Usted está aquí: martes 4 de octubre de 2005 Política 1968: treinta y siete años después

Luis Hernández Navarro

1968: treinta y siete años después

El movimiento socialista en México padeció, entre 1940 y 1968, tres enfermedades básicas: desencuentro con los sectores populares, falta de independencia del nacionalismo revolucionario e incapacidad para explicar la realidad nacional.

La penetración del pensamiento socialista en sindicatos obreros y organizaciones campesinas fue durante décadas -con excepción del periodo cardenista- un hecho marginal y superficial, y estuvo usualmente deformado por el enorme peso que en su cuerpo teórico y su práctica política tuvo la ideología de la revolución mexicana.

Como señaló José Aricó, ello fue producto no sólo de la mala aplicación del pensamiento de Carlos Marx, sino de la incapacidad del mismo filósofo para comprender y explicar la realidad de América Latina. El marxismo de la tercera Internacional reprodujo, en parte, esta incomprensión. Este desencuentro fue resultado también de la dificultad de los socialistas de insertarse creativa y autónomamente en una sociedad y un Estado surgidos de una revolución popular.

La izquierda socialista mexicana realmente existente hasta 1968 fue, en lo esencial, un conglomerado de fuerzas grupusculares, aislada de amplios sectores de la población, incapaz de organizar la lucha por la independencia sindical en gremios como el ferrocarrilero o el magisterio, sujeta a los vaivenes de la política estatal, derrotada políticamente, y, salvo excepciones notables, con grandes limitaciones teóricas.

El movimiento estudiantil-popular de 1968 comenzó a cambiar esta composición. Miles de jóvenes dejaron las universidades y la vida en la ciudad de México para trabajar políticamente en ejidos, fábricas y barrios populares de todo el país. Formados en una cultura política inculcada desde su participación en brigadas estudiantiles, asambleas de masas, movilizaciones callejeras, enfrentamientos con la policía y desconfianza hacia la prensa comercial, se integraron a luchas populares y trasladaron a ellas su concepción y experiencia organizativa.

Esta visión societal y asamblearia de la política, pero también conspirativa e insurrecional, terminó fundiéndose, no sin choques y malos entendidos, con las tradiciones de los sectores subalternos y la cultura política popular.

De manera simultánea, un sector de la intelectualidad inspirada tanto por el pensamiento marxista como por el movimiento del 68 produjo una formidable reinterpretación de la realidad nacional. A la obra de autores como Pablo González Casanova, José Revueltas o Daniel Cosío Villegas, le siguió la producción teórica, entre otros muchos autores, de Adolfo Gilly, Enrique Semo, Carlos Monsiváis, Arnaldo Córdova, Carlos Pereira, Rolando Cordera, André Gunder Frank o Armando Bartra.

Revistas como Historia y Sociedad, Cuadernos Políticos, Estrategia y Coyoacán divulgaron el mapa de un país desconocido y difundieron el pensamiento crítico elaborado en otros países. Muchas de las aportaciones elaboradas en aquella época mostraban el carácter plenamente capitalista de la economía mexicana y consideraban que la próxima revolución sería básicamente socialista.

Del encuentro de sectores de la intelectualidad con lo popular, la difusión masiva de elementos de una teoría revolucionaria, la nacionalización del marxismo y el análisis permanente de la coyuntura surgió en el país una nueva izquierda y un nuevo movimiento de masas. Mucho antes que las jornadas de lucha cívico-electoral impulsadas por el panismo en 1985-86, ese movimiento y esa izquierda desempeñaron un papel clave en la democratización desde debajo de la sociedad mexicana, la educación política de una nueva generación de dirigentes sociales, y la erosión y el desmoronamiento del corporativismo autoritario.

El movimiento estudiantil-popular de 1968 fue un parteaguas en la historia contemporánea del país. Su influencia persiste en todos los ámbitos de la vida política, y rebasa, con mucho, el recordatorio ritual a los mártires de la Matanza de Tlaltelolco o a las demandas no satisfechas de esclarecimiento público de los hechos y castigo a los responsables de la matanza.

Sin embargo, hoy, treinta y siete años después, el legado del 2 de octubre está en disputa entre dos lecturas contrapuestas del momento político. Para algunos, el posible triunfo electoral de un candidato surgido de las filas de la izquierda representa un momento clave en la realización de los ideales de la generación del 68. Para otros, esa misma probabilidad pone en riesgo la independencia y autonomía de esta corriente.

Entre quienes prenden las luces de alarma se considera que el peso creciente que en la campaña de Andrés Manuel López Obrador tienen los sectores más tradicionales de la política mexicana amenaza con asfixiar el carácter plebeyo y contestatario que sectores populares buscan dar a la contienda. Según ellos, a pesar de los esfuerzos de amplios sectores militantes por imprimirle otro rumbo, conforme el proceso electoral avanza, lo que parece estar cada vez más en pugna no es el dirimir la ruta que debe tomar la nación, ni una disputa entre un proyecto liberal-democrático y uno conservador, sino zanjar el pleito histórico entre los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

Otros, como los zapatistas, van aún más lejos y cuestionan abiertamente que el proyecto de López Obrador sea de izquierda. Desde esta lógica impulsar la otra campaña tendría, entre otros, un sentido específico: convertirse en un espacio para preservar y reconstruir la independencia y autonomía de la izquierda. Sería así, también, un instrumento para conservar vivo el legado del movimiento del 68.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.