México y China
El pasado 12 de septiembre Hu Jintao, presidente de China, estuvo en México. Su presencia no sirvió para analizar y discutir a fondo el futuro de las relaciones entre ambas naciones, o las enseñanzas que la vertiginosa industrialización del coloso asiático puede ofrecer a nuestro país. En su lugar, la prensa destacó un incidente insignificante: durante 10 minutos el mandatario estuvo atrapado en un elevador del Senado de la República.
China ha desarrollado una audaz estrategia diplomática con varias naciones de América Latina. El vertiginoso crecimiento del dragón requiere grandes volúmenes de materias primas existentes en el área. El comercio de este país en la región durante 2000 fue de más de 12 mil 500 millones. El año pasado ascendió a 40 mil millones. El gigante oriental ha invertido en el sector productivo del continente casi mil 600 millones de dólares; si se suman las financieras, la cifra supera los 4 mil millones. Hu Jintao informó que su país destinará al área 100 mil millones de dólares en los próximos 10 años.
Muchas naciones del continente se han beneficiado del vuelco chino a la región. Han encontrado en él un contrapeso a la presencia de los capitales estadunidenses y europeos. El dragón asiático se ha convertido en el segundo mercado en importancia para las exportaciones latinoamericanas, después de Estados Unidos. Brasil, por ejemplo, cuadruplicó su comercio en los últimos años, exportando volúmenes de soya, cuya superficie de producción es similar al tamaño de Israel. El 71 por ciento de las ganancias de la mina estatal de cobre chilena Codelco se debieron a sus ventas a ese país. Venezuela estableció acuerdos bilaterales de cooperación para explotar gas y petróleo. Cuba se asociará a ese país para desarrollar las minas de níquel de la isla.
Pero el gobierno mexicano se resiste a construir una relación mutuamente provechosa con China. No son pocos quienes insisten en ver a esa nación como la causante de muchas de nuestras dificultades económicas, aunque la pérdida del dinamismo de nuestras exportaciones a Estados Unidos tiene que ver más con la disminución de nuestra capacidad competitiva. El racismo existente en nuestro país contra ese pueblo ha rebrotado en las últimas fechas. Expresiones de xenofobia pueden encontrase con facilidad tanto en puestos migratorios como en páginas de la web que buscan "denunciar" la piratería, tales como www.pincheschinos.
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Mientras que Chile, Brasil, Argentina, Perú, Venezuela y varios países caribeños han reconocido a la nación asiática su condición de economía de mercado, México se niega a hacerlo y utiliza el método de país subrogado. Nuestra nación fue la última que aceptó los acuerdos bilaterales requeridos para permitir su entrada a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Son muchos los centros de pensamiento que consideran a este estado asiático como el próximo superpoder del siglo XXI. El diario inglés Financial Times (22 de septiembre de 2003) se preguntaba: "¿Por qué Europa es el pasado, Estados Unidos es el presente y el continente asiático dominado por China el futuro de la economía global?" Uno de los más destacados estudiosos del sistema-mundo, Giovanni Arrigui, asegura que "por lo que sabemos, el ascenso actual del este de Asia hasta llegar a ser el mayor centro dinámico de los procesos de acumulación de capital a escala mundial, puede muy bien ser el preámbulo a un 'recentramiento' de las economías regionales y mundiales sobre China".
China se ha convertido en un desafío para Estados Unidos. Según el geógrafo David Harvey, la ofensiva estadunidense a Irak es producto del agotamiento del modelo financiero como mecanismo de dominación mundial y de la posibilidad de que nuevas potencias mundiales como China emerjan y pongan en jaque su posición en el mundo.
La diplomacia mexicana actual, ceñida cada vez más a los intereses de Washing-ton, no parece muy entusiasmada con la posibilidad de construir una relación bilateral con el coloso asiático provechosa para nuestros intereses nacionales.
El modelo de desarrollo seguido por esta potencia emergente le ha permitido crecer a tasas sostenidas de más de 9 por ciento anual durante más de 20 años seguidos. Su experiencia se ha convertido en una referencia creciente para otros estados que buscan insertarse en el mercado global, conservando márgenes importantes de autonomía política y protegiendo su cultura y forma de vida. Joshua Cooper Ramo ha llamado a esta vía el Consenso de Pekín (The Foreign Policy Centre), en oposición al Consenso de Washington.
Este modelo, que combina fuerte intervención estatal en la economía con las formas de explotación capitalista más bárbaras, ha provocado simultáneamente un acelerado proceso de industrialización y desarrollo económico, así como las más grandes inequidades sociales y desigualdad entre regiones existentes en el mundo. Se mantienen grandes limitaciones a la libertad de asociación y de palabra, y la política sigue siendo monopolio de un partido de Estado. Aunque en la generación de esta riqueza la privatización de los bienes públicos ha desempeñado papel fundamental, se ha hecho a contracorriente de lo que son las recetas usuales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
No obstante, salvo en pequeños espacios académicos o empresariales, el Consenso de Pekín prácticamente no ha sido estudiado, analizado ni debatido en México. Ni siquiera la visita del presidente Hu Jintao animó esta reflexión ni difundió sus logros y limitaciones. A pesar de la aparente distancia, China está mucho más cerca de México de lo que usualmente se cree. Al tiempo.