Usted está aquí: martes 4 de octubre de 2005 Cultura Abstracción invisible

Teresa del Conde

Abstracción invisible

Debido a que me aboqué a asesorar a un pintor abstracto que expondría sus obras por primera vez en una galería capitalina, decidí realizar una brevísima pesquisa sobre obras abstractas recientes de pintores que exponen actualmente en esta ciudad. Elegí asistir a la exposición que -tengo entendido y según reza en la invitación- presentan Antonio Ortiz Gritón y otros colegas suyos, entre quienes está Carlos Correa.

La muestra lleva un título ambicioso: Nuevos caminos en la abstracción mexicana. Conociendo obras del Gritón, quien, entre otras participaciones estuvo representado en versión reciente de la Bienal Tamayo, intenté observar esa muestra.

En la sección Cartelera (artes plásticas) de este periódico, coordinada por instancias ajenas al mismo, se invita al público a ''echarle un ojo" a la muestra, para lo cual se anuncia el nombre y la dirección de la galería, ubicada en Amsterdam 297, en el corazón de la colonia Condesa. A horas hábiles en vano intenté llamar a la puerta, consultar con los vecinos, esperar un rato. Nadie acudió y el inmueble permaneció cerrado a piedra y lodo.

Ese sitio tiene dos nombres: Galería Dos 97 y Galería Libido, nada es lo que puede saberse acerca de lo que ofrece a la vista el interior del recinto. Lo único que se siente es que es el espacio menos libidinal que existe en la zona y lo es porque resulta impenetrable. Será, imagino, una galería -no sé si de breve vida- que no cumple función cultural y que resulta frustrante.

No fue radicalmente distinta mi experiencia con la galería en la que exhibe el pintor a quien intenté asesorar: Guillermo Arreola. Menos mal, conocía las obras que se exhibían, pero una cosa es verlas en su estudio, por lotes, y otra distinta calibrar la disposición que guardan una vez confrontadas con su posible público, iluminadas y acompañadas de sus cédulas respectivas. Estas eran unos papelitos pegados a la pared, que se desprendían con facilidad.

Lo que me interesaba contrastar era una abstracción, si se quiere ''posmoderna", como la del Gritón, con estas piezas que son taciturnas y moderadas, producto de una sensibilidad fina, que puede llegar por momentos a la exaltación, y dotadas también de cierta tónica literaria y hasta romántica, ya que el autor es un reconocido traductor y narrador, que ha trabajado en ciertos equipos literarios del Instituto Nacional de Bellas Artes.

No es que él desconozca la pintura, antes al contrario, la ha perseguido toda su vida, pero sucede que se lanzó a exhibir y para hacerlo aceptó la invitación hecha por la galería La Escalera, ubicada en Víctor Hugo 44 ''B", lugar recoleto que se encuentra en la intersección de Shakespeare con esta calle.

Pensé que Arreola había elegido tal espacio porque se encontraba en cierto modo iluminado por esas dos potencias literarias y que sus manes lo acompañarían en lo que implicaba la presentación de sus piezas. No fue así. Los cables que hacían posible el que se encendieran las cajas de luz que dotaban de destellos vivos a las configuraciones que realizó sobre placas radiográficas, no siempre funcionaban, además de que, en efecto, los demasiados cables intimidaban un poco.

No obstante encontré sentido a esas opciones que se mantienen como obras independientes, siempre y cuando las cajas de luz que son sus ostensorios, estuvieran bien hechas y se encontrasen dispuestas en el ámbito adecuado.

Aparte de eso, la galería tiene, en efecto, una escalera y allí se desarrolló parte del meollo de la exhibición, con tan mala suerte de que varias de las mejores pinturas allí se encontraban, mas casi sin iluminación y sin tiro visual.

Dos reducidos salones suplementarios permitían la exhibición de otros cuadros, pero se compartían con piezas volumétricas y con una gran maqueta para lo que será el dodecaedro habitable, realizado por el dueño de la galería, Nacho Rodríguez, autor también de un video mostrado precisamente en la sala donde va a dar la larga escalera por la que el asistente transita en aras de ver las pinturas de Arreola, resultado de dos años ininterrumpidos de trabajo. Sus colores compuestos (hay un cuadro ensombrecido que se asemeja a los nocturnos de Whistler y que el pintor tituló Consultorio del Dr. A.R., vecino de otro bautizado como Matanza de sombras) aplicados sin saturación ofrecen ciertos signos que revelarían precisamente lo que puede entenderse como el desfogue o puesta en evidencia de las sombras. Unas sombras que parecen ser, según expresión que tomo de Roger Bartra, como el duelo de los ángeles.

Todas las pinturas abstractas, sin excepción, decoran, y esto no debe ser visto en modo alguno como una falla. Las de este pintor poseen esa condición y además muestran una sutileza que les da relieve.

 
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