Usted está aquí: domingo 25 de septiembre de 2005 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

La fotonovela de la vida

"Tengo muchos intereses -la música, la cocina, la aeronáutica- pero mi pasión constante ha sido la fotografía. Debo haber tenido cinco años cuando construí mi primera cámara: tomé una caja de zapatos, le abrí dos ranuras para deslizar por ellas una tira con mis dibujos y le agregué como lente la lupa con que leía mi abuelita. Verlo todo a través de ese artefacto me fascinaba, pero lo que decidió mi vocación fue mi entusiasmo por el cine. Iba al Briseño, al Isabel, al Odeón, al Monumental...

"En las matinés, entre una y otra película pasaban noticiarios en los que aparecían camarógrafos en el momento de captar paisajes, animales o escenas extraordinarias: un insecto gigantesco, una tribu de caníbales que había devorado al príncipe-no-sé-cuántos. Al verlos pensé: Quiero ser como esos fotógrafos. Lo conseguí porque soy un terco perseguidor de mis sueños, de otro modo seguiría siendo el porterito de la 201."

En este breve autorretrato Antonio Caballero calla por modestia que tampoco habría llegado a convertirse en el extraordinario profesional que ha explorado todas las posibilidades de la fotografía: desde la nota roja, el deporte y las modas, hasta las fotonovelas y el retrato.

Setenta ventanas al pasado

Me encuentro con el señor Caballero, como le dicen desde niño, en el patio interior de la galería López Quiroga, a la sombra de un hermoso colorín y en vísperas de que se inaugure la exposición Fotonovelas y retratos, 1960's-1970's. La muestra reúne setenta imágenes, parte del material que don Antonio logró rescatar de los terremotos de 1985.

Aquel año el señor Caballero y su familia se inscribieron en la mesa de voluntarios instalada junto a la plaza México y se dedicaron a auxiliar damnificados: "Por un momento me sentí confuso: Tenía que elegir entre mi obligación de periodista -captar escenas del desastre- o atender a las personas afectadas por los sismos. Opté por olvidarme de mi cámara y dedicarme a repartir agua, víveres, cobijas.

"Una semana después fui a mi despacho. Era todo un piso en Orizaba y Alvaro Obregón: uno de los puntos más golpeados por los terremotos. Encontré el edificio en ruinas. Perdí equipo, muebles -los compré para utilizarlos en la producción de fotonovelas, proyecto que nunca llegué a realizar- y casi todos mis negativos."

Le es imposible precisar el monto de la pérdida: "Llevaba muchísimos años tomando toda clase de fotos. Para que se dé una idea de lo que perdí voy a referirme nada más al material de las fotonovelas. Había ilustrado unas 500. Cada una iba ilustrada con 180 fotos elegidas entre 600 o más. Por eso digo que en mi despacho quedaron sepultados también muchísimos años de mi trabajo".

Antonio Caballero rescató 40 por ciento de sus negativos. Parte de ellos integran la exposición en la galería López Quiroga. Más allá de su valor estético -equilibrio, armonía, juego de luz y sombra- las fotos tienen el valor adicional de captar 10 años de vida urbana con sus personalidades, su atmósfera, su arquitectura. Muchos lugares que eligió como escenario de sus fotonovelas quedaron destruidos por la furia de los terremotos. Hoy sólo existen en la mágica memoria de sus fotos.

El batallón de la 201

Don Antonio acepta que las imágenes captadas por él antes de 1985 tienen un valor antropológico, pero aclara que en el momento de tomarlas su intención fue simplemente apropiarse del mundo:

"Sobre todo de la ciudad: me obsesiona. Siempre la estoy persiguiendo y siempre está presente en mis fotos. He caminado por todas partes -desde los barrios bravos hasta las vías rápidas- y he descubierto calles, plazas, jardines, edificios y en ellos rostros y manifestaciones de vida que me deslumbran."

