De todos modos mando por este medio mi intervención que, leída, no supera los cinco minutos, aceptando, a pesar de eso, que pueda ser abucheada. Reitero que lo fundamental no deben ser los "peros" al tiempo y al modo en que se proclamó esa otra campaña, aunque haya un buen margen para las críticas, entre otras cosas a los epítetos y abucheos a la gente que practica honestamente la "bigamia política" y apoya simultáneamente a los zapatistas y al candidato del PRD. Es que no se puede reducir el zapatismo al protagonismo de Marcos (lo que cuenta es el apoyo indígena a la otra campaña y el comienzo de una importante apertura política) y lo fundamental es darle cuerpo y forma a la política de izquierda y anticapitalista que el EZLN ha decidido seguir, discutiendo fundamentalmente cómo, con quién y con cuáles objetivos inmediatos y mediatos llevar a cabo esa campaña y qué composición y cuáles fines podría tener el plan de lucha implícito en los esfuerzos del diálogo nacional y en el Programa de Querétaro. Como decía Perón, que era un vivillo pero no un tonto, "mejor que decir es hacer".

Creo en primer lugar que, a pesar de su nombre, que hace referencia a la campaña electoral, la otra campaña debe hacer abstracción de las elecciones y centrar su acción sobre los problemas que los candidatos y sus programas ignoran y formar parte de la organización del plan de lucha, con el Programa de Querétaro como bandera (perfeccionado, si se quiere, de común acuerdo con los aliados). Votar, no votar y por quién votar debe ser una decisión individual, en el momento de apertura de las urnas, de quienes, junto a los zapatistas y otras fuerzas de izquierda y anticapitalistas, participen en la otra campaña, y el centro de ésta no debe ser el combate contra ninguna candidatura sino la autorganización independiente de cada pueblo, cada barrio, cada región, para que los que hoy son sólo clientela electoral puedan imponer sus decisiones o exigir, con su fuerza organizada, que las promesas de los salvadores se cumplan. El zapatismo no puede reducirse, por lo tanto, a salir para escuchar propuestas sino que debe elaborar conjuntamente medidas concretas de lucha o de propaganda para ésta con aliados que respondan a principios compartidos por todos. Como no hay un solo México sino que existen muchos, dadas las diferencias étnicas, sociales, culturales, económicas entre las diferentes regiones, no es posible querer imponer a todos, metiéndolos en un solo molde, ni formas organizativas ni precedencias en los objetivos comunes, y las alianzas deben por eso ser también locales, con las fuerzas organizadas o "silvestres", para hacer un censo de las necesidades también locales, darles la prioridad que les dan sus habitantes y buscar soluciones territoriales y regionales en el contexto de las luchas por los grandes problemas nacionales, que serán la base, como en el Programa de Querétaro, para las alianzas en el ámbito nacional.

Es evidente que la lucha, "hoy, hoy, hoy", por un México que no deprede los recursos naturales, donde impere el estado de derecho, donde la justicia merezca ese nombre, donde no hayan más miseria, ignorancia, enfermedades curables, discriminación salvaje contra las mujeres y gigantescas desigualdades sociales, de un México con una democracia radical y con una Constitución progresista propia de un país soberano (y conste que no hablo del México socialista por el cual lucho, sino solamente y ahora, de lo inmediatamente posible), no incorporará sólo al puñado de anticapitalistas conscientes que todavía sobreviven en nuestro territorio. Zapatistas que no están sólo en el EZLN se unirán en las luchas como se unen ya en los movimientos sociales en torno de objetivos comunes. No se puede requerir un análisis de sangre a nadie para certificar su pureza política (¿quién podría juzgarla, con las tradiciones de la izquierda?), y hay que caminar junto al que quiera seguir la otra campaña aunque sólo sea cien metros. No es necesario ser del EZLN para luchar contra el Plan Puebla-Panamá (algunos de los peores puntos de éste, dice López Obrador que los llevará a la práctica en contra de los pueblos del istmo), para luchar por agua para los campesinos y los pobres urbanos, no solamente para la industria o los ricos, para combatir contra lo que impulsa a emigrar y deshace enteras etnias y regiones, para imponer los derechos de los indígenas, el fin del feminicidio y de la discriminación contra las mujeres, incluso en las comunidades indígenas, para preservar el ambiente, para mantener bajo propiedad estatal los recursos fundamentales para el desarrollo nacional, para acabar con la violencia del aparato estatal (y con la imposición charril en los sindicatos), por una educación gratuita, laica y avanzada para todos. Todo aquel que comparta estos objetivos es un aliado, aunque sea militante de un partido con registro. Y un frente nacional social para organizar la campaña y las acciones (paros, manifestaciones, declaraciones, propaganda oral) que de ella se desprendan por fuerza debe construirse con las organizaciones y direcciones tales como son hoy, esperando que la acción misma y la discusión las mejoren.

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