El patriarcado no ha podido crear
una propuesta válida y llevadera. Todas sus utopías
han fracasado, todas han pasado del breve momento del cambio revolucionario
al largo momento de la injusticia, la jerarquía y el poder
sobre otros. Del momento de la ilusión al de la corrupción
y la traición.
Pero si alguna vez tuvo estas fracasadas ideas de cambio, el patriarcado
tiene hoy una crisis total, ni sus izquierdas tienen más propuesta
que administrar el sistema neoliberal, haciendo –en el mejor
de los casos- que el llamado “chorreo” (los excedentes
de la riqueza acumulada por unos pocos) llegue un poquito más
a los más desfavorecidos y siempre como dádiva, como
caridad, como un regalo.
La democracia ya no es ni siquiera pensar la sociedad o la economía
que se quiere sino tan sólo elegir representantes que no representan
a nadie, o a muy pocos. La organización para la democracia
se ha limitado a una suerte de mercado de libre competencia de proyectos
preetiquetados desde las altas esferas para recibir donativos. El
aprendizaje de la política es el aprendizaje para que estos
proyectos sean competitivos y la política sólo la gestión
de estos paquetes preestablecidos. El diseño de mundo se lo
reparten las transnacionales.
¿De veras no es posible
cambiar el sistema?
La idea de que no es posible cambiar
el sistema, que sólo hay que administrarlo mejor, es algo que
ha permeado a muchos feminismos. Sobre todo a aquellos basados en
la idea de que para que sea posible hacer un cambio de paradigma es
necesario terminar de construir las ideas de igualdad de la ilustración.
Es decir para aquellos feminismos que –por etapas- todavía
siguen cobrándole a la Revolución Francesa la guillotinada
o el exilio de sus preclaras líderes mujeres y siguen exigiéndole
a esta etapa de la historia patriarcal que reivindique la igualdad
de Olimpia de Gauges con Dantón o Marat.
Esto significa que las mujeres se universalicen a través de
la igualdad con el varón en el universal neutro masculino,
sin poner en cuestión ni a esa lógica ni al poder ni
al Estado patriarcal. Que advengamos sujetos desde ese universal neutro
masculino, sin importar que todas las mediaciones con las que eso
tiene que hacerse nieguen nuestros cuerpos de mujeres.
De allí que el objetivo sea empoderarse allí donde el
poder está, el camino sea el Estado (sus espacios e instituciones)
y la práctica: alianzas de todas las mujeres, no importa que
ideología tengan, siempre que se acumule fuerza para ganar
estos espacios y demostrar que desde allí se pueden lograr
algunas mejoras para ciertas condiciones específicas generadas
por la subordinación y la dominación que el sistema
ejerce sobre todas nosotras. El fin justifica los medios.
De allí que muchos feminismos hayan de pronto olvidado el concepto
de patriarcado, sumándose a la idea de que el sujeto universal
ha muerto y que sólo quedan sujetos individuales y diversos.
Las mujeres somos ahora ¡tantas! y ¡tan diversas! y determinadas
por ¡tantas identidades! que ya no existe más la dominación
universal sobre nosotras. Ya prácticamente no hay un nosotras.
Sólo mujeres organizadas por identidad y demandas específicas
a través de las cuales vamos a construir nuestra participación
en el mundo… ¡el de ellos, por supuesto!
De allí que se haya olvidado el cuestionamiento al poder, a
los poderes. Ahora el poder, como capacidad de dominación y
representación -particularmente masculino- es algo que desde
esta lógica se desea y se siente como necesario, al que hay
que acceder. Parece que hubiera vuelto a ser neutro. Se necesitan
mujeres empoderadas que hablen por todas para poder simular esa universalidad.
De allí que se haya olvidado el hablar desde el YO, en primera
persona ¿Para qué voy a cultivar voz propia si ya vamos
teniendo empoderadas que hablen por nosotras?
Esto significa volver a regalarle a la masculinidad su fantasía
de neutralidad universal. Resulta que sólo con más mujeres
en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional, en los gobiernos,
en los parlamentos y hasta en los ejércitos, parece que vamos
a hacer un mundo mejor y cambiar la validez de las mujeres y su legitimidad.
