Sociedad, grupos de presión y democracia
Un conjunto de personas que ha rondado por la escena pública durante décadas muestra, una vez más, el rostro de sus ambiciones, proyectos, compulsiones e intereses. El intenso periodo electoral que por ahora domina el ámbito público del país les sirve de acicate y telón de fondo para sus propósitos. Unos alegan abanderar o representar a una etérea sociedad. Otros aducen la intención de mejorar la salud de la nación, en particular en su vertiente productiva. Pero todos persiguen, en la trastienda de tales movimientos, su permanencia o estelaridad como actores de primera línea. Ocupar el sitio predilecto, satisfacer el impulso protagónico que los abraza, ese plantarse ante un auditorio que anida en la misma esencia de la política es su pretensión ineludible.
Una vez más el respetable dúo de Porfirio y Cuauhtémoc, que tantas batallas ha dado por la vida democrática de la República, ocupa con satisfacción evidente su acordado sitial. Se arropan ahora con numerosas agrupaciones y ciudadanos en lo individual para elevar esa voz bien intencionada que trata de describir situaciones futuras y describir reformas pendientes que tendrán efectos para millones de seres. Esa voz que se multiplica con el auxilio de guías sindicales ya bien toreados, ubicuas ONG, ubicuos clérigos, empresarios catalogados de progresistas, y otras varias especies de la colectividad que pueden y llevan a cabo numerosas actividades, ya sea como defensores de los derechos humanos o como eficaces comunicadores de un bienestar asequible.
Bienvenidos sean a este valle de penurias donde las elites directivas del país han dado contundentes pruebas de sus escasas dotes de conductores, como responsables de una estado de salud medido por magros resultados que ya duran treinta y tantos años. No quieren agotarse, dijeron, en la pasajera lucha electoral. Ni quieren asentarse como grupo de presión, adicional a los que ya se padecen. Sostuvieron su voluntad de prevalecer para alentar, para concretar las metas avistadas por su imaginación que, en el caso de Porfirio al menos, es vasta, atractiva y, sin duda, prolífica.
Por su propio derecho, pero con similares intenciones de influir en la mente y la conciencia colectivas, un grupo de empresarios presentará (mañana jueves) un publicitado acto que dé cauce y forma a sus vastos intereses y la voluntad conductora que los anima. Capitaneados por Carlos Slim, conspicuos hombres de negocios darán a conocer el proyecto de gobierno que, consideran, es el más conveniente a seguir por los mexicanos. Quieren acercar su concepción a los distintos candidatos a la Presidencia para que sea una especie de brújula, de mapa, de modelo a seguir en la venidera época. Una que se avizora de complicada formulación y espinoso tránsito por la ruta democrática. En el fondo tales personajes, con el poder de los masivos medios económicos que manejan, no podrán desprenderse de las condicionantes impuestas por años en el trasteo cotidiano de sus conglomerados y por las feroces consecuencias que, casi de manera obligada, desatan sobre la población. No puede esperarse cosa distinta a la ya conocida con relativa precisión. Se presentarán como abanderados de la producción, del empleo, de la creación de riqueza y tendrán razones evidentes y de sobrado peso para hacerlo. Pero también soslayarán aquellos efectos laterales y hasta nucleares que contaminan sus pretensiones redentoras: la concentración de la riqueza, la injusticia en el reparto del ingreso y la estrechez de las oportunidades para millones de compatriotas.
Juntas, ambas intentonas no dejan de recalar en su condición elitista. Ya sea por lo que toca a los autonombrados agentes sociales o por lo que corresponde a la promoción de los empresarios de gran calado. Las dos tienen también basamento común, pues visualizan tiempos de enfrentamiento, de rasposa confrontación que bien puede desembocar en el surgimiento de ánimos revisionistas o, con claras posibilidades, en situaciones de cambio efectivo y profundo. Las condiciones por las que atraviesan las campañas electorales de los diversos partidos comienzan a mostrar las duras realidades que las van condicionando. Y, aunque todavía son un tanto nebulosos los contornos y contenidos de las ofertas lanzadas, la energía social va empujando al elector hacia una encrucijada ante la cual tendrán que escoger. Por un lado tendrán la opción tradicional de un gobierno primariamente enfocado a satisfacer las necesidades de las elites, es decir, un gobierno para los pocos (plutocracia). La otra, diferente en sus implicaciones y objetivos por lo que toca a su finalidad misma, se presenta como un ensayo democrático de corte popular.
Así las cosas y evitando caer en dicotomías férreas o los simplismos del pro y el contra sin grises y alternativas adicionales, se tendrá, en un costado, la continuidad que no admite modificaciones, la que sólo requiere finiquitar los pendientes y profundizar el modelo actual. En la otra esquina se empieza a dibujar, con claridad suficiente, la que intenta una movilización de ciudadanos que esperan, que desean, el golpe de timón, el ensayo de nueva ruta y el diseño de metas a lograr dirigidas y guiadas por el pueblo. En esta lucha, en mucho dispar en cuanto a recursos promocionales e instrumental de presión, se quieren insertar los actores del drama público que vive la sociedad mexicana.