Usted está aquí: jueves 6 de octubre de 2005 Opinión Abstencionismo

Adolfo Sánchez Rebolledo

Abstencionismo

En las recientes elecciones guerrerenses se hicieron presentes dos facetas de nuestra situación política electoral. La primera, saludable sin duda, es la limpieza de los comicios en general. La segunda, el alto abstencionismo, se manifiesta como una tendencia cada vez más regular y, por lo mismo, preocupante. Félix Salgado Macedonio, por ejemplo, ganó la alcaldía de Acapulco, donde ha gobernado su partido, con una abstención de 65.7 por ciento, cifra mayor incluso a la registrada en el resto del estado (53.85 por ciento). Hay desazón y pocas respuestas. Salgado declaró al diario acapulqueño El Sur: "Lamento mucho el abstencionismo, yo hubiera querido que la gente hubiera salido a votar, aunque fuera en mi contra. Esto sí es desastroso y lamentable que después de tantos años de lucha para que haya democracia, no aproveches tu voto. A un gobierno no se le puede cambiar con un rifle, eso ya pasó a la historia". En el otro extremo, casi 70 por ciento del padrón panista se abstuvo de votar en las elecciones internas del PAN. El hecho es muy claro: aunque las opciones les parezcan obvias a los políticos, buena parte de los potenciales votantes, ante la duda se abstienen.

Malestar, incomprensión del fenómeno, lo seguro es que los datos provenientes de comicios recientes indican que estamos lejos de tener idea sobre cómo enfrentar el abstencionismo, aunque abunden las justificaciones ex post. Es frecuente leer que éste expresa la crisis del sistema electoral y de partidos, pero esa afirmación se queda en el enunciado pues no explica por qué el fenómeno se da con intensidades diversas en ciertos momentos y prácticamente en todos los países, aunque en algunos de ellos el voto sea una obligación cuyo incumplimiento supone sanciones para los ciudadanos "infractores".

Por lo visto, la democracia representativa, fundada en el reconocimiento del derecho universal al voto, no ha conseguido a su vez universalizar la participación electoral: le basta para funcionar legítimamente con la escrupulosa aplicación del "principio de mayoría" en condiciones de transparencia y legalidad, lo cual, por supuesto, retroalimenta las críticas sobre la propia naturaleza democrática del sistema, pues en vez de que las instituciones representen a la mayoría ciudadana éstas, al final, se instrumentalizan para servir a una minoría que decide por todos.

Como sea, se responsabiliza a los partidos por la renuncia tácita o explícita de los ciudadanos a participar, por su conformismo o por el airado rechazo total a la contienda electoral, pero el abstencionismo no tiene una sola motivación, ni tampoco un origen único. Según un estudio divulgado por el IFE, el interés por las elecciones depende de varios factores que generalmente se entrecruzan entre sí: 1) la importancia del cargo local o federal de que se trate; 2) la intensidad de la competencia; 3) las cualidades reconocibles en los candidatos 4); la influencia de los medios de comunicación, y 5) la trascendencia de los asuntos puestos a debate. Además, a crear el abstencionismo concurren otros elementos de orden social, educativo y cultural. Por ejemplo, se sabe que la participación aumenta con la escolaridad, el ingreso y el grado de urbanización, lo cual en principio permite diseñar un mapa más exacto de la participación ciudadana atendiendo a criterios objetivos. Habría que añadir la débil implantación territorial y social de los partidos; su incapacidad para interpretar aspiraciones y sentimientos de la gente y, desde luego, la indisposición intelectual para pensar más allá del momento electoral.

En definitiva, la cultura cívica que se echa tanto de menos en la actualidad no es una variable independiente en la formación integral de la ciudadanía, pues resulta del modo que se conforma la vida pública y la situación social de los individuos, pero exige, eso sí, la intervención formadora de la escuela y la reducción al mínimo de los efectos distorsionadores de la política como espectáculo mediático y el compromiso ejemplar, pedagógico diría, de aquellos que están investidos de alguna representación y, por tanto, deciden sobre la vida de las personas. La subjetividad crea, por decirlo así, políticos imaginarios para ciudadanos imaginados, líderes que un día miden al pueblo con la vara del militante y al otro lo declaran inexistente por no seguirles el juego, pero la realidad se venga de ellos dejándolos solos en el ruedo apoyados por "mayorías" cada vez más raquíticas.

En una sociedad diversa y plural, siempre habrá un número de ciudadanos que prefieran no acudir a las urnas. Sin embargo, para que este fenómeno no se convierta en una traba permanente para la democracia, es preciso devolver a las elecciones su carácter de medios al servicio de fines y objetivos determinados. Buena parte de la desazón pública está determinada por la percepción de que candidatos y partidos sólo se juegan sus propios intereses particulares, privados incluso, en vez de presentarse como posibles portadores de la iniciativa ciudadana, popular. Y de eso se trata.

 
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