Gracias al mundo masculinista ya no seremos lo otro, el no-varón.
Ya no hay que cuestionar la lógica patriarcal.
Esto es lo quería el Consenso de Washington cuando puso como
una de sus prioridades el trabajo con la sociedad civil. Esto es lo
que quiere la guerra para hacerla una experiencia sin género
definido. Esto es lo que quieren los grandes poderes para hacer ver
que ellos abren su democracia y mostrar que sólo la terquedad,
la incomprensión o la falta de madurez de las demandantes impiden
los avances.
¡Es cosa de ya no ser contestataria! nos dicen, ¡hay que
ser propositiva! nos repiten y lo peor lo dicen feministas. ¡El
feminismo debe pasar de la protesta a la propuesta! decía Marta
Lamas en un gran espacio que el diario Reforma le dio a ella junto
a una serie de connotados varones intelectuales -fíjense, a
varones no a mujeres- para hablar de feminismo, con motivo del aniversario
de su revista Debate Feminista y si no le haces propuestas al sistema
es “inmadurez política” agregaba Marta.
Se entiende como propuesta sólo la que se le hace al sistema,
toda lo demás queda en el rango de la inmadurez. El sistema
–ahora por voz de sus empoderadas- define no sólo lo
que es o no es propuesta, además define mi madurez política.
La izquierda y los aportes
del feminismo
Muchos de los aportes del feminismo
acerca del debate sobre el poder, los ha retomado lo que podríamos
denominar como la izquierda más crítica y se los ha
apropiado, como siempre, sin darle crédito alguno a las mujeres.
Esa izquierda está planteando hoy que se debe cambiar el mundo
sin tomar el poder. Está elaborando toda una revisión
del Estado y de la no participación en él, ya que éste
representa “la forma de relación social desarrollada
históricamente para suprimir la desobediencia, encerrar al
imaginario y hacer sólo lo inmediatamente posible. Espacios
todos donde las maneras de hacer y de pensar sofocan a la imaginación
que florece en la rebeldía” (Jhon Holloway).
Si la misma izquierda, nada feminista ni antipatriarcal, se da cuenta
de ésto. ¿Qué pasa con tantas feministas que
se sienten obligadas a tomar los métodos y los lenguajes del
poder, reproduciendo ahora el masculinismo en nosotras y ya no quieren
ver que la única salida es buscar los caminos y las formas
de cambiar la lógica patriarcal e imaginar la sociedad que
se quiere fuera de las lógicas instaladas?
Reconozco que algunas acciones de carácter inmediato pueden
dar alguna posibilidad a una que otra mujer. Pero no tocan la lógica
en que se funda la miseria simbólica de las mujeres, y los
cambios en la misma lógica terminan por reinsertar los enormes
esfuerzos en el mismo sistema sin crear mundo, ni mediaciones, ni
simbolizaciones de mujeres. Ese feminismo, con su política
de lo posible, ha tenido que cambiar el lenguaje, suavizarlo, hacerlo
políticamente correcto, establecer nuevas jerarquías
entre mujeres e incluso separase de ellas (Por ejemplo: las expertas
y las demás), desmantelar lo más rebelde de nuestras
organizaciones para hacerse eficiente, en esa eficiencia que demanda
la política correcta que puede escuchar el poder, adecuar los
ritmos y tiempos a los ritmos de las estructuras patriarcales y minimizar
sus sueños. Mientras llora que las jóvenes ya no quieren
ser feministas, va creando un discurso que ya no es significativo
para las mujeres y menos para el conjunto de la sociedad, máximo
resulta útil a políticos e intelectuales políticamente
correctos o necesitados del voto femenino.
No voy a hacer una reseña de las atrocidades que inauguran
el siglo, las vivimos cada día a 24 cuadros por segundo. Me
parece que está más claro que nunca que lo que está
en cuestión hoy, es el modelo mismo de la cultura. A las mujeres
no nos pertenece esta crisis. Aunque la suframos y estemos inmersas
en ella, es la crisis de la masculinidad hecha cultura y sociedad,
es autoría de esa lógica. Si el desafío del feminismo
es que nuestras democracias se parezcan más a Zapatero que
a Bush, yo digo ¡Qué desafío tan pobre ha generado
una visión tan rica! ¡Ahora resulta que nuestro desafío
es parecernos lo más posible a las formas menos peores de la
masculinidad!
