Usted está aquí: lunes 3 de octubre de 2005 Opinión Lo raro es normal

León Bendesky

Lo raro es normal

¿A qué esperamos, reunidos en el fórum? A los bárbaros que deben llegar hoy. C. Kavafis.

Se habla mucho de lo raro que suelen aparecer los hechos y los dichos en México. Esto ocurre en el modo de comportamiento social y en el quehacer político. Se dice, irónicamente, como es bien sabido, que Breton se podría haber inspirado aquí para proponer su noción del surrealismo, o que Kafka sería en estas tierras un autor costumbrista, y que Gorbachov, de ser mexicano, sólo hubiera sido un operador político menor del PRI en algún estado.

Lo raro es normal. Y lo fue tanto tiempo que se aprendió a convivir con esa situación y hasta hacer que el país fuera posible o cuando menos así lo pareciera durante un periodo que ya no se advierte tan largo y, mucho menos recuperable.

Esa forma de ser y ese espejismo del carácter nacional se alentaron desde los centros del poder político y económico que conformaban los gobiernos y las cúpulas empresariales, los grandes sindicatos corporativos y los medios de comunicación concentrados en unas cuantas manos. Sin duda obtuvieron todos grandes rendimientos. Muchos aún lo hacen y lo siguen promoviendo en el sitio en que se asentó el imperio en el Castillo de Chapultepec en el siglo XIX. Lo raro es hoy tan normal.

Esta anomalía existencial es ya por más de medio siglo uno de los signos que marcan la identidad mexicana de muchas generaciones. Su persistencia es, igualmente, otra de las señales del fracaso del cambio, que supuestamente habría impulsado la victoria electoral que llevó a un candidato del PAN a la Presidencia.

En este gobierno se han reproducido -aunque a diario se esfuercen en Los Pinos por decir lo contrario- las condiciones que hacen de lo raro lo normal. Así se desprende de la forma de actuar del propio Presidente, de su esposa y su familia; así lo exhiben muchos de los miembros de su gabinete y su vocero; así se ve en la relación cada vez más áspera con su partido.

La incapacidad de orientar el cambio por un camino de regularidad convincente y cada vez más legítima, lo que sin duda es una tarea ardua, pero también necesaria, ha permitido reproducir la perversión que entraña la normalidad de lo raro.

Eso es lo que a todas luces se desprende de las prácticas de un vetusto PRI, que se ha vuelto literalmente increíble con personajes salidos de la literatura de ficción; en las del PRD, que actúa como bolsa de acopio de restos políticos y, sobre todo, que insiste en prácticas que debían ser descartadas por una organización que todavía dice perseguir los objetivos e ideales de la izquierda. Y, también del PAN y quienes se han apostado en su dirigencia y que, según parece, ahora quiere ser recuperado por su antigua militancia, con lo que volvería a convertirse en un consistente partido de oposición.

Vicente Fox falló a los ciudadanos y hoy, ya de frente a las elecciones de 2006, no hay una expectativa como la que representó hace seis años para muchos que votaron por él. En cambio lo que deja no es una nueva senda política, sino un campo plagado de los vicios de siempre. El escenario electoral y político es ahora tan lúgubre como cuando Fox logró ponerlo en cuestionamiento.

La conducción política de este sexenio ha sido errática y malograda, según se aprecia en el liderazgo presidencial y en la gestión de muchas secretarías. Así lo indican los continuos relevos de algunos de los responsables que han sido tan anodinos como ineficaces en áreas claves de la administración pública. Algunos casos ostensibles, que no únicos, son los de la política energética y la educación, la investigación científica y la cultura. El gobierno del presidente Fox está sostenido esencialmente por la administración financiera y fiscal, que está en manos de antiguos y leales funcionarios de los gobiernos priístas. Eso no es, por supuesto, mera casualidad.

Funcionarios van y vienen de manera natural en este sistema político, es decir, sin rendir cuentas, como ha sucedido varias veces en sólo cinco años en la Secretaría de Energía, en Pemex, y ahora en Agricultura en pleno conflicto cañero y también en la seguridad pública.

La política sigue siendo un botín, una fuente inacabable de prebendas, el trampolín para acceder a posiciones de privilegio y de poder, en gobiernos estatales o en el Congreso. El eterno juego de las sillas que hay que rodear y conseguir sentarse antes que los demás. Fox ha protegido a los suyos igual que hacían antes aquellos a quienes critica aún con tanto ahínco, pero ya sin aliento.

La normalidad de lo raro surge de la práctica del poder que sigue intacta, más allá del maquillaje que intentó darle este gobierno. Para la gente de la calle es un deporte que está dejando de ser el espectáculo que un día pudo ser. Quienes la suscitan en las cimas ya ni siquiera pueden ver lo ridículo que se han vuelto y el desgaste que provoca en la base de la cohesión social en el país. Ese es el telón de fondo de la lucha política ya abierta de par en par.

 
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