ANTROBIOTICA
Champaña para libertinos
Ampliar la imagen La cama minada, despu�de una jornada de champa�OTO Fabrizio Le�� Foto: Fabrizio Le��
1. COMO ESTA mañana quisiera que fueran todas. La casa está minada de colillas de cigarro, botellas vacías, vasitos desechables, copas, restos de papeles; el sol se refleja inútilmente en esas copas, en la duela traza rectángulos que se mueven con invisible lentitud; ningún ruido disturba esta paz leve, aérea; la tiranía del trabajo y el sermón monocorde del lunes matutino han quedado en una indolencia que acelera el alcohol que aún corre por estas venas. (Hace poco leí una verdad incontestable: Los lunes son los martes 13 de cada semana.) En mi cama gris hay tres pares de brazos y piernas enlazados -y en medio de nosotros, habría escrito Acuña, Lula como un Dios- en un olvido que sólo distrae la botella de champaña que espera como un náufrago en el refrigerador. ¿Y si nos levantamos?
2. VUELVO OBSESIVAMENTE a una realidad tan antigua como el sabio fraile Dom Pérignon: beber champaña es un acto erótico, y por tanto un acto rebelde, libertino. El champaña despierta a la alegría, al picor de la vida, a la poesía: "Sólo el cielo de vos gozar debiera, / mas ¿qué fuera del mundo si no os viera?"; los versos, dice el buen Mercier en Le tableau de Paris, suben como las líquidas perlas del champaña. Piero Camporesi recuerda (en El gusto del chocolate) que "los cocineros italianos, cosmopolitas y francófilos" usan el champaña con muchas salsas, "con el fin de enriquecerlas". Según Leonardi en La cuisinière des Alpes (1817), "si uno emplea champaña en lugar de cualquier vino, salsas y platos alcanzarán un gusto y un sabor más exquisitos, más delicados". La versión más alucinada del champaña en cocina está también en Mercier, que habla de un cocinero que promete un delicioso jabalí "que, para mañana, habrá bebido 60 botellas de champaña".
3. INCREIBLEMENTE, HAY quien no está de acuerdo con la alta neta del champaña, como el siempre reparón Grimod de la Reynière, que aconseja "usarla de una manera harto moderada" (Manuel des Amphytrions, 1808), además de por sus efectos en el intelecto y las costumbres porque, según él, "no hay un vino que convenga menos al estómago y que perturbe más desagradablemente la digestión". Bueno, cada quien.
4. SEGUN CASANOVA, para servir con ostras, para acompañar una tarde de sorbetes, para llevar a puerto salvo un almuerzo o un baile con fines ligadores simplemente no hay de otra: champaña. Como en aquella comida que da en Brühl, Alemania, para una veintena de damas de Köhln, en particular para una Mme. X, mujer de un burgomaestre: "Las ostras de Inglaterra no se acabaron sino a la vigésima botella de champaña", nos hace notar: una botella por persona. (También sirve 20 botellas en una cena ofrecida en Milán para seducir a la jovencísima Clémentine, pero ahí la proporción es de dos botellas y media por persona.)
5. Y ES QUE Casanova conocía el efecto casquivano de las burbujas. No era el único, obviamente: hay una cena impromptu, por ejemplo, que organiza el príncipe Angola en el jardín de las Tullerías para jalar definitivamente a su rebaño a Zobéide (la novela es Angola, histoire indienne), que termina siendo un encuentro "érotique, bucolique", que sólo el día (el odioso día) interrumpe. La frase con que el autor (La Morlière) describe la sesión es sencilla como una piedra: "Se cantó, se bebió buen vino de champaña". No hay un vino, pues, que nos aligere más. En Thérèse philosophe (1748) se bebe muchísimo, dice Serge Safran, "comme si une grande quantité de boisson correspondait à un excès de fornication". En el marqués de Sade, el champaña sirve para bañarse. Como en Les Cent Vingt Journées de Sodome (creo): la Duclos ve a su hermana, chez la Guérin, "desnuda, en un gran bidé lleno de vino de Champagne, y ahí nuestro hombre, armado de una gran esponja, la limpiaba, la inundaba, recogiendo con cuidado hasta la más mínima gota que caía de su cuerpo y de la esponja". ¿A quién le importa si nos parecemos cada vez más a una postal traída de Las Vegas? También se bebe sablé o, más sencillamente, "de hidalgo". Una recomendación irrefutable está en La Nouvelle Justine: "-Bueno, dice Rodin, bebamos estas seis botellas de champaña, y que Marthe y Célestine nos masturben mientras se las toman de hidalgo..." Adelante.
6. LOS TIROS, dice Baudelaire, estallaban como la explosión de los corchos de champaña en el zumbido de una sinfonía en sordina... Para nosotros tres, hoy cuando menos, es al revés: los corchos nos suenan a la explosión de nuestras entrañas y, con ellas, a la explosión (¡por fin!) de la calle, del día y de esta ciudad que, felizmente, cada vez sabemos más lejos de nosotros.
Nota. Para la redacción de esta nota fue utilísimo uno de los grandes libros eróticos, glotones, borrachos, divertidos y ligeramente perversos de los últimos años: L'amour gourmand. Libertinage gastronomique au XVIIIe siècle de Serge Safran; éditions La Mousardine, 2000.