Su pasión por la ciudad, por sus colonias y barrios, está en sus orígenes familiares: "Nací en Peralvillo, sin embargo, me considero más bien de la Guerrero, porque cuando era todavía muy chico nos mudamos a una vecindad en Carlos J. Meneses 2001. Mis padres eran los porteros. En la casa vivíamos ocho personas, contando a mis cuatro hermanos y a mi abuelita... En las paredes teníamos algunas fotos de familia, entre ellas una coloreada que nos tomaron a mi hermano y a mí vestidos de inditos para un jueves de Corpus".

A modo de instantáneas, don Antonio recupera algunos puntos de referencia en la calle de su infancia: "La escuela Belisario Domínguez, donde estudié, el cine Capitolio, la panadería La Unica de Guerrero y una cantina famosa: La Universal. En el piso de arriba vivía Gloria Marín. Seguido la visitaban Jorge Negrete y a veces también su doble, Raúl Luzardo".

Héctor y María

Para Antonio Caballero, la calle Carlos J. Meneses sigue siendo entrañable y una de las claves de su vida: "Allí forjé mis sueños y tomé mis primeras fotos con una camarita que me regaló mi padre. Era muy niño y no entendía la magia de su funcionamiento ni por qué necesitaba ponerle rollo. Eramos muy pobres. Cuando quería comprar película para mi Brownie Fiesta trabajaba cargando bultos, haciendo mandados o lo que fuera".

En la azotea de la vecindad el señor Caballero se volvió un personaje famoso y codiciado, porque todos sus amigos y conocidos querían posar ante su cámara. Desde esas alturas él lo mira todo sin saber que al mismo tiempo era observado por una hermosa mujer que lo acercó a quien él juzga la persona más importante en su desarrollo profesional: Héctor García.

"Una de nuestras vecinas era María García, ¡bellísima! La frecuentaba mucha gente porque era una magnífica modista. Ella siempre me veía dibujando o tomando fotos. Cuando se hizo novia de Héctor García me recomendó con él para que me llevara a trabajar a su estudio: Foto Press, en Reforma 12-503. Allí lo aprendí todo de Héctor, a quien considero un padre y mi gran maestro. El hecho de haberlo ayudado contestando el teléfono o cargándole su cámara me abrió el mundo y me permitió recibir grandes lecciones."

México de noche

Por su trabajo en Foto Press, Antonio Caballero obtenía cinco pesos semanales: "Necesitaba el dinero, pero mi verdadera ganancia, mi tesoro, fue haber visto trabajar a Héctor... Entonces era un hombre muy alto, corpulento: un gigante para mí. Ibamos juntos a todas partes: estudios, teatros de burlesque. Me emociona recordar que de pronto me ordenaba entregarle la cámara porque iba a tomar una foto de algo o de alguien a quien había descubierto a media calle, en un quicio, en una ventana. Captaba escenas o rostros en apariencia insignificantes, pero que su mirada de águila convertía en imágenes extraordinarias, conmovedoras, únicas".

Con la llegada de la Rolley Flex, la fotografía dio un salto enorme: "Héctor compró una de esas cámaras: se modernizó y tuvo mucho más trabajo. Le pedí que me permitiera ayudarle tomando fotos. Aceptó. Su generosidad fue más allá: me escribió una escala de exposiciones para facilitarme el trabajo. Así empecé a cubrir sociales y espectáculos. Al cabo de siete meses pensé en independizarme. Héctor estuvo de acuerdo. Hablé con mi madre. Ella empeñó el radio que habíamos comprado en la mueblería Mosqueta y así pude hacerme de una Retina".

A partir de ese momento Antonio Caballero ha colaborado en infinitas publicaciones: Guerra al Crimen -su punto de partida-, Cine Mundial, El Fígaro, Revista de América, Cita, Chicas, Novelas de Amor, Amiga... Sus páginas son fragmentos de una historia escrita en imágenes por un fotógrafo impar que es también maestro en el arte de contar nuestra vida.

 
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