El poder de la ciencia
Quién pensaría hoy día que hace aproximadamente 60 años en Estados Unidos casi no había actividad científica, con excepción de las áreas de agricultura y geología. Por demás, salvo en esas áreas, había poca inversión gubernamental, y los pocos fondos existentes para otras disciplinas provenían de instituciones y organizaciones privadas.
En los años cuarentas del siglo pasado un ingeniero eléctrico llamado Vannevar Bush (nada que ver con el horrible inquilino actual de la Casa Blanca), quien en el MIT impulsó a la institución hacia la investigación básica, había sido director de la Oficina de Investigación y Desarrollo y dependía directamente del presidente Roosevelt.
Vannevar Bush estaba convencido de que la investigación básica era el alimento de la tecnología y estaba convencido de que el gobierno federal tenía que organizar y pagar por la investigación científica y la formación de los nuevos investigadores. En 1945 entregó al presidente Truman su reporte que intituló "Ciencia: la frontera sin fin". De entre muchas cosas señaló lo siguiente, lo cual sería muy bueno que nuestros políticos se lo grabaran en la memoria y actuaran en consonancia con ello: "Sin progreso científico, ninguna cantidad de logros en otras direcciones podrá asegurar nuestra salud, prosperidad y seguridad como nación en el mundo moderno".
Para Vannevar Bush, la investigación básica pagaría sus dividendos, pero cómo y cuándo no se podía predecir. Como ejemplo decía: "Descubri-mientos pertinentes al progreso médico frecuentemente provienen de fuentes remotas e inesperadas, y seguramente así será en el futuro. Es totalmente probable que el progreso en el tratamiento de enfermedades cardiovasculares, renales y cancerígenas y otras enfermedades refractorias serán el resultado de descubrimientos fundamentales provenientes de temas no relacionados con esas enfermedades y totalmente inesperadas para el propio investigador. Por demás, el progreso de la medicina requiere del apoyo decidido y el desarrollo de ciencias afines como la química, la física, la anatomía, la bioquímica, la fisiología, la farmacología, la bacteriología y parasitología, etcétera".
Un principio fundamental expresado por Vanne-var Bush era que "el progreso científico en un frente amplio es el resultado del libre juego de intelectos libres trabajando en temas de su propia elección, en formas dictadas por su curiosidad para la exploración de lo desconocido".
A este Bush el gobierno le hizo caso y en 1950 se creó el National Science Foundation (NSF) -equivalente a nuestro Conacyt- y en 1948 reorganizó los pocos institutos de Salud y creó los Institutos Nacionales de Salud que hoy día maneja sólo en el rubro de ciencias de la salud un presupuesto de 28 mil 500 millones de dólares. Sólo para darse un quemón: en 1953 el presupuesto otorgado a ciencia era de 2 mil 783 millones de dólares, en 2002, o sea, 50 años después, el presupuesto es 28 veces mayor. El resultado para el progreso de Estados Unidos es más que evidente.
Desde luego, no quiero sugerir que México se acerque a esos niveles de inversión, ya que ni remotamente podría hacerlo. Sin embargo, lo que sí cabría en el futuro es un cambio en la filosofía de apropiaciones para la ciencia, y sí cabría una política basada en el crecimiento constante y permanente para la ciencia, no como para cumplirles el capricho a los científicos, sino porque una política inteligente vislumbrando un crecimiento económico de la nación, no podrá hacerse sin que se acompañe del fortalecimiento de la actividad científica y tecnológica. Señores de la política: paren las antenas, pónganse las pilas y echen a andar las neuronas, México lo necesita.
Todas las citas provienen de un libro llamado The Great Betrayal, de Horace Freeland Judson, Harcourt 2004.