Bolivia: movimientos sociales y elecciones
Es sabio aprender de la experiencia ajena. Y, en el campo de la relación que existe entre la acción directa, la organización de un doble poder mediante la acción de masas, la construcción de sujetos en la acción, por un lado, y las elecciones como método democrático aunque complicado y deformado para "refundar" un país mediante una asamblea constituyente, por el otro, es fundamental aprender de lo que está sucediendo en Bolivia.
Se enfrentan, en efecto, en el país andino dos tipos de democracia (la directa y la representativa) y dos tipos de estrategia (construir poder desde abajo, frente al poder del Estado, utilizando la legitimación que dan las luchas, aunque éstas sean ilegales, o logrando la mayoría en el Parlamento, imponer legalmente la asamblea constituyente, que daría el espaldarazo legal a lo que es legítimo, pero no reconocido por las leyes, y serviría para reconstruir el país).
Los movimientos sociales, en sus luchas, cambiaron a quienes combatían, los radicalizaron, construyeron una nueva subjetividad al mismo tiempo que derribaban dos presidentes y obligaban a convocar nuevas elecciones parlamentarias, a adelantar las presidenciales, a convocar una constituyente. Pero aunque Bolivia tiene una población mayoritariamente indígena, aunque los campesinos indígenas son una parte muy grande y fundamental de dicha población, y los obreros, poco numerosos, son estratégicos por su papel en las ciudades y en los centros políticos, y aunque el peso de la cultura y la organización obrera tradicional es aplastante y arrastra a vecinos y clases medias urbanas y rurales pobres, que están lejos de formar una amorfa "multitud" y libran una aguda e incesante lucha de clases contra los explotadores y opresores (extranjeros y de la oligarquía q'ara -o sea, blanca-), los movimientos no han bastado por sí solos para resolver el problema del poder local y del gobierno central.
Las elecciones constituyen, por lo tanto, el medio de popularizar su programa y su lucha, de convencer a los indecisos o a quienes todavía están bajo la hegemonía cultural de la derecha, de ampliar y organizar alianzas, de construir una base de masas más amplia para respaldar al gobierno progresista que debería salir de la renovación de las cámaras que haría posible la convocatoria legal y pacífica de la constituyente. Es un paso obligatorio, incluso para legalizar, como en Venezuela, un posible gobierno impuesto en las calles y en los campos, ante la inevitable resistencia de las clases dominantes nativas y la igualmente inevitable intervención del imperialismo, que no puede tolerar el foco de inestabilidad en las fronteras de Brasil, Paraguay, Argentina y Perú y la creación del grave problema militar-diplomático con Chile que resultaría del triunfo de la izquierda política y social boliviana.
Frente a los infantiles que vociferan diciendo que la participación en las elecciones es una traición y que el candidato con más perspectivas de ganar (el quechua-aymara Evo Morales, dirigente campesino) es funesto porque desvía las voluntades revolucionarias hacia las urnas, los trabajadores y la población pobre de El Alto o de las ciudades, más una vasta parte de la clase media pobre, se unen a las organizaciones sociales (obreras y campesinas) que dan la base al MAS (Movimiento al Socialismo) y quieren el triunfo en las elecciones, que esperan asegurar con sus movilizaciones.
Ante la confirmación por sucesivas encuestas de la posibilidad de que Evo Morales obtenga la primera mayoría en las elecciones de diciembre, la derecha, que siempre habla del responso electoral y de democracia, trata de anular las elecciones, mientras que las clases subalternas tratan de imponerlas y de derrotar esta enésima maniobra recurriendo nuevamente al poder en las calles, a la conquista de lo público, a su acción directa. No es que esa mayoría de explotados no quiera un cambio social o sea meramente reformista: lo quiere pero, si es posible, sin poner muertos en la calle y pesando con todo su peso organizativo y mayoritario por la vía legal para imponer otra legitimidad, la suya propia.
No hay, pues, una Muralla China entre elecciones y transformación social, creación de poder en las mentes de la gente y en el territorio, debilitamiento del Estado opresor. La lucha de clases se da incluso en el terreno deformado de la campaña electoral. Y si la campaña electoral se hace, a la fuerza o por opción propia, con movilizaciones y construcción y disputa del poder en las mentes y en las localidades, ayuda a formar cuadros, organizaciones, a mejorar las alianzas, define voluntades, y no da base a la cooptación o corrupción por el aparato estatal de los que resultasen elegidos.
El sectarismo de la COB, que es hoy un sello en manos de un dirigente dudoso, no convence ni a los sindicatos, ni a los obreros, campesinos, o vecinos organizados. Y Felipe Quispe, el líder aymara que hasta no hace mucho tuvo peso político, se queda también solo porque no entiende que aunque Bolivia haya sido una invención de los criollos vencedores en la guerra de la Independencia su fragmentación es hoy reaccionaria e inaceptable para los bolivianos (sea en la versión derechista del separatismo cruceño, sea en su versión aymara, que no sólo rompería con los mestizos predominantemente urbanos, necesarios para una "refundación" del país, sino también con los quechuas y otras etnias minoritarias entre los pueblos originarios).