Pensar que desde ahí se puede cambiar la realidad sólo
muestra la realidad de que el poder las cambia a ellas. Si hace unas
décadas nos bajamos de los tacones altos para cuidar nuestro
cuerpo y romper un pedacito del imaginario masculino que manejaba
nuestros cuerpos a su antojo, la mayoría de las empoderadas
de hoy se han vuelto a subir a ellos y a los vestidos incomodos y
nice para verse ¡inteligentes pero femeninas! según el
patrón masculino (heterosexual y clasista, por lo demás)
de moderna feminidad. Hasta el Instituto Simone de Beauvoir imparte
clases sobre la apariencia para el “nuevo tipo de liderato femenino”
¿Puede alguien decirme que el poder tradicional y masculino
no resulta peligroso y nos vuelve a desencontrar de nuestros cuerpos
cuando apenas los estábamos retomando?
El fracaso de las cumbres
globales exige replantear las cosas
Por otra parte, oímos a cada
rato que las estrategias de empoderamiento y de ganar espacios dentro
del sistema no dan los frutos esperados. Últimamente no hay
conferencia o reunión de evaluación de esas de Beijing,
Beijing más 5, más 10, Cairo más tres, más
7 (¿en qué número van, quién lleva la
cuenta de cuántos millones de dólares se han gastado
en pasajes, hoteles, viáticos, shoping y demás?), o
cumbre de esto o de lo otro, donde no se plantee que los gobiernos
no hacen caso, que no se escuchó, que no cumplieron los acuerdos,
que no hicieron lo prometido, que no y que no y que no, que nada,
casi nada, funciona ¿No habla esto de la necesidad de replantear
las cosas, que algo anda mal en la lógica de esta estrategia?
¿O se va a hacer lo que hace unas semanas, en una de sus cumbres
de líderes empoderados decían las y los del mainstream
indígena, esto es: como la incorporación de indios en
los grandes organismos internacionales no ha logrado que se retomen
nuestras demandas, tenemos que… poner más indios en estos
organismos?
La política de las demandas ha limitado la posibilidad de pensar
el mundo entero, ha adoptado la parcialización que tanto necesita
el sistema, ha encerrado a las mujeres en una suerte de sindicato
reivindicativo y sectorial. Mientras el mundo se cae a pedazos, la
gente pierde el sentido de la vida y no encuentra horizontes significativos,
las empoderadas hacen partidos políticos sin poder ni siquiera
balbucer una idea medio completa de mundo, de futuro, nuevas significaciones
que abran horizontes a la vida plena que la humanidad busca desesperada.
Por el contrario, se declaran “realistas”, “maduras”
y por lo tanto antirradicales socialdemócratas. Para estar
en el poder hay que caerle bien al poder.
Mientras el imperio arma la guerra, las empoderadas feministas del
norte enmudecen y votan a favor de ella en patriotico acto de defensa
de su paisito imperial sin darse cuenta que acto seguido vendría
la represora “Patriotic Act”, mientras las empoderadas
no feministas torturan a iraquies en las cárceles de la tierra
donde nacieron las primeras diosas madres de la humanidad.
El patriarcado siempre se apodera de todo. Lo significativo para las
mujeres es que ahora son mujeres –incluso lesbianas- las que
claman por la mirada masculina, las que plantean que el desafío
del feminismo es incorporar a los hombres, como tan claramente y sin
tapujos lo planteó también Marta Lamas en su artículo
escrito para el libro de los 20 años de La Jornada. Resulta
ahora que las discriminadoras (a los inteligentes varones) somos las
mujeres y que nuestro pensamiento no podrá ser ni tendrá
estatuto de validez si no lo hacemos en matrimonio heterosexual con
los deseos e ideas de la masculinidad ¿Son ellos los que legitimarán
nuestra fortaleza?
Alguien dirá: “pero si es en el Banco Mundial donde están
decidiendo mi destino ¿Por qué no voy yo a estar ahí,
por qué no voy a tratar de incidir en ese destino?” Otra
me dirá: ¿Qué hacer ante, por ejemplo, los asesinatos
de Ciudad Juárez? ¡El gobierno tiene que resolverlos,
tiene que pararlos!
