Usted está aquí: domingo 2 de octubre de 2005 Opinión Las catástrofes naturales como extensión de la guerra global

Eduardo Subirats

Las catástrofes naturales como extensión de la guerra global

Ampliar la imagen Vialidades de Nueva Orle� inundadas tras el paso del hurac�Katrina FOTO Reuters Foto: Reuters

Las catástrofes naturales no existen. Ni existe una naturaleza independiente de la naturaleza humana. Ni desde el punto de vista de las cosmogonías antiguas, ni desde el punto de vista de las geopolíticas militares modernas.

La catástrofe humana provocada por Katrina no es una excepción. Los huracanes del Golfo de México son fenómenos naturales devastadores. Sólo el sobrecalentamiento atmosférico generado por gases industriales los ha transformado en los últimos años en fuerzas aniquiladoras.

La destrucción sistemática de ecosistema costero del Golfo de México bajo los auspicios de la especulación inmobiliaria y la expansión de dispositivos industriales ha hecho el resto. La acumulación local de productos industriales tóxicos ha transformado la inundación en una marea contaminante de efectos destructivos incontrolables.

No existen catástrofes naturales que no sean al mismo tiempo los daños colaterales de un sistema económico intrínsecamente irracional en la medida en que no contabiliza en su producción de beneficios los costes ecológicos y humanos de su acción destructiva sobre el ecosistema.

Pero ninguno de estos constituyentes es exclusivo del estado de Luisiana, del gobierno de George W. Bush o de la civilización estadunidense. Son condiciones dominantes dentro de un concepto sistema neoliberal de desarrollo y miseria que se ha impuesto triunfalmente en el mundo entero. En la última década se han sucedido catástrofes de dimensiones comparables. En 1998, bajo el mutismo de los mass media corporativos, tuvo lugar un gigantesco incendio en el estado de Roraima, en el Amazonas brasileño. Se devastó una extensión de 33 mil kilómetros cuadrados de selva húmeda, el tamaño aproximado de Bélgica. Fueron puestas en peligro una población indígena de unas 60 mil almas y una cultura de la importancia de los yanomani.

La catástrofe era la síntesis de las quemas locales, la desecación de la selva patrocinada por los programas de desarrollo del Banco Mundial y el calentamiento global. Catástrofes semejantes se han reproducido a escalas menores en la India, España, Venezuela, China...

Tampoco es nueva la ostensible y criminal indiferencia oficial que ha protagonizado es desastre del huracán Katrina. En el incendio amazónico el ex presidente Fernando Henrique Cardoso se opuso radicalmente a enviar una flota de helicópteros con equipos especializados.

En Venezuela el presidente Hugo Chávez se resistió hace cuatro años a un aplazamiento de elecciones constitucionales que hubieran salvado la vida de cientos de humanos enterrados bajo inundaciones anunciadas.

Lo que es nuevo con Katrina es el intercambio de signos entre la guerra global y la catástrofe ecológica e industrial. Los diques que debían cerrarse para la prevención de estos huracanes no se llegaron a construir porque sus presupuestos se destinaron a la guerra global. La guardia nacional no estaba en su lugar porque se encontraba de servicio en Irak. Y cuando el ejército entró finalmente en la ciudad inundada lo hizo con los mismos soldados, las mismas estrategias e idénticas armas que las usadas en la ocupación militar de Bagdad. Last but not least, los efectos devastadores del huracán han sido comparado por figuras oficiales a la destrucción nuclear: el trauma y la culpa reprimidas de Estados Unidos.

Lo nuevo y radicalmente amenazador en la catástrofe de Nueva Orleáns es la representación política y mediática como accidente natural de lo que en realidad es un desastre producido por factores industriales y económicos globales (calentamiento atmosférico) y locales (el deterioro ecológico de las costas del Golfo de México por su explotación irracional).

Lo amenazador en el caso Katrina es la solución al desastre humano mediante estrategias de ocupación castrense y desplazamientos y concentraciones poblacionales militarmente concebidos. Ambos son el posible paradigma de las catástrofes ecológico-industriales del futuro.

Catástrofes naturales no existen. Hoy son concebidas por los estados mayores, por las corporaciones industriales y por las administraciones globales como la continuación de las guerras por otros medios. Esta situación debe protestarse internacionalmente.

Que las catástrofes naturales no se planteen hoy mediática ni políticamente, y a escala global lo mismo que local, como un problema ecológico e industrial (la actitud oficial de la actual administración estadunidense), sino como una cuestión estratégica y militar, es un escarnio y un suicidio. La solución a las crisis ecológicas que vendrán, lo mismo que a las guerras que se nos han venido encima, reside en poner de manifiesto sus causas para removerlas, no en extender sus beneficios financieros y estratégicos.

 
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