Usted está aquí: lunes 19 de septiembre de 2005 Opinión APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Poder impotente

DICE EDMUNDO VIDAL en sus Apuntes del pasmado: "La diferencia entre un hombre considerado de éxito y otro que jamás lo conocerá, es que este último 'no tiene en que caerse muerto', mientras el exitoso sí tiene en qué caerse necesaria, impredecible y ordinariamente... muerto".

EN ESTE SENTIDO, si las superpotencias desarrollaran, además de su afán de dominio, conciencia de su condición de mortales por omnipotentes que se sientan, y por más cálculos optimistas que manejen de su perdurabilidad, en vez de pretender salvar al mundo y de rescatar de crueles dictaduras a otros países -de preferencia con grandes reservas petroleras-, aprenderían a vivir y a morir mejor en el suyo.

INVADIDO EL PLANETA por una imagen idiota del paraíso estadunidense, gracias a su cine y televisión -catástrofes evitadas un segundo antes de que ocurran, violencias diversas finalmente controladas, héroes grotescos, etcétera-, tamaño narcisismo se traduce en una autocomplacencia que les impide modificar rumbos, incluido su torpe culto al consumo. Incapaces de mirar cada día en el espejo el trabajo de su propia muerte, los gringos se sueñan poseedores del mejor de los mundos posibles... hasta que un huracán, por ejemplo, les restriega su impotencia.

DINERO Y PODER, aún en exceso o precisamente por ello, resultan infructuosos. Haberse olvidado de aprender a vivir con el corazón y la cabeza, no sólo con la ambición y el estómago, desemboca en una tremenda ineficacia existencial para aceptar esa condición de mortales, mientras un frívolo imperio envía por el mundo soldados a matar miles de supuestos enemigos, en esa moral hipócrita que defiende la vida.

SI MI PRIORIDAD es acumular poder económico y político por sobre mi poder de aceptación de la propia finitud, o como pueril respuesta a mi impostergable cita con la muerte, entonces nunca podré "estar a la altura" de mis límites, e intentaré negarlos o rebasarlos mediante el apurado convencimiento de que, a diferencia de los menos privilegiados, yo soy socio de Dios, conocedor de sus designios, ejecutor de sus voluntades y constructor de mi paraíso a costa del infierno de otros.

¿DONDE PONER entonces como individuo, comunidad, país y planeta, mi energía? Desde luego no en la mezquina obsesión de acumular poder y dinero hasta la demencia, mientras los más carecen de lo indispensable pues, ya lo dijo Vidal, tengas o no tengas en qué caerte muerto igual te irás al hoyo, con una desventaja para quienes disponen de fortuna: Por sus mismas posibilidades económicas y de negación, no dudan en ponerse en manos de médicos, laboratorios, eminencias, etcétera, a cargo de oportunos administradores de esperanzas, bienes y honorarios.

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