El Papa y el IFE
En realidad no tiene nada de extraño o inusual la actividad política de la Iglesia católica en México y el mundo. Digamos que es parte de su naturaleza. Sin embargo, la selección de los tiempos para hacer pública alguna postura o reflexión se encuentra sometida a un cálculo respecto de los efectos que puede tener, procurando alcanzar el objetivo planeado. Lo interesante es encontrar el motivo y finalidad de las acciones.
Varios medios impresos dieron cuenta de la preocupación de Benedicto XVI por la situación del narcotráfico y la corrupción en el país. De acuerdo con las notas, publicadas el mismísimo 16 de septiembre, ante 23 dirigentes de la curia, Joseph Ratzinger expresó además el lacerante avance de la pobreza. Las respuestas de funcionarios y legisladores no se hicieron esperar, acudiendo al simplón recurso del intervencionismo, de falta de respeto a las relaciones bilaterales y así por el estilo, además, por supuesto, de que los funcionarios nos recordaron los logros en la materia (sin enlistar ninguno, al menos en las declaraciones que leí).
Pero las observaciones papales tienen un alto contenido político y sentido de oportunidad. Por una parte, en la víspera del arranque formal de las elecciones de 2006, los partidos políticos consideran un interlocutor fundamental a la misma Iglesia católica. En tanto el calendario jurídico de los comicios se inicia la primera semana de octubre, todos los partidos políticos deberán incluir en su plataforma y oferta electoral medidas encaminadas a hacer frente al problema de la inseguridad y la impartición de justicia. Aquel que haga propuestas superficiales, que descansen en la voluntad y no en el estudio y transformación institucional para abordarlo, condenará al colapso del sistema no jurídico, sino político.
Por la otra, los señalamientos del Papa únicamente hicieron destacar lo que todos los organismos internacionales y especialistas saben: que el avance del narcotráfico encuentra terreno propicio para asentarse en contextos donde los valores sociales y la articulación de una convivencia sana no tienen cabida. Porque, en efecto, no sólo es un asunto de pobreza, habrá que recordar al obispo de Roma, pues en Estados Unidos, el mayor mercado de droga y también la economía más rica del mundo, el narcotráfico es un problema que propicia violencia y corrupción. En fin, no se trata de evadir las críticas, pero sí de darles un contexto menos dramático en cuanto a las reacciones tenidas por voceros de distintas posturas partidistas y del oficinas del gobierno de la República.
Ahora bien, en su calidad de jefe de Estado, Ratzinger sabe que cualquier opinión suya sobre otra nación, si bien puede entenderse como una legítima y sincera preocupación, no deja de contener un importante sentido político. Pretender negarlo, como hicieron varios de los obispos que acudieron a la audiencia, es ubicarse también en el otro lado de la orilla del río. Y si no, allí está lo dicho el 14 de septiembre, por voz del arzobispo de Jalapa, Sergio Obeso, al anunciar el programa Fe y política (¿qué tal?), donde se exige al Instituto Federal Electoral actuar con transparencia (como si no lo hiciera o pudiera no hacerlo). Así que ninguna casualidad en los tiempos ni en las expresiones.
Ese programa busca, según reportajes publicados, actuar en las 83 diócesis en que se encuentra divido el país, para que desde cada una de ellas se incentive la participación de la ciudadanía en las elecciones. Ante esa situación, podemos recordar la canonización de 24 santos mexicanos, 23 correspondientes a la guerra cristera, durante mayo de 2000, en plena campaña por la Presidencia de la República. Bienvenidos los planteamientos que buscan la conciliación nacional, que a su vez implican propuestas incluyentes. Los vamos a necesitar.