Sí, todas queremos no sólo estar donde se resuelve mi
destino, sino directamente resolverlo desde mí, de eso se trata.
Sin embargo sabemos, porque lo sabemos, que ni aunque haya geniales
mujeres ahí, el Banco Mundial (BM) va a cambiar sus políticas
vertebrales y que el gobierno no va a resolver de verdad los feminicidios.
Una va, máximo y con una enorme energía invertida de
nuestra parte, a etiquetar unos fonditos para que desde algún
programa oficial lleguen unos pesitos a una que otra señora
y ésta se lo gaste -no en mejor vivir para sí misma
sino- en un menos hambrear -que no dejar de hambrear- de sus hijos;
mientras por otra parte el BM seguirá presionando a nuestros
países para que reduzcan el gasto público y malbaraten
lo poco que queda en privatizaciones, es decir para que haya otros
millones de señoras como esa y tengamos que volver a invertir
más y más energías en que medio hambree y no
hambree del todo.
El otro va a cambiar un par (y luego otro par) de funcionarios/as
mientras divide a las víctimas, esconde las verdades y protege
a los grandes poderosos que cometen esos crímenes. Resolución
que no resuelve mientras los feminicidios siguen y siguen.
¿Hasta cuando seguiremos
dando tanto, a cambio de tan poco?
Si somos honestas, tenemos que aceptar
que no es en el Banco Mundial donde se resuelve mi destino, salvo
por lo negativo, pero nunca, jamás, por donde yo lo sueño
y necesito, eso es como creer que el capital tiene la posibilidad
de ya no producir valor y sabemos, porque lo sabemos, que no es en
el ministerio público ni en los tribunales donde se hará
justicia a las asesinadas de Juárez. Eso es creer que el derecho
patriarcal se va a deshacer a sí mismo haciendo justicia a
las mujeres ¿Es el feminicido un acto sólo de delincuentes
o un acto salido del profundo inconsciente del patriarcado herido
e inestable?
¿Hasta cuando seguiremos dando tanto, a cambio de tan poco?
Tenemos que replantearnos lo que es hacer política desde y
para las mujeres. Una verdadera otra política que nos dé
valor y autoridad, en el sentido de autoría. No podemos ya
seguir jugando al poder neutro, al Estado neutro, a la política
neutra, porque sólo estaremos jugando al poder masculino, al
Estado masculino, a la política masculina. Para ello no tenemos
que seguir haciéndonos las mismas preguntas, hay que cambiarlas,
urge cambiarlas y tenemos que hacerlas desde otro lugar, desde otro
espacio, desde otros imaginarios. Entonces una nueva imaginación
surgirá, porque dejaremos de oír los cantos del poder,
su música, sus sonidos, su ritmo. Las mujeres necesitamos oír
nuestra propia voz, confiar en nuestra propia experiencia y –conscientes
de que no nacimos en una probeta- complejizarla cada día, revisarla
cada día. Entonces se nos van a ocurrir muchas formas de evitar
nuevos feminicidios. Muchas otras formas de otras posibles economías.
Otras ciudades, otras estéticas, otras formas de enseñar
y aprender, otras formas del derecho, otras relaciones y hasta otras
formas del amor. Necesitamos dejar de ser un sector de la masculinidad
para ser humanas completas. Salirnos de donde el patriarcado nos ha
puesto y quiere seguir manteniéndonos inventando para nosotras
algo nuevo cada día, que es sin embargo más y más
de lo mismo. Necesitamos dejar este movimiento fundamentalmente identitario
para pasar a ser un movimiento con capacidad de generar propuestas
completas para la vida completa, capaz de leerlo todo, de revisarlo
todo, de imaginar y proponer mundos completos, no sólo saludes
reproductivas (concepto de por sí cuestionable que amarra nuevamente
a mi sexualidad con la reproducción). Lo necesitamos las mujeres,
pero también lo necesita la humanidad entera.
Si no ¿Hasta cuando seguiremos dando tanto ¡tanto! a
cambio de tan poco?