Premios a tono con un concurso decepcionante
Montreal, 25 de septiembre. Un festival tan conflictivo como resultó el nuevo de Montreal no podía concluir sin unos premios controvertidos. Debido a que de la competencia se podían rescatar tres o cuatro títulos, eso complicaba las cosas para un jurado obligado por las el reglamento a otorgar el doble de premios.
El Iris de Oro para la producción local L'audition (La audición), opera prima del también actor Luc Picard, sólo se explica cómo una obvia maniobra para favorecer a la compañía Telefilm Canadá, uno de los patrocinadores primordiales del festival. El hecho que el voto no fue unánime indica que algunos miembros del jurado, por lo menos, no estuvieron de acuerdo con premiar ese elemental melodrama sobre un hampón convertido en actor promisorio y padre (póstumo) ejemplar.
El Iris de Plata, gran premio del jurado, para la suiza Josh tree's (Los árboles de Josh), de Peter Enteller, resulta mucho más justificable en términos cinematográficos. Como señalé en mi artículo de ayer, es la prueba de que el concepto del mensaje en video de un padre a su hijo podía dar lugar a un testamento válido. También era de esperarse algo para la argentina Tatuado, de Eduardo Raspo, por su discreto contenido afectivo sobre el tema más recurrente del festival, la búsqueda de las raíces familiares. La película fue merecedora del Iris de Plata a una contribución sobresaliente en edición, fotografía, música o guión.
De ahí en fuera, los demás premios sugieren que el jurado tuvo una visión particular de las cosas. El Iris de Plata al mejor director fue para el japonés Hiroshi Ishikawa por Su-ki-da, y no su paisano Sabu, quien en Shisso (Carrera a la muerte) brindó el que era, por mucho, el mejor trabajo de estilo de toda la competencia. Se supone que Su-ki-da puede traducirse como amor o agrado. En realidad, significa aburrimiento terminal si nos atenemos a lo que provoca una película en la que los personajes son lacónicos al borde de la catatonia, mientras el director se la pasa contemplando nubes y paisajes.
Los premios de actuación son también cuestionables. El Iris de Plata a la mejor actriz fue para la italiana Angela Baraldi por su deslucido papel de detective fodonga en Quo vadis, baby?, de Gabriele Salvatores. Sin embargo, el colmo fue el Iris de mejor actor para el niño coreano Park Ji-Bin por sus insufribles mohines de travieso en Ahnnyeong hyeong-an (Hermanito), de Im Tai-Hyung. Eso de premiar a infantes o discapacitados de dudoso futuro en el cine es un fenómeno de cursilería bastante común en los festivales. Cabe sospechar que el presidente del jurado, Claude Lelouch, fue el principal culpable de ese desacierto.
Sin embargo, el nivel de la competencia fue tan bajo que no se le puede reclamar gran cosa al jurado, fuera de la omisión de Shisso entre los títulos premiados. Es más, hubiera sido correcto darle un premio de estoicismo al jurado mismo por aguantar una decena de verdaderos latazos sin poder abandonar la sala.
Por lo planteado en días anteriores, la situación se presenta áspera para el Nuevo Festival de Montreal. Las principales fallas de esta primera edición son atribuibles al escaso tiempo de organización y su mala posición en el calendario. Pero cabe suponer que acabará por imponerse, porque los grandes consorcios y patrocinios están de su lado. (Y sirva esto de lección ejemplar a todos los festivales, domésticos e internacionales: de poco sirve un presupuesto holgado si las cosas se hacen al vapor. Lo improvisado o carrereado siempre